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La palabra hebrea más usada para hablar del pecado (hatta't) y la palabra griega del mismo significado (hamartía) comparten un sentido básico, que es la idea de errar, de no dar en el blanco, por ejemplo cuando se dispara una flecha.


Ahora entiendo el evangelio (5/20)
Por nuestros pecados
por Antonio González

Hemos señalado que el evangelio, tal como lo presentan Isaías, Jesús y Pablo, se refiere expresamente al reinado de Dios. Ahora también podemos decir que esta referencia al reinado de Dios no sólo aparece cuando explícitamente se habla del reinado del Mesías. En realidad, la misma referencia a los pecados es una referencia al reino de Dios. ¿Por qué?

La razón es sencilla. Desde la caída del imperio de Babilonia, en el año 539 a. C., hasta los tiempos de Jesús, habían pasado muchos siglos. Sin embargo, el reinado de Dios no terminaba de llegar. ¿Cuál era la razón? La respuesta de los judíos hubiera sido unánime: los pecados del pueblo. Dios no reinaba, porque los pecados no habían sido perdonados. Por eso Juan invitaba al arrepentimiento y al perdón: precisamente para preparar el camino para que pudiera llegar Dios a reinar sobre su pueblo.

Jesús, por su parte, también proclamó el perdón de los pecados. Y lo hizo de una forma gratuita. Al decir que Dios venía a reinar, Jesús estaba anunciando el perdón de los pecados. Por eso, el evangelio, el perdón de los pecados, y el reinado de Dios están relacionados de manera muy estrecha. Pero estamos hablando de pecado. ¿Qué quiere decir esto?

1. Qué es el pecado

El pecado se ha entendido a lo largo de la historia del cristianismo en diferentes modos. Por ejemplo, se ha pensado que el pecado es, ante todo, el resultado de un engaño del diablo para mantenernos cautivos. Los medievales entendieron el pecado como una ofensa al honor de Dios. Más adelante, se puso de relieve la idea del pecado como una desobediencia a la ley divina. Otros lo han entendido como un problema del corazón, o un problema existencial. Todo lo anterior tiene algo de verdad. Sin embargo, es importante entender correctamente en qué consiste el pecado, porque ello ayuda a entender cómo el evangelio actúa para salvarnos y liberarnos del pecado.

La palabra hebrea más usada para hablar del pecado (hatta’t) y la palabra griega del mismo significado (hamartía) comparten un sentido básico, que es la idea de errar, de no dar en el blanco, por ejemplo cuando se dispara una flecha. La historia bíblica básica para hablar de este fallo es el relato sobre el pecado de Adán y Eva. Démonos cuenta que «Adán» significa «ser humano» en general, y «Eva» es una palabra que el texto relaciona con la vida (Gn 3:20). Es decir, el texto no quiere hablar solamente sobre una primera pareja, sino que quiere referirse a algo que le sucede a todo ser humano. Es decir, la narración nos describe un problema que es propio de la vida humana en general, en todos los tiempos. Dicho en otros términos: el relato habla también sobre nosotros.

¿En qué consiste el «fallo» de Adán y Eva? ¿Por qué no «dan en el blanco»? Podríamos decir que el «blanco», el propósito de la vida del ser humano, como imagen de Dios, es cuidar del resto de la creación (Gn 1:26). Sin embargo, lo que hace el ser humano es tratar de ser como Dios comiendo de los frutos del árbol del bien y del mal (Gn 3:5). Los frutos son los resultados de las acciones, buenas o malas. En lugar de ser imagen de Dios reflejando a Dios en una relación personal con él, el ser humano prefiere ser como Dios mediante sus propias fuerzas, fundando su vida en los resultados de sus propias acciones.

El pecado tiene entonces varias facetas. Por un lado es un acto de desconfianza ante Dios. El ser humano no obedece a Dios porque no se fía de él, no le cree. Esto significa entonces que el pecado tiene un elemento de orgullo: uno no quiere vivir fiándose de Dios, reflejando su imagen, sino que prefiere vivir de lo que uno mismo consigue. Dicho en otros términos, el pecado es rechazo de la gratuidad: todos los árboles eran un regalo gratuito de Dios, pero el ser humano prefiere lo que él mismo puedo conseguir. En lugar de la gracia, se prefiere el mérito. También se puede decir que el fallo en el blanco consiste en querer fundar la propia vida en lo que uno consigue. El problema no es que las acciones tengan resultados, sino que uno quiere vivir de esos resultados. Dicho en otros términos, el pecado es un acto de autojustificación, de autofundamentación.

