Bara’ — crear
Antonio González
«En el principio creó Dios…» Lo primero que la Escritura dice sobre Dios es que «creó». De hecho, el verbo «crear» (bara’) aparece, como es habitual en hebreo, antes que el sujeto «Dios» (’Elohim). Y es que el verbo es la base de la oración en la lengua hebrea, a diferencia de lo que sucede para nosotros. En las lenguas indoeuropeas, como el castellano, el sujeto es la base de la oración. Esto es justamente lo que significa «sujeto»: el «sustrato» o el «soporte» de la oración. En las lenguas semíticas, como el hebreo, la base de la oración es el verbo. Lo que nosotros llamamos «sujeto» sería, en hebreo, el primero de los complementos. Primero se menciona la acción, y después se menciona quién la realiza, dónde la realiza, para quién la realiza, etc., etc.
Cuando la Escritura dice «en el principio creó Dios», el crear está determinado por Dios, y no al revés. Esto, en nuestro modo de pensar, parecería casi una especie de insulto a la divinidad. ¿Es la actividad más importante que quién la realiza? En realidad, lo que sucede es que solamente Dios realiza tal actividad en la Escritura. El verbo «crear» (bara’), en su forma básica (qal), solamente tiene, en los textos bíblicos, a Dios como sujeto. Solamente Dios crea. Todo lo demás, lo que hacen los seres humanos, o lo que hacen las demás criaturas, no es propiamente «crear». Para eso se usan otros verbos, como «hacer», «producir», etc. Solamente Dios puede hacer tal cosa. Y es que el crear pertenece a la esencia misma de quien es Dios. Dicho en otros términos, Dios es «el Creador». Crear no es algo ajeno a su realidad, una actividad entre otras infinitas que podría realizar. Crear es la naturaleza misma de Dios.
Sin embargo, Dios no está forzado a crear. El crear es un acto libre del Creador. Dios no tiene la necesidad ni la obligación de crear. En realidad, si Dios tuviera que crear a la fuerza, por alguna suerte de necesidad interna, esa actividad no sería propiamente «crear». La idea de crear, en la Escritura, se refiere precisamente al surgir de algo nuevo, algo inesperado, algo que no estaba predeterminado por las circunstancias anteriores. Aquello que surge cuando Dios crea es algo distinto del Creador. Algo tan distinto, que no se puede predecir, no se puede deducir de ninguna teoría sobre quién sea Dios. El crear significa precisamente que aquello que surge es algo radicalmente distinto del Creador, y no algo derivado de Dios.
En realidad, el «sujeto» de ese «crear» libre es un término que normalmente traducimos por «Dios», pero que literalmente significa «dioses» (’Elohim). Algunos quieren ver en este plural un resto de primitivo politeísmo. Para otros, se trata de una oscura insinuación de la Trinidad. Pero, en cualquier caso, ese misterioso plural funciona solamente como si fuera singular. En ningún lugar se nos dice «crearon», sino simplemente «creó». La actividad infinita del Creador es una. No hay una multitud de creadores. Solamente hay un ’Elohim, solamente hay un Dios, porque única es la actividad de crear. El plural solamente indica la multiplicidad, la riqueza y el misterio de esa actividad creadora. Es como si, «al principio», solamente estuviera claro el crear, mientras que el rostro definitivo de ese Creador solamente pudiera revelarse a través de las cosas que crea.
¿Y qué es lo que crea? Lo primero que se nos dice es que ’Elohim creó «el cielo y la tierra». Se trata de dos términos que quieren abrazar todas las cosas. En el cielo y la tierra están incluidas la luz, los astros, la tierra, los seres vivos… y toda otra criatura. El Creador es creador de todas las cosas. Y las cosas son entonces algo radicalmente distinto del Creador. Los poetas griegos, como Píndaro, tenían otra manera de ver las cosas. Para ellos, dioses y humanos, inmortales y mortales, eran radicalmente distintos, pero todos ellos hijos de una misma madre, la naturaleza. La Escritura no conoce una madre común a dioses y humanos. Más bien el carácter creador de ’Elohim, y el carácter único de la actividad creadora, establece otro tipo de relaciones y diferencias. Porque todo lo que Dios crea, por más que esté dotado de estabilidad, permanencia, gloria y majestad, no es más que una criatura. La creación no es divina, ni hay en ella personajes, o poderes, que puedan considerarse como divinos. Todas las cosas, todos los poderes, todos los soberanos, son meras criaturas.
Las cosas creadas, por muy «creativas» que puedan ser, no son nunca creadoras. Solamente Dios es creador. Ciertamente, Dios dará a la tierra y a las aguas primordiales la orden de «generar» (dasha’) vegetales, de «engendrar» (sharatz) seres vivos y de «producir» (yatsa’) animales (Gn 1,11.20.24). Pero generar, engendrar y producir no son lo mismo que crear. Todas las actividades productivas de las criaturas no son más que poderes derivados. Son cosas produciendo otras cosas. Criaturas produciendo criaturas, a partir de otras criaturas. Todas estas actividades cuentan con materiales previos, a partir de los cuales se entiende que surjan nuevas cosas. El crear de Dios se mueve en otra dimensión, porque Dios no es cosa, ni es criatura, ni meramente produce a partir de otras criaturas. Esta radical diferencia entre los verbos empleados podría haber ahorrado a muchos fallidos apologistas el establecimiento de cualquier anacrónica competencia entre las Escrituras y la ciencia.
El crear de Dios no solamente acontece «en el principio». De hecho, el principio es principio porque sin criaturas, sin cosas creadas, no hay tiempo. Dios no pertenece al tiempo, ni siquiera al principio del tiempo, sino que es eterno. Ahora bien, una vez que hay criaturas, y que las criaturas disponen de sus poderes productivos, la creatividad de Dios no se agota. Dios sigue creando. De hecho, Dios es el «Creador» (bore’) de Israel, y precisamente por eso es su Rey (Is 43,15). Si se quiere decir esto de una manera gráfica, recordemos la separación de las aguas del Mar de los Juncos. En la mitología de Babilonia, Marduk creaba separando en dos a una diosa primordial, llamada Tiamat, para dar lugar a las «aguas de arriba» y las «aguas de abajo». En el Génesis, esta separación se ha secularizado. Las cosas creadas no son divinas. Las aguas son sólo aguas. Pero la liberación de Israel, y la constitución de un pueblo bajo la soberanía de Dios son algo así como una nueva creación. Sólo Dios lo podía hacer. Dios separa las aguas para abrir las puertas de la libertad. El pueblo de Dios no se basa en ningún poder creado, sino solamente en la autoridad creadora de Dios.
Entre las muchas cosas que Dios crea, hay algo en lo que se expresa de manera única lo que significa la creación. El salmista, «David», puede pedirle a Dios un singular acto creador: nada menos que la creación de un corazón puro (Sal 51,10). Hay algo en las personas que no pueden cambiar ni las presiones, ni las amenazas, ni los tratamientos, ni las medicinas, ni las terapias. Hay algo en el ser humano que solamente puede ser cambiado si el Creador mismo toca nuestro interior, y lo hace nuevo. La transformación espiritual del ser humano es, de nuevo, un acto creador. Un acto creador que sobrepasa, de hecho, cualquier expectativa que pudo haber tenido el salmista sobre el modo en que Dios cambia los corazones. La novedad radical que caracteriza al Creador aconteció en forma más inesperada. En Cristo, el Creador se hizo criatura. Solamente en él hay esperanza para el corazón, y solamente en Cristo el pueblo de Dios puede ser un pueblo renovado. Si alguien está en Cristo, acontece la nueva creación (2 Co 5,17).