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Diccionario de términos bíblicos y teológicos
Dios — El protagonista principal de la Biblia cristiana.
Si hay un personaje o protagonista central en la extensa historia que narra la Biblia cristiana en sus dos Testamentos, no es ningún ser humano sino la persona de Dios. Ahora bien, lo que desde el principio va a interesar en la Biblia sobre Dios, es su relación con nosotros, los seres humanos de la tierra.
Es una relación llena de promesa, a la vez que plagada de dificultades. Dios bendice a la humanidad entera con el «mandamiento» de multiplicarse y llenar la tierra; pero después destruirá toda esa población porque su conducta no le agrada. Vuelve a empezar con una familia sobreviviente bendecida, pero el resultado otra vez le desagrada. Como ha jurado no volver a inundar la tierra entera, ahora escoge una familia —la de Abraham— pero para prometerles una descendencia multitudinaria en una tierra que ya está «llena» de otros pobladores (por esa bendición anterior). El resultado es previsible: no una inundación pero sí un genocidio cometido por una raza que entiende que está obedeciendo con ello a Dios.
La extraordinaria violencia de la existencia humana viene así descrita en la Biblia, pero dando a entender que es Dios quien más la impulsa. A la vez que, por otra parte, Dios da también mandamientos de paz y justicia, armonía y convivencia, perdón y reconciliación, que también —paradójicamente— espera que se cumplan.
Dios sigue eligiendo durante siglos caudillos militares y profetas para que gobiernen a su raza predilecta pero al final la dinastía más duradera de sus reyes escogidos desaparece y con ella, el proyecto de un pueblo y una tierra nacional como interés particular de Dios. Ya en las últimas décadas de ese reino, Dios se había mostrado mediante profetas como Jeremías y Ezequiel —o con una historia tan fascinante como la de Jonás— tan interesado en el resto de las naciones como en Israel.
A la postre una minoría de los descendientes del pueblo escogido regresará a aquel territorio, pero la mayoría permanecerá en «dispersión» por toda la tierra, recuperando con personajes como Daniel y Mardoqueo, un papel como el que ya había tenido siglos antes José, como consejero y mago privilegiado a las órdenes de reyes extranjeros. Y es en esa dispersión de Israel donde Dios por fin consigue casar su elección particular de los descendientes de Abraham, con su anhelo intenso de ser adorado y reverenciado en todas las naciones y por todas las razas de la humanidad.
Este estado de la cuestión se mantiene en el Nuevo Testamento donde Dios