Tronos

Ahora entiendo el evangelio (12/20)
Evangelio por el Espíritu Santo
por Antonio González

Llegados a este punto, podemos ya entender la conexión íntima entre los tres elementos fundamentales del evangelio: la palabra de la cruz, el testimonio de la resurrección, y las buenas noticias del reinado de Dios, ejercido por el Mesías Jesús.

De hecho, los tres elementos del evangelio están en una íntima unidad: por la resurrección sé que Jesús es Señor, y por ser Jesús Señor, quien cuelga de la cruz no es alguien abandonado por Dios, sino el mismo Señor del universo, quien así hace estallar por los aires todas las pretensiones de la lógica retributiva.

Esto significa que el evangelio es algo más que un simple mensaje. De hecho, el evangelio es inseparable de la obra del Espíritu Santo. Solamente mediante el Espíritu Santo podemos ser liberados de la lógica retributiva, para ser regenerados internamente, confiando en la obra que Dios ha hecho en Jesús. El evangelio es anunciado «en el Espíritu Santo» o «por el Espíritu Santo» (1 Pe 1,12).

1. La convicción

El ser humano regularmente funda su propia vida en los resultados de sus propias acciones. Por lo general, entiende que esto es bueno y meritorio. O, cuando los resultados no son los apetecidos, el ser humano tiende a la culpa o la depresión. Para llegar a descubrir que tal estilo de vida se opone a la voluntad de Dios, se necesita la obra del Espíritu Santo en su vida. El Espíritu Santo

[…] convencerá al mundo de pecado, de justicia, y de juicio (Jn 16,8).

El pecado del que habla no son faltas morales concretas, sino el pecado de no haber creído en Jesús (Jn 16,9), tratando de autojustificarse mediante los propios esfuerzos. Salir de esa lógica no es un mérito propio, sino la obra de Dios en uno mismo.

La convicción de justicia consiste en convencer de que Jesús era justo, y está a la derecha de Dios (Jn 16,10). El prisma de la lógica retributiva muestra a Jesús crucificado como maldito y como pecador, o al menos como simple fracasado. En cambio, el Espíritu Santo nos permite creer que Jesús está a la derecha del Padre, reinando como Señor y Mesías (1 Co 12,3).

La convicción de juicio consiste en que el Espíritu Santo nos permite descubrir que el viejo poder de la serpiente, basado en la lógica retributiva, ha sido cancelado para siempre. El mundo está regido por la lógica retributiva. Pero esa lógica ha sido rechazada radicalmente por Dios en la cruz. El príncipe de este mundo, y todos los poderes basados en él, han sido definitivamente condenados por Dios (Jn 16,11).

A diferencia de lo que se piensa en muchas filosofías y religiones, no es la propia investigación y el propio pensamiento lo que nos lleva a ser transformados. Nuestra transformación no es un mérito propio, sino un don de Dios. Es la bondad de Dios la que nos guía al arrepentimiento (Ro 2,4).

2. Jesús es Señor

¿Qué sucede cuando recibimos el evangelio? El evangelio nos anuncia que Dios estaba en Cristo, reconciliando el mundo consigo, que Jesús fue levantado de la muerte, y que ha sido proclamado como Mesías, para ejercer el reinado de Dios.

En la medida en que creo que Dios estaba en Cristo, soy liberado de la vana pretensión de justificarme a mí mismo por los resultados de mis acciones. Al creer el evangelio, soy liberado del pecado fundamental del ser humano, al tiempo que acepto la soberanía de Jesús como Mesías, y por tanto soy incorporado al reinado de Dios. Pablo lo dice así:

[…] si confiesas con tu boca a Jesús como Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo (Ro 10,9).

El texto, como vemos, menciona los tres ingredientes del evangelio, y promete la salvación a quien lo acepta. El ser humano, al aceptar el evangelio, es liberado de la lógica retributiva, y de todos los poderes fundados en ella, para quedar situado en la esfera del reinado de Dios, ejercido por Jesús, el Señor.

