mensajero
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas!

Ahora entiendo el evangelio (2/20)
Las buenas noticias de Isaías
por Antonio González

Como hemos dicho (El Mensajero Nº 163), la palabra griega euaggelion, de donde viene nuestro término «evangelio», significa «buena noticia» o «buen mensaje». En el libro de Isaías, en lo que se puede considerar como su segunda parte, nos encontramos con un hermoso pasaje en el que se nos describe la llegada de un mensajero que anuncia al pueblo las buenas noticias.

1. El mensajero por los montes

La primera parte del libro de Isaías se refiere a la época trágica en la que el reino de Israel, en el Norte, fue destruido por los asirios, y el reino de Judá, en el sur, fue también gravemente amenazado por ese imperio. Es la época en la que vivió el profeta. La segunda parte del libro de Isaías, a partir del capítulo 40, es muy distinta. Se la suele llamar el «Libro de la consolación de Israel», a veces se la atribuye a un autor distinto («Deuteroisaías»), y se refiere a una etapa muy posterior, y muy diferente. Ya ha tenido lugar no sólo la destrucción del reino de Israel a manos de los asirios, sino también la destrucción del reino de Judá por otro imperio: Babilonia. Los babilonios, tras saquear Jerusalén y derribar su templo, se han llevado a miles de cautivos.

Ahora bien, el imperio babilonio fue a su vez superado por el nuevo imperio naciente: los persas. En esa situación, el pueblo judío pudo concebir nuevas esperanzas. El “Libro de la consolación de Israel” anuncia el fin del imperio babilonio. El exilio se acerca a su fin. En el capítulo 52, donde se encuentra el pasaje sobre las «buenas noticias», el profeta proclama la restauración de Sion (que es el nombre poético para Jerusalén) y la liberación gratuita de los cautivos. Y entonces nos dice:

«Qué hermosos son sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz, del que trae las buenas nuevas de gozo, del que anuncia la salvación, y dice a Sión: “Tu Dios reina”» (Is 52,7).

Hay algunos aspectos de este texto que podemos considerar de una manera más detallada, por su relación con el evangelio:

  • Ante todo, el evangelio, las buenas noticias, consisten en un anuncio público, «sobre los montes». Estamos ante la tarea de un heraldo o mensajero que públicamente proclama las noticias, para que todos las puedan oír. En el versículo siguiente (52,8) se habla de los centinelas de la ciudad que reciben las buenas noticias gritando de alegría.
  • En segundo lugar, lo que proclama el mensajero no es un sistema de valores, o unos imperativos morales. No se trata de moral, sino de unas buenas noticias. La moral habla de lo que las personas tienen que hacer. Nadie da gritos de alegría porque le digan lo que tiene que hacer. En cambio, las buenas noticias sorprenden, y causan alegría, porque no hablan de lo que uno tiene que hacer, sino de lo que alguien ha hecho, o está a punto de hacer.
  • En tercer lugar, eso que se va a hacer tiene que ver con la idea de salvación. La salvación no se refiere, en este caso, a ir al cielo. En el Antiguo Testamento, o Antiguo Pacto, la salvación se suele referir a algún tipo de liberación concreta, como puede ser la liberación de los enemigos (1 S 9,16; 10,27). En este caso, las buenas noticias hablan del final del exilio y de la opresión.
  • El evangelio no sólo tiene que ver con salvación. Lo que se anuncia también es la paz. El evangelio es evangelio de la paz (Ef 6,5). Las buenas noticias parecen incluir una referencia concreta a la paz. Tras una época de guerras, de opresiones y desastres, el evangelio proclama la inminencia de la paz.
  • Ciertamente, lo que el heraldo viene anunciando son buenas noticias de salvación y de paz. Sin embargo, cuando el mensajero habla, lo que literalmente dice es solamente una breve frase: «tu Dios reina». Esas son exactamente las palabras que pronuncia el mensajero.

Esto nos pone ante un aspecto que normalmente se suele pasar por alto respecto al evangelio. Y es que el evangelio habla directamente del reinado de Dios. Lo que las buenas noticias anuncian, en el caso de Isaías, es que Dios mismo viene a reinar. Y eso es una buena noticia.


     Lo que el heraldo viene anunciando son buenas noticias de salvación y de paz. Sin embargo, cuando el mensajero habla, lo que literalmente dice es solamente una breve frase: «tu Dios reina». Esas son exactamente las palabras que pronuncia el mensajero.


