Ahora entiendo el evangelio (23/24)
El evangelio eterno
por Antonio González
En el libro del Apocalipsis, un ángel aparece portando «el evangelio eterno para anunciarlo a los que moran en la tierra, y a toda nación, tribu, lengua y pueblo» (Ap 14,6). El evangelio es eterno porque es definitivo. ¿Qué quiere decir esto?
1. No hay otro evangelio
Esta idea la encontramos ya en Pablo, quien identifica el evangelio que él anunciaba con el único evangelio posible. Otro evangelio sería «anatema», es decir, maldición, aunque quien lo anunciara fuera un ángel (Gal 1,6-12; 2 Co 11,4). ¿Por qué dice Pablo esto? ¿No es presunción, o intolerancia? ¿Por qué no puede haber más evangelios?
La unidad del evangelio se entiende bien desde lo que hemos visto hasta aquí. Imaginemos que el evangelio no anunciara la venida del reinado de Dios. En ese caso, no sería evangelio, porque esa venida es justo lo que anuncia el evangelio. No hay evangelio sin reinado de Dios.
O imaginemos que se nos dijera que el evangelio anuncia el reinado de Dios, pero que ese reinado no es el reinado de Jesús. En ese caso, Jesús no sería Mesías, el Rey ungido de Israel. Ahora bien, si Jesús no es el Rey, tampoco hay una unidad entre Dios y Jesús. Y si no hay una unidad entre Dios y Jesús, Dios no estaba en Cristo anulando la lógica retributiva y reconciliando el mundo consigo. En este caso, el evangelio no sería una buena noticia: todavía estaríamos bajo la lógica retributiva, y todavía habría una barrera entre Dios y el ser humano.
En todas las presentaciones del evangelio donde se excluye a Jesús de la divinidad de Dios, no hay verdadero enfrentamiento entre Dios y la lógica retributiva. Quien estaba en la cruz sería solamente un profeta, buena persona, etc. Pero no habría una destrucción definitiva, de parte de Dios, de la lógica retributiva. Dios no se habría manifestado como alguien que nos ama hasta el extremo de entregarse por nosotros.
Si seguimos bajo la lógica retributiva, ¿dónde están las buenas noticias? El evangelio ya no es evangelio, porque somos nosotros los que tenemos que salvarnos a nosotros mismos, mediante nuestros esfuerzos. Solamente el evangelio verdadero nos da la posibilidad de ser reconciliados definitivamente con Dios, porque solamente en el evangelio se ve que la lógica de Adán, el pecado fundamental de la humanidad, ha sido quitado de en medio, y clavado en la cruz (Col 2,14).
2. Disangelios
A lo largo de la historia del cristianismo no han faltado muchos «disangelios», muchas distorsiones del evangelio, en las que las buenas noticias dejaban de serlo. Cuando el cristianismo se convirtió en religión oficial del imperio romano, a partir del siglo IV, millares de personas se hicieron «cristianas» sin necesidad de tener fe. Incluso pasaron a ser masivamente bautizadas como recién nacidas, por el mero hecho de nacer en territorios «cristianos». En este contexto, fácilmente se olvidó que la salvación era por fe, y por tanto un don gratuito.
Las personas simplemente tenían que cumplir una serie de mandamientos para salvarse. En lugar de un evangelio, lo que se propuso fue una religión que se podía imponer por la fuerza a los que pertenecían a los territorios dominados por los reyes cristianos. Algo que se expresa en las cruzadas o en la conquista de América. El evangelio pasó a ser una mala noticia.
También en el contexto medieval, Mahoma propuso una simplificación: ¿para qué todas las complicaciones con la idea de Dios, con la Trinidad, con la divinidad de Jesús? Lo que se necesita es simplemente un Dios que ponga las normas, y que las personas se sometan, y le obedezcan. Jesús sería un mero profeta, en una presunta línea de profetas, que culminaría en Mahoma. De nuevo aquí de lo que se trata es de cumplir unas normas para ir al cielo. La gracia desaparece, y con ella las buenas noticias. No hay más noticia que la imposición forzada de una religión.
Modernamente, muchos han repetido la idea de Mahoma. Jesús sería solamente un profeta, el representante de una moral o el portavoz de una nueva religión. Podría ser la moral más elevada del amor universal, la moral de la solidaridad con los pobres, o la religiosidad suprema, que nos eleva a Dios como Padre. En todos los casos, el reinado de Dios no habría venido en Jesús, porque Jesús no sería Rey, sino solamente un profeta o un maestro. El reinado de Dios sería más bien un orden moral, o social, que habría que conquistar por nuestros propios esfuerzos morales, o mediante nuestros esfuerzos religiosos.
En todos los casos, no hay buenas noticias. No hay acción de Dios en Jesús, porque Dios no estaba en Jesús. En lugar de proclamar lo que Dios ha hecho, solamente tendríamos la mala noticia de todo lo que nosotros tenemos que hacer para llegar a ser buenos, o para llegar a Dios. Y el problema, por supuesto, es que no podemos llegar a Dios de esta manera. Si llegáramos a Dios por nuestros esfuerzos morales, o meditativos, o ascéticos, o religiosos, seguiríamos en la lógica de Adán. No habríamos sido liberados. Todo serían malas noticias.
Sin embargo, el evangelio anuncia que Dios estaba personal y realmente en Jesús, y que por eso en Jesús hay salvación. El evangelio del reino proclama que no hay otro mediador entre Dios y los hombres que Jesús mismo, Dios y hombre. Que Jesús es Señor, porque Jesús pertenece al monoteísmo del único Dios, del único Rey, del único libertador. Que en Jesús se ha roto la lógica retributiva, y que hay la posibilidad de acceder a Dios de una manera directa, y para siempre. No por nuestros méritos, sino por su gracia.
Una vez que Dios ha actuado en Jesús, esta actuación es para siempre. No es necesario romper más la lógica de la retribución. En el Mesías, esa lógica ha sido rota para siempre. Si Dios se identificó con el Mesías, tiene sentido unirse por la fe al Mesías. En el Mesías, Dios ha vuelto a ser Rey, y lo es para siempre. El reinado de Dios se ha iniciado ya, y lo ha hecho de un modo definitivo. ¡Esta es la buena noticia, la eterna buena noticia, hasta el final de los tiempos!
3. Para la reflexión