Ahora entiendo el evangelio (8/20)
El evangelio de vuestra salvación
por Antonio González
Llegados a este punto, podemos entender perfectamente que el evangelio sea llamado «evangelio de vuestra salvación» (Ef 1,13). La salvación es un rescate, una liberación. Se trata de un rescate respecto al poder del pecado, y un rescate respecto a todos los poderes fundados en el pecado. Seguimos entonces con el primer ingrediente del evangelio: la muerte de Jesús por nuestros pecados.
1. El perdón de los pecados
La cancelación de la lógica retributiva («el acta de los decretos que había contra nosotros, y que nos era contraria») significa el perdón de los pecados. Démonos cuenta de que se trata de un perdón radical. Cuando se perdona una acción concreta, se cancela la voluntad de retribuir al ofensor por esa acción. Así, por ejemplo, se renuncia a retirar la palabra a alguien que uno puede considerar como ofensivo.
En el caso de la anulación de la lógica retributiva («pecado de Adán») el perdón es radical, porque no se refiere a una acción concreta. Lo que se cancela es la lógica retributiva en general. Si Dios estaba en la cruz de Cristo, no solamente ha anulado la retribución de una acción concreta, sino que ha anulado toda retribución. Por eso la cruz significa el perdón de todos los pecados por parte de Dios.
En la carta a los Romanos, Pablo dice, citando el Salmo 32:
Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades han sido perdonadas, y cuyos pecados han sido cubiertos. Bienaventurado el hombre cuyo pecado el Señor no tomará en cuenta (Ro 4,7-8).
Es interesante observar que el texto literalmente dice «no tomará en cuenta», en tiempo futuro. Esto no se ve en todas las traducciones, pero es lo que dice el texto griego. Es decir, el perdón de Dios cubre todos los pecados, presentes, pasados y futuros. La razón es obvia: se ha cancelado la lógica retributiva, y por lo tanto no hay impedimento para el perdón.
Dicho en otros términos: en la cruz Dios ha hecho todo lo necesario para alcanzar la completa reconciliación con la humanidad (Ro 5,10-11). Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo (2 Co 5,19).
2. El sacrificio de la cruz
En la cita de Romanos, que a su vez era una cita del Salmo 32, se nos dice que los pecados han sido «cubiertos» (Ro 4,7). Se trata de una imagen de la Biblia hebrea, que equivale a perdonar. En la religión de Israel, la «cubierta» (kapporet) del arca de la alianza pasó a tener un significado ligado a la expiación, posiblemente por el papel que el arca y su cubierta desempeñaba en el rito de expiación de los pecados (Lv 16). De ahí que el «cubrir» los pecados fuera asociado al lenguaje de los sacrificios del templo. Por eso la cubierta fue designada, en griego, con un término que significa «propiciatorio» o «propiciación» (hilasterion).
En la carta a los Romanos, por ejemplo, se nos habla de la muerte de Cristo como «propiciación» (Ro 3,25). En general, en el Nuevo Pacto aparece repetidamente la idea de la muerte de Cristo como un sacrificio (Ef 5,2). En este contexto del lenguaje sacrificial, se habla también de la sangre de Cristo, entendida ahora como alternativa y superación de los sacrificios que se ofrecían en el Antiguo Pacto (Heb 9,4).
Ahora podemos preguntarnos qué quiere decir que la muerte de Cristo sea un «sacrificio». ¿Sigue en pie la religión sacrificial? ¿Es Dios un Dios que requiere sacrificios para ser aplacado?
No se trata de eso. El asunto es el siguiente. La muerte de Jesús tiene un parecido meramente formal con algunos de los sacrificios que encontramos en las religiones, y también en el Antiguo Pacto. En primer lugar, hay una víctima, que en este caso es Jesús mismo. Y, en segundo lugar, tiene lugar aquello que se suele esperar de los sacrificios expiatorios, que es precisamente el perdón. La muerte de Jesús trae perdón y reconciliación, tal como hemos visto.
