Rey

Ahora entiendo el evangelio (10/20)
El evangelio del Mesías
por Antonio González

El evangelio es descrito con frecuencia en el Nuevo Pacto como «el evangelio de Cristo» (Ro 15,19; 1 Co 9,12; 2 Co 2,12; 9,13; 10,14; Ga 1,7; Flp 1,27; 1 Ts 3,2). Literalmente, como sabemos, esto significa «evangelio del Mesías». Y el Mesías es el ungido para ser rey. Estamos entonces en el tercer elemento del evangelio: el evangelio como anuncio del reinado. Ahora bien, ¿cómo se pasa de la resurrección de Jesús al anuncio del reinado?

1. La entronización mesiánica

Lo decisivo es que el cristianismo primitivo entendió la resurrección de Jesús como una entronización mesiánica. Durante la vida terrena de Jesús, su identidad como Mesías no había sido aceptada por todos. Jesús parece haber preferido ocultarla, tal vez para evitar el equívoco de considerarle como un aspirante a configurar Israel como un estado independiente (Jn 6,15). Algunos le consideraron como un falso profeta, otros como un verdadero profeta, y otros sí le aceptaron como Mesías (Mc 8,27-30), y no entendieron que Jesús no se portara como un candidato a monarca (Jn 7,1-9).

En cambio, la resurrección de Jesús dejó todo claro para los discípulos. Jesús era el primero de los resucitados, el primogénito de entre los muertos, y de este modo, quedaba situado a la cabeza del pueblo de Dios. Mediante la resurrección de Jesús, Dios habría declarado que Jesús era realmente el Mesías. Esto es justamente lo que nos dice Pablo en su presentación:

Pablo, siervo del Mesías Jesús, llamado a ser apóstol, separado para el evangelio de Dios, el cual él había prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Santas, acerca de su Hijo, el que era de la simiente de David según la carne, el que fue declarado Hijo de Dios en poder según el Espíritu de Santidad por la resurrección de entre los muertos: Jesús Mesías, el Señor nuestro (Ro 1,1-3).

Para entender correctamente esta afirmación, hay que tener en cuenta que, en el judaísmo del tiempo de Jesús, y de Pablo, «hijo de Dios» todavía no significaba, como para los cristianos posteriores, la segunda persona de la Trinidad. «Hijo de Dios», o «hijo del Bendito», era una manera usual de referirse al Mesías.

Con ello, los judíos no daban a entender que el Mesías fuera una persona divina, sino simplemente se referían a una vinculación especial del Mesías con Dios. Este modo de hablar del Mesías se basaba en la profecía de Natán a David, interpretada en clave mesiánica. Allí se decía que el hijo de David sería como un hijo para Dios, y que Dios sería como un padre para él (2 Sam 7,14).

Por eso, cuando el sumo sacerdote le preguntó a Jesús si era hijo del Bendito, no le estaba preguntando si era la segunda persona de la Trinidad, sino solamente le estaba preguntando si era el Mesías (Mc 14,61). Del mismo modo, cuando Pedro, antes de la resurrección, afirmaba que Jesús es «el hijo del Dios viviente» (Mt 16,16), todavía no le estaba reconociendo un carácter divino, sino que simplemente lo estaba aceptando como Cristo (Mesías), tal como se ve en ese mismo texto y en sus paralelos, en los que simplemente se habla de Jesús como Mesías (Mc 8,29; Lc 9,20).

De entrada, lo que el texto de Pablo nos dice, por tanto, es que Jesús fue declarado Mesías por la resurrección de los muertos. Y esto tiene importantes consecuencias, que llevarán a reconocer a Jesús no sólo como Mesías, sino también como la Palabra eterna de Dios, como su Hijo unigénito. Veamos esto más despacio.

2. A la diestra de Dios

El que Jesús fuera declarado como Mesías por su resurrección no significa sin más que Jesús tuviera un carácter divino. Nadie pensaba en el tiempo de Jesús que el Mesías hubiera de ser algún tipo de ser divino. El Mesías sería simplemente un rey ungido, que restauraría la dinastía de David, devolvería la independencia al estado de Israel, vencería a los paganos, inauguraría una era de abundancia y justicia, etc. Sería un ser humano excepcional, guiado y protegido por Dios, pero nada más.

Ahora bien, Jesús no había predicado tal Mesías, ni había querido presentarse como tal. Más bien Jesús había predicado el reinado de Dios. Y con esto conectaba con importantes tradiciones de Israel, recogidas en el Antiguo Pacto. Como vimos, para Israel, si Dios es rey, no hay mucho lugar para otros reyes. La monarquía había sido considerada en gran medida como culpable de una idolatría que se podría ver como casi intrínseca a la misma, desde el momento que introduce otros señoríos, distintos del señorío de Dios.