2. Consecuencias del pecado

Podemos decir que los capítulos 3-11 del Génesis están destinados a explicitar todas las consecuencias que tiene el pecado, entendido como esta pretensión orgullosa de auto-justificación mediante el mérito. El pecado pervierte las relaciones del ser humano con Dios, con los demás seres humanos, consigo mismo y con la naturaleza.

  1. La desconfianza en Dios no implica mero “ateísmo”. Al desconfiar en Dios, el ser humano se somete a otros poderes, a otras criaturas. Piensa que las cosas le van a satisfacer. Y le cree a la serpiente. Una mera criatura se convierte ahora en un poder sobre la vida humana. Una vez que estamos en la lógica de los méritos, toda realidad que pretende garantizando que, haciendo ciertas cosas, obtendremos ciertos resultados, se convierte en un poder sobre nuestra vida.
         El miedo a Dios (Gn 3:8) es propio de la lógica de los méritos. Dios es visto como uno más de los poderes, y se le teme, en la medida en que se le considera como aquél que nos mide por los frutos de nuestras acciones. En esa lógica de mérito y miedo a Dios, el ser humano comienza a ofrecer sacrificios, sin que Dios se lo pida (Gn 4:1ss). ¡El ser humano inventa la religión! En lugar de los sacrificios, se pueden buscar otras técnicas religiosas para unirse con la divinidad, y convertirse en un “superhombre” (Gn 6). O también cabe la opción de amasar poder político, técnico y económico, y competir con Dios, tratando de alcanzar el cielo mediante los resultados de las propias acciones (Gn 11).

  2. Del mismo modo, si nos medimos por los resultados de las acciones, nos convertimos en evaluadores recíprocos, y surge la desconfianza mutua (Gn 3:7). También podemos culparnos unos a otros para disculparnos de los resultados de las propias acciones, atribuyéndoselos a otros (Gn 3:12). O podemos utilizar a los demás para lograr los resultados que nos justifican, manipulándonos y dominándonos mutuamente (Gn 3:16).
         No sólo eso. La competencia para ver quién produce los mejores resultados conduce a la envidia y a la violencia (Gn 4). Y la violencia, dentro de la lógica del mérito y la retribución, da lugar a interminables venganzas (Gn 4:23). La solución puede ser la fundación de un estado que ponga fin a las venganzas, concentrando en sí mismo todas la violencia legítima. Significativamente, en el Génesis, el primer fundador de una ciudad (la primera forma de estado) es justamente el primer homicida (Gn 4:17).
         Finalmente, la forma suprema de violencia, y de dominación, es el imperio. En el imperio, los seres humanos ya no pueden ser iguales, sino que unos se convierten en admiradores de otros, y en súbditos de otros. Sin embargo, paradójicamente, los intentos imperiales de unificar a la humanidad mediante el poder terminan en la división de la misma (Gn 11).

  3. Respecto a uno mismo, la lógica del mérito y la retribución también resulta tóxica. El ser humano puede pasar la vida tratando de producir más y más frutos, para justificarse a sí mismo. Trabajando sin parar, el último resultado que se obtiene es simplemente la muerte. Es la vida sin sentido (Gn 3:17-19). O uno puede verse a sí mismo bajo la influencia de las consecuencias de las propias acciones, y vivir de este modo en la culpa (Gn 4:13).

  4. Evidentemente, la lógica del mérito y la retribución también envenena las relaciones del ser humano con el resto de las criaturas. En lugar de cuidarlas, como era su misión original, las criaturas quedan afectadas por el ansia incontrolable del ser humano por producir más y más. Paradójicamente, en lugar de producir más, la tierra queda afectada y produce cada vez menos (Gn 3:17-18). No sólo eso. Los imperios dejan a su paso ruinas de sus propias pretensiones de tocar el cielo: torres abandonadas (Gn 11:9), lugares industriales destruidos, ciudades arrasadas por las guerras, etc.

En esa lógica de mérito y miedo a Dios, el ser humano comienza a ofrecer sacrificios, sin que Dios se lo pida (Gn 4,1ss). ¡El ser humano inventa la religión!


3. Para la reflexión

Lee detenidamente los capítulos 3-11 del Génesis buscando las distintas maneras en las que se manifiesta el pecado de querer justificarse por los resultados de las propias acciones.

  • ¿En qué manera el pecado humano, o pecado de Adán, se ha manifestado en tu vida?
  • Trata de decir en qué manera el mundo actual está reflejado en los capítulos 3-11 del libro del Génesis.
  • ¿Qué relación ves entre no confiar en Dios y querer vivir de los frutos de las propias acciones?
  • ¿Qué nos dicen estos relatos sobre el origen de la violencia?