Orar de verdad es más que pedir
por Lynn Kauffman
Esta mañana recibí un email de un hermano que tiene por delante problemas importantes. Su carta cierra con las palabras: «Así que te pido que sigas orando por nosotros». Unas horas más tarde un pastor amigo me escribía: «Tenme en tus oraciones». Supongo que todos habremos recibido este tipo de petición.
Es un honor acompañar a quienes afrontan retos difíciles. Me siento un privilegiado cuando puedo unirme a otros en sus preocupaciones y ayudarlos de alguna manera. Casi siempre intento que la oración sea una de las cosas que aporto. Pero he descubierto que la oración de verdad es mucho más que solamente pedirle algo a Dios y pensar que ahora ya he cumplido. También incluye escuchar a Dios, sabiendo que tal vez él quiera invitarme a ser parte de la solución.
Hay varias palabras griegas en el Nuevo Testamento para el concepto de «rogar» o «pedir» y que se emplean en el sentido de «orar». Quien ora pide que Dios actúe favorablemente a favor de alguien o de alguna situación. Esencialmente, lo que pedimos queda en sus manos para que haga valer su perfecta voluntad. En principio, eso está bien.
Uno de esos términos griegos es déomai, por ejemplo en Fil 4,6 y 1 Ti 2,1. Esta palabra expresa un clamor a Dios que confiesa nuestra incapacidad para suplir nuestras propias necesidades. Otra palabra es aitéō, por ejemplo en Jn 15,7 y Stg 4,3. Esta palabra expresa la petición que eleva a su superior una persona de rango inferior (un hijo a su padre, un esclavo a su amo, un ser humano a Dios). Repito que en principio, este tipo de oración está bien. La mayoría de los cristianos oran así. Luego hay también otra palabra, cuyo significado esencial es: «Hijo mío (Hija mía), actuemos tú y yo juntos para llevar a cabo mi perfecta voluntad».
El verbo griego que con mayor frecuencia se traduce como «orar» es proséuchomai. Esta palabra es mucho más profunda que lo que se dan cuenta muchos creyentes. Jesús emplea esta palabra seis veces (si incluimos su forma como sustantivo) en el Padrenuestro (Mt 6,5-13). Como verbo significa desear o anhelar algo en la presencia de Dios. Literalmente, viene a describir un encuentro donde las personas intercambian deseos. Intercambiamos nuestros anhelos humanos, a veces imperfectos, con sus anhelos perfectos mientras él imprime dirección a nuestras vidas. ¡Dios nos permite cooperar con él!
Podemos concluir lo siguiente de un estudio en profundidad de esta palabra y de otros textos bíblicos que hablan de la importancia de la oración ante los retos de la vida:
Eugene Peterson escribe en su libro The Contemplative Pastor: «En cierto sentido, toda la vida cristiana es oración. Recibimos la voluntad de Dios en nuestras vidas y participamos en lo que él está haciendo en el mundo. Dios nos incluye en sus planes. Bien podría hacerlo todo él solo, pero prefiere contar con nosotros. Nos da libertad, aunque sigue él en control».
Ya he dicho que el Padre actúa tocando mentes y corazones. Dos áreas donde actúa en particular son: la salvación del no creyente que sin embargo quisiera seguir a Jesús; y la transformación del creyente que quiere parecerse más y más a Jesús.
¿Te ha pedido alguien alguna vez: «Ora por favor, por la salvación de mi amigo (amiga)»? ¿O bien: «Ora por favor por mi padre (o por mí mismo, o por el que sea), para que consiga tener más paciencia (o cualquier otra virtud)»? Es interesante que Jesús nunca oró pidiendo la salvación ni la transformación de nadie. Sus discípulos tampoco.
Una de las grandes virtudes de nuestro Padre es que aunque él desea que todos los que no creen sean salvos, y que cada creyente sea enteramente transformado, sin embargo nunca actúa en nadie contra su voluntad. Tampoco manipula la voluntad de nadie. Lo que hace es cooperar con la voluntad de las personas, de maneras invisibles pero poderosas, para efectuar ese cambio. Es, si cabe, más sorprendente que él se valga de discípulos imperfectos como tú y yo, para estimular cambios en nosotros y en otros conforme a su plan perfecto. Y aquí es donde entra en juego la oración.
Nuestra responsabilidad es mucho más que pedirle a Dios que haga una obra poderosa y después desentendernos. Creo que Dios nos invita a trabajar juntamente con él procurando la salvación de los incrédulos y la transformación de los creyentes. Bien puede ser que él quiera mostrarnos el próximo paso que haga que alguien que no cree se arroje a los pies de Jesús, o que un creyente empiece a parecerse más a Jesús.
Jesús es el único que conoció la voluntad perfecta de Dios para cada situación en la vida que afrontó; y a continuación actuó con obediencia. Curó enfermos, echó fuera demonios, influyó en las vidas. Y esto es porque él oraba escuchando. Jesús sabía que estaba cooperando con el Padre para imprimir dirección a su propio futuro y el de los demás.
Es ese también nuestro privilegio al cooperar con el Padre para imprimir dirección a nuestro propio futuro y el de aquellos a quienes servimos. ¡Oremos de verdad!