Sin embargo, esto no significa que Dios sea una divinidad sedienta de sangre. Al contrario. Lo que sucede con la muerte de Jesús en la cruz es más bien la superación de todo sacrificio. Y la razón es muy sencilla: la lógica interna de los sacrificios es la lógica retributiva. En ciertos sacrificios, se dan cosas a Dios esperando que Dios nos dé algo a cambio. O, en los sacrificios expiatorios, se traslada a un animal el castigo que uno cree merecer para así lograr la reconciliación con la divinidad. Por eso Caín y Abel, hijos de Adán y Evan, ofrecían sacrificios a Dios, sin que Dios se los pidiera.
Al anular la lógica retributiva, que es el pecado fundamental de la humanidad («Adán»), todo sacrificio queda anulado. En el cristianismo no se necesitan sacrificios. Esto es justamente lo que insistentemente defiende la carta a los Hebreos. Jesús sería el sumo sacerdote de un nuevo pacto, pues su sacrificio, realizado «de una vez por todas», habría hecho inútiles todos los sacrificios (Heb 7,26-28; 9,23-28; 10,11-18). Ya no se necesitan sacrificios. Dios ha puesto fin para siempre a la religión sacrificial.
De nuevo no estamos ante un Dios que, lleno de deseos de retribución, tiene que castigar a alguien, y entonces castiga a Jesús. Se trata de algo muy distinto. Y es que la muerte de Jesús significa que Dios mismo, que estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo, carga con la lógica retributiva, para destruirla en la cruz.
3. Herido por nuestras transgresiones
En esta misma perspectiva, podemos entender que el cristianismo aplique a Jesús las profecías sobre el sufrimiento del «siervo del Señor». Se trata de profecías que, significativamente, se encuentran en la segunda parte del libro de Isaías, es decir, en el «Libro de la consolación de Israel». Y están a continuación del pasaje que ya vimos sobre el mensajero que viene por los montes proclamando las buenas noticias. El texto dice así:
Ciertamente él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores. Con todo, nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Pero él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre él, y por sus heridas hemos sido sanados (Is 53,4-5).
De nuevo no estamos ante un Dios que, lleno de deseos de retribución, tiene que castigar a alguien, y entonces castiga a Jesús. Se trata de algo muy distinto. Y es que la muerte de Jesús significa que Dios mismo, que estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo, carga con la lógica retributiva, para destruirla en la cruz. Y esa lógica retributiva es el pecado fundamental de la humanidad, o pecado de Adán. Dicho en otros términos: es la estructura íntima de todo pecado. De este modo, todo pecado está, en su esencia, representado en la cruz de Cristo.
No sólo está representado. Desde el punto de vista de la lógica retributiva, Jesús fue alguien abandonado por Dios y alguien que merecía ese destino. Desde el punto de vista de la lógica retributiva, Jesús fue un maldito (Gal 3,13). O, dicho en términos semejantes, Jesús fue hecho pecado (2 Co 5,21). Ahora bien, si Dios estaba en Jesús, precisamente la lógica que lo declara maldito queda anulada por parte de Dios.
También podemos verlo de esta manera: el pecado de Adán consistía, como vimos, en fiarse de las cosas (¡de la serpiente!) en lugar de fiarse de Dios. Era, por así decirlo, un rechazo de Dios. Cada vez que el ser humano quiere justificarse a sí mismo, rechaza a Dios. Por eso, del primer y principal pecado del que el Espíritu Santo tiene que convencer a una persona cuando llega a la fe es del pecado de no haberse fiado de Dios (Jn 16,8-9). No fiarse de Dios es rechazar Dios, y su gracia, para fundamentar la propia vida en los propios méritos.
En la cruz, Cristo ha cargado con ese rechazo de Dios. Pero, en lugar de devolver mal por mal (como pediría la lógica retributiva), Jesús ofreció perdón a los que le torturaban. De nuevo en la cruz se destruye la lógica íntima de todo pecado, y se nos muestra el verdadero rostro de Dios. Un Dios que carga con el pecado, y un Dios que ofrece perdón y reconciliación a toda la humanidad, incluyendo a los verdugos de Jesús.
4. Para reflexionar