Ahora bien, el acto de creer no puede ser un mérito nuestro. Si así fuera, nuestra liberación sería un mérito propio. Y seguiríamos bajo la lógica retributiva. La fe es la pura recepción de un don, y no un mérito. Como dice la carta a los Efesios:

[…] porque por gracia habéis sido salvados, mediante la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios, no por obras, para que nadie se gloríe (Ef 2,8-9).

De hecho, ¡la misma fe es un don de Dios! La fe, por más que no destruye nuestra libertad, no es algo que nosotros podemos producir. Es Dios mismo el que la produce en nosotros:

[…] nadie puede decir ‘Jesús es Señor’ sino es por el Espíritu Santo (1 Co 12,2).

El don de Dios es Dios mismo, presente en nosotros por su Espíritu, haciendo posible la fe. El Espíritu Santo, que es el Espíritu de Dios, y el Espíritu de Jesús, hace posible la fe en nosotros, y de este modo nos sella como pertenecientes a Cristo (Ef 1,13).

Ahora podemos entender que el evangelio no es simplemente un mensaje. El evangelio es el poder mismo de Dios que, por su Espíritu Santo, nos libera del pecado de Adán (y de todos los demás pecados, fundados en él), y nos introduce en el reinado de Dios.

3. El poder del amor

Cuando el Espíritu Santo es derramado en nuestros corazones, podemos creer. Esta presencia del Espíritu Santo es el mismo amor de Dios. Dios mismo es amor (1 Jn 4,8). Su actividad eterna, su acto puro de reinar, es un acto de amor. Si Dios es Espíritu (Jn 4:,24), y Dios es amor, entonces el Espíritu Santo está caracterizado por el amor (Ro 15,30). Por eso mismo,

[…] el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado (Ro 5,5).

Este amor que el Espíritu Santo derrama no es una especie de sustancia impersonal, sino que es Dios mismo, presente como amor en nuestros corazones. Este amor es también la relación misma entre Jesús, como hijo de Dios, y Dios como Padre.

Jesús mismo se refería a Dios como «Abba», algo así como «papá» (Mc 14,36). Cuando el amor de Dios es derramado en nuestros corazones, el Espíritu Santo nos introduce en la relación que tuvieron Jesús y Dios. El Espíritu Santo es el Espíritu de Jesús, que nos introduce en la relación de Jesús con Dios:

[…] Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su hijo, que clama «Abba, Padre» (Gal 4,6, cf. Ro 8,15).

De ahí que la presencia del Espíritu de Dios en el corazón se caracterice primeramente por el amor (Ga 5,22; Col 1,8). Esto es muy importante, porque nos permite ver que el poder del evangelio no es otro que el poder del amor, y que este poder del amor es el Espíritu Santo mismo, derramado en nuestros corazones.

El amor de Dios, derramado en nuestros corazones, es un amor poderoso (2 Ti 1,7). Pero éste no es un poder basado en la lógica retributiva, que solamente ama a los que nos aman. El amor de Dios, derramado en nuestros corazones, es un amor desbordante y gratuito, que ama sin condiciones, sin esperar nada a cambio (1 Co 13,4-6). Solamente este tipo de amor, que no proviene de las lógicas del mundo, puede transformar el mundo.

A veces nos han enseñado que Dios es justo, y que por tanto tiene que dar siempre algo a cambio. Especialmente Dios tendría que retribuir, y en esto consistiría su justicia. Ahora bien, ¿está Dios entonces preso de la lógica retributiva? Es lo que veremos a continuación.

4. Para reflexionar

  • ¿En qué consiste la convicción de pecado?
  • ¿Se puede decir que la fe es un mérito nuestro?
  • ¿Por qué necesitamos del Espíritu Santo para creer?
  • ¿Has experimentado el Espíritu de Dios como amor derramado en tu corazón?
  • ¿Por qué el amor de Dios es gratuito, y no espera nada a cambio?