Uno puede preguntarse qué sucede entonces con Jesús. Si Jesús es el Mesías, ¿no tenemos de nuevo el mismo problema que Jesús, y los profetas, habían querido evitar? ¿No tenemos ahora alguien que ejerce el reinado sobre Israel, aparte de Dios? ¿No tenemos de nuevo la introducción de un nuevo señorío, distinto del señorío de Dios?

La respuesta del cristianismo primitivo fue distinta. Cuando Pablo, el escritor más antiguo del Nuevo Pacto, se dirige a los cristianos de Roma, a los que todavía no conocía, da por supuesto que estos cristianos consideran, igual que él mismo, que Jesús el Mesías está sentado a la derecha de Dios (Ro 8,34). No es algo que Pablo tuviera que explicar, sino era algo que todos los primeros cristianos creían.

Se trata de una expresión que los primeros cristianos tomaron del salmo más citado en todo el Nuevo Pacto (Sal 110,1), que sirvió para entender el lugar especial en que la resurrección había situado al Mesías. La imagen de Jesús a la diestra de Dios aparece frecuentemente en el Nuevo Pacto (Mc 16,19; Lc 22,69; Hch 2,37; 5,31; 7,55s; Col 3,1, Heb 10,12; 12,2; 1 Pe 3,22), y sirvió para entender de un modo nuevo la realidad de Jesús.


     Nadie pensaba en el tiempo de Jesús que el Mesías hubiera de ser algún tipo de ser divino. El Mesías sería simplemente un rey ungido, que restauraría la dinastía de David, devolvería la independencia al estado de Israel, vencería a los paganos, inauguraría una era de abundancia y justicia, etc.


3. Un solo reinado

Todavía tendremos que analizar más detenidamente todas las implicaciones de esta imagen de Jesús «a la diestra de Dios». Por de pronto, lo que la imagen quiere decir es que no estamos ante un reinado del Mesías distinto o independiente del reinado de Dios. Jesús, sentado junto a Dios, ejerce el reinado de Dios. El reinado del Mesías es el mismísimo reinado de Dios. Esto es lo que nos dice Pablo en su presentación del evangelio: Jesús ejerce el reinado, para entregarlo finalmente al Dios y Padre (1 Co 15,24). No son dos reinados, sino uno solo.

A veces se ha dicho muy superficialmente que Jesús anunció el reinado de Dios, y que el cristianismo habría anunciado a Jesús como Cristo, y que esto sería algo completamente distinto. Este tipo de afirmaciones ignoran el significado mismo de la palabra «Cristo», y pasan por alto la fundamental continuidad, sin la cual no se puede entender el evangelio. Jesús anunció el reinado de Dios, y este mismo reinado es el que ejerce el Mesías. ¡En eso mismo consiste el evangelio!

El cristianismo primitivo expresó esta unidad de un solo reinado utilizando a veces una imagen muy expresiva. Jesús no sólo estaría sentado a la derecha de Dios. Estaría sentado en el mismo trono de Dios. Sería justamente «el trono de Dios y del Cordero» (Ap 22,1.3).

Para muchos judíos del tiempo de Jesús, ni los patriarcas ni los arcángeles se podían acercar al trono de Dios. En cambio, según los primeros cristianos, el Mesías está sentado en el mismísimo trono de Dios. Es una manera de decirnos que no hay dos reyes, ni dos reinados. Se trata de un solo y único reinado, y por eso hay solamente un trono.

Esto significa entonces que, para el cristianismo primitivo, anunciar a Jesús como Mesías, anunciar «evangelio de Cristo», no era algo distinto de anunciar el reinado de Dios. El Mesías es el rey ungido que reina desde el trono de Dios, porque solamente hay un reinado, y este reinado es el mismo reinado de Dios, anunciado por la Ley, por los profetas, y por Jesús mismo desde el principio de su ministerio.

El libro de los Hechos nos presenta muchas veces a lo largo de sus páginas el anuncio que los primeros cristianos hacían de Jesús como Mesías. Pero el mismo libro también nos habla de que los cristianos anunciaban las buenas noticias del reinado de Dios (Hch 8,12; 14,22; 19,8; 28,23.31.). Sin embargo, en varias ocasiones se ve que ese anuncio del reinado de Dios es también el anuncio de Jesús como Mesías (Hch 8,12; 28,23.31).

Significativamente, el libro de los Hechos termina con Pablo «predicando el reinado de Dios y enseñando todo lo relativo al Señor Jesús el Mesías» (Hch 28,31). Se trata del resumen de la predicación cristiana, en el que se nos muestra claramente que estamos ante un solo reinado: el único reinado de Dios, ejercido por Jesús el Mesías.

4. Para la reflexión

  • Lee el Salmo 110. ¿Por qué crees que es el salmo más citado del Nuevo Pacto?
  • ¿Por qué piensas que Jesús no quiso proclamarse públicamente como rey ungido o Mesías?
  • ¿Por qué crees que Jesús fue proclamado claramente como Mesías después de la resurrección?
  • ¿Hay una contradicción entre anunciar el reinado de Dios y anunciar a Jesús como Mesías? ¿Por qué?