2. Tu Dios reina

¿Por qué es una buena noticia que Dios venga a reinar? Para entender esto hay que repasar el modo en que Israel había experimentado su historia. Desde el punto de vista de la historia bíblica, Israel se había constituido, en virtud de la liberación de Egipto, sucedida muchos siglos antes, como un pueblo gobernado por Dios. En el libro de Éxodo se nos dice que cuando Moisés y María entonaron sus cantos de victoria, tras ver la derrota del ejército del faraón, Moisés terminó proclamando: «el Señor reinará eternamente y para siempre» (Ex 15,18).

Obviamente, también entonces se trataba de una «buena noticia». Era la buena noticia de la liberación del yugo de la esclavitud. El pueblo ya no estaba gobernado por el faraón, sino que pasaba, al otro lado del Mar de los Juncos, a ser gobernado directamente por Dios. Moisés no se convirtió en el rey de Israel. Fue Dios mismo el que se convirtió en el nuevo rey (Núm 23,21). Esto es justamente lo que expresa la Torah o Ley de Israel. Dios se convierte en el legislador, que hace un pacto con sus súbditos, y ese pacto se concreta en el cumplimiento de una ley, la «instrucción» (eso significa Torah) con la que Dios bendice a su pueblo.

Que Dios gobernara a su pueblo era algo bueno. Y era algo bueno porque la Torah, regalo de Dios a su pueblo, estaba diseñada precisamente para que el pueblo viviera en paz y en justicia. Muchas medidas de la ley de Israel se dirigían precisamente a evitar que, en el pueblo de Dios, se repitieran las injusticias que se habían experimentado bajo la soberanía del rey de Egipto. De ahí, por ejemplo, las medidas relativas al trato de los esclavos y su liberación periódica. O las medidas sobre el regreso periódico de cada familia a sus tierras ancestrales (Lv 25,10).

La idea de Dios como rey llevaba implícita la idea de que el pueblo de Dios sería básicamente un pueblo de hermanos, entre los que no habría relaciones de opresión. Se trata de un modo de pensar propio de Israel: si Dios es rey, no habrá mucho lugar para otros reyes. Si Dios es amo, no habrá mucho lugar para otros amos. O incluso lo siguiente: si Dios es el Guerrero, el «Señor de los Ejércitos» que nos ha sacado de Egipto, esto significa que él pelea las batallas de su pueblo (Ex 14,14), y que no se necesita de mucho ejército (Dt 17,16).

De hecho, la liberación de Egipto sucedió de esa manera: el pueblo no tuvo que disparar una sola flecha ni lanzar una sola jabalina para conseguir la libertad. Muchas veces, a lo largo de su historia, el pueblo de Dios se hará esa misma reflexión: si Dios pelea por nosotros, la fe nos lleva entonces a reducir el ejército, y a confiar en Dios (Jue 7).

Esto es importante tenerlo en cuenta cuando se habla del Dios «violento» del Antiguo Pacto. Ciertamente, Dios aparece luchando por la libertad de su pueblo. Pero precisamente eso es lo que conduce a que el pueblo deba reducir el ejército, para fiarse de Dios, y no de sus propias fuerzas. A diferencia de lo que sucede en los mitos, el Dios guerrero no legitima la violencia, sino que más bien la cuestiona y la limita.

En general, en los mitos, cuando la divinidad presenta determinadas características, esto sirve para legitimar por qué esas características se dan en la tierra. Así, por ejemplo, si en el mito el Dios aparece como rey, eso legitima a los reyes que hay en la tierra. Si los dioses forman un panteón, esto legitima a la corte real, que refleja la estructura de ese panteón. Si Dios es un amo en el cielo, eso legitima la existencia de la esclavitud en la tierra.

En Israel sucede todo lo contrario. Si a Dios se lo imagina como rey de su pueblo, eso excluye que su pueblo tenga otros reyes. Esto es lo que sucede en el libro de los Jueces: se rechaza la introducción de la monarquía porque se entiende que Dios es rey (1 S 8; 1 S 12). Dicho en otros términos: el reinado de Dios es exclusivo. Por cierto, esto es justamente lo que significan los «celos» de Dios. Dios no admite otros señores. El reinado de Dios es un reinado en el que no hay más que un Señor, que es Dios mismo.

3. Preguntas para la reflexión

  • ¿Piensas que el evangelio es algo público o privado? ¿Por qué?
  • Cuando te han presentado el evangelio, ¿te han hablado del reinado de Dios?
  • ¿Qué significaría anunciar el evangelio en público en tu caso concreto?
  • ¿Qué tiene que ver el evangelio con la paz? ¿Por qué?
  • ¿Qué tiene que ver el evangelio con el reinado de Dios?
  • ¿Por qué el reinado de Dios es una buena noticia?