Parábolas para un mundo que vive a corto plazo (II)
Actúa por el bien de los demás
por José Luis Suárez
1. La intemporalidad de las parábolas
Las parábolas tienen el poder de estimular la conciencia pública, sacando a la gente de su estado de letargo o satisfacción de lo logrado, para darse cuenta de aquello sobre lo que no se tenía conciencia. Las parábolas agudizan el ojo intuitivo de la mente, muy a menudo embotada por el exceso actual de la lógica, racionalidad y sobresaturación de información. Nos ponen en contacto con lo que vivimos y no sólo con lo que pensamos. Nos conducen al corazón de la verdad.
Las parábolas son intemporales. Son pertinentes en todo tiempo, lugar y época, porque tocan y evocan algo primordial y fundamental del ser humano. Siempre son nuevas aunque sean muy antiguas. Nos hablan en el fondo de nuestro ser, que muy frecuentemente es ajeno a lo que ocurre en la superficie del diario vivir.
Las parábolas se dirigen a todo público: creyentes y no creyentes, con muchos estudios y sin ellos, ricos y pobres, de extractos sociales muy diferentes, a niños y ancianos. El poder del mensaje de las parábolas se encuentra en que no están contaminadas ni por la cultura, ni por la civilización del momento, ni por las prisas, ni por la velocidad, ni del vivir a corto plazo.
Las parábolas son siempre eternas y evidentes. Una mirada profunda nos hace descubrir, sin embargo, que su simplicidad, su complejidad y su riqueza las hace abiertas a mensajes múltiples, aplicables a todo ser humano. Nos enseñan a contemplar con los ojos de la fe la cara oculta de la vida cotidiana; a ver las cosas pequeñas que nos parecen insignificantes, pero que contienen verdaderos tesoros ocultos.
Las parábolas no son pasatiempos, ni historias para pasar un rato y divertirnos. Pretenden ser un mecanismo de arranque, disparadores que incitan al lector a pensar, reaccionar y actuar. Son el principio de un proceso de gran aventura.
2. Actúa por el bien de los demás
Se encontraba una vez un beduino llamado Abdul caminando por el desierto, cuando divisó a lo lejos un oasis en cuyo interior relucía una laguna rodeada de vegetación.
—¡Qué bien! —exclamó Abdul—. Ahora podré saciar mi intensa sed.
Se dirigió pues al vergel. Pero cuando se estaba aproximando a él, divisó a un hombre viejo inclinado al lado de la laguna, excavando en la tierra mientras sudaba profundamente.
—¡Buen hombre! —comenzó a modo de saludo Abdul—. ¿Qué hace cavando pozos con tanto afán en este día de tanto calor?
El viejo levantó la vista y le respondió:
—Estoy plantando semillas para que crezcan higueras.
—¿Qué dice? —inquirió a su vez Abdul—. ¿Para qué haría usted una cosa así, si nunca verá los frutos? Bien es sabido que las higueras demoran muchos años en crecer. ¡Venga conmigo a refrescarse en la laguna y olvide esas pesadas tareas!
—Es verdad que no veré crecer la higuera ni espero probar los higos —respondió el viejo—. Planto estos árboles para que un día algún otro pueda saborear sus frutos, del mismo modo que hoy estoy disfrutando de los frutos que sembraron otros antes que yo.
3. Palabras acerca del mensaje que se desprende de ésta parábola
4. Frase para la reflexión personal
Vivir para los demás, no es solo la ley del deber, es también la ley de la felicidad (Auguste Compte).