Ahora entiendo el evangelio (9/20)
El testimonio de la resurrección
por Antonio González
En los capítulos anteriores hemos hablado de la afirmación cristiana de que Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo. Sin esta afirmación, difícilmente podríamos pensar que la muerte de Jesús signifique una victoria sobre el pecado. De hecho, más bien se podría ver a Jesús como alguien que simplemente fue abandonado por Dios.
Ahora bien, ¿de dónde sacaron los primeros cristianos la idea de que Dios estaba en Cristo, reconciliando el mundo consigo? Para entender esta afirmación, tenemos que ver el segundo elemento del evangelio. Se trata de la resurrección de Jesús.
De hecho, sin la resurrección de Jesús, difícilmente podríamos entender que el evangelio sea una buena noticia. Es más, el pasaje sobre el sufrimiento del siervo del Señor, que era la continuación de las «buenas noticias» profetizadas por Isaías, culmina justamente afirmando la exaltación del siervo del Señor (Is 53,10-12). ¡Algo anunciado cientos de años antes de Jesús!
El mensaje gozoso de los primeros cristianos consistía precisamente en el «testimonio de la resurrección» de Jesús (Hch 4,33). Podemos preguntarnos ahora en qué consiste la resurrección.
1. El adelanto del fin
La resurrección se ha de entender desde su trasfondo en el Antiguo Pacto. El pueblo hebreo siempre esperó que la fidelidad de Dios se mostrara en la historia. A diferencia de otras religiones, que se enfocan en algún tipo de supervivencia del alma después de la muerte, la religión hebrea se centró en la historia.
Desde el Éxodo, el Dios de Israel es un Dios que actúa poderosamente en la historia humana. Israel no esperaba un consuelo individual para después de la muerte, sino la libertad y la supervivencia del pueblo. Por eso son tan escasas las referencias a la supervivencia individual que podemos encontrar en el Antiguo Pacto.
Sin embargo, en la religión de Israel se fue desarrollando una esperanza que, de alguna manera, unificaba la restauración del pueblo en la historia con la restauración de los difuntos. Los profetas de Israel fueron proclamando magníficas visiones del futuro, en las que se incluían también a las generaciones pasadas, incluyendo a quienes habían sido oprimidos, derrotados, y humillados a lo largo de la historia.
Un buen ejemplo es el capítulo 37 del libro de Ezequiel. Allí el profeta ve un valle lleno de huesos secos a los que el Espíritu vuelve a dar vida, restaurando la carne, y para unirlos al pueblo redimido por Dios. Otro ejemplo es el libro de Daniel, donde se profetiza una liberación del pueblo que incluirá a los difuntos, que brillarán como las estrellas (Dn 12,1-3).
La resurrección de Jesús fue entendida por los primeros cristianos como una especie de adelanto de la resurrección final. Los primeros cristianos «anunciaban en Jesús la resurrección de entre los muertos» (Hch 4,2). Jesús sería las «primicias» o primeros frutos (1 Co 15,20.23) de la resurrección general, el «primogénito» de entre los muertos (Col 1,18).
¿Por qué anunciaban esto?
La resurrección de Jesús fue entendida por los primeros cristianos como una especie de adelanto de la resurrección final. Los primeros cristianos «anunciaban en Jesús la resurrección de entre los muertos». Jesús sería las «primicias» o primeros frutos de la resurrección general, el «primogénito» de entre los muertos.
2. Los testigos
Mientras que la idea de una inmortalidad del alma es algo más o menos común en la historia de la humanidad, la afirmación de la resurrección de un difunto es algo que rompe con toda la experiencia humana sobre la muerte. Es algo que solamente se podría explicar como una acción de Dios. El mismo Creador de los cielos y de la tierra habría decidido comenzar algo así como una recreación, una nueva creación, de la humanidad.
El cristianismo primitivo basaba su afirmación en la existencia de testigos. No testigos del hecho mismo de la resurrección, sino testigos de las apariciones del resucitado. Pablo, en su presentación del evangelio, habla de la existencia de cientos de testigos, incluido él mismo, a los que todavía se les podía ir a preguntar por lo que habían experimentado (1 Co 15,4-8).
¿En qué medida estos testigos son fiables? ¿No se podría tratar de una especie de engaño hecho por los primeros cristianos para ocultar el fracaso de Jesús en la cruz? ¿No podrían ser alucinaciones o ensoñaciones con las que muchas personas lidian con la pérdida de un ser querido? Hay varios motivos para pensar que esto no era así.
Esto no es una «demostración científica» de la resurrección. Tampoco se puede demostrar científicamente que la resurrección no tuvo lugar. A lo sumo, se podría mostrar su suma improbabilidad. Sin embargo, de eso exactamente habla el cristianismo: la resurrección como un hecho altamente improbable, solamente posible como una nueva creación, iniciada por el mismo Dios que creó el universo entero.
La resurrección sigue requiriendo la fe en un testimonio. Jesús le dice a Tomás, en el evangelio de Juan: «¡Dichosos los que no vieron y creyeron!» (Jn 20,29). La fe nos pone en una relación nueva con Dios, que no está basada en lo que podemos controlar, sino en la confianza. Mientras que «Adán» solamente acepta lo que está bajo su control, la nueva relación con Dios se funda en la fe, es decir, en la confianza hacia él. De ahí que sean más bienaventurados los que creen sin «pruebas».
Por otra parte, la resurrección se refiere a la realidad completa de Jesús, incluyendo su cuerpo. En el mundo hebreo no se esperaba la inmortalidad del alma, sino la resurrección del cuerpo. Esto no quiere decir que el cuerpo resucitado sea igual que nuestro cuerpo físico actual, como en la visión de Ezequiel. Todo lo contrario. El Nuevo Pacto habla justamente de un «cuerpo espiritual» (1 Co 15,44), sin explicarnos más en qué consiste tal cuerpo. Es algo que pertenece a la realidad del nuevo mundo, inaugurado por el Mesías.
Ahora bien, la resurrección, por muy adelantada que esté en Jesús, no significa por sí misma que Jesús sea alguien divino. Israel esperaba la resurrección de todos los seres humanos, o de todos los justos. Esto no los convertía en seres divinos. Sin embargo, el evangelio afirma que Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo. ¿De dónde sale esta afirmación? Es lo que tenemos que ver a continuación.
3. Para la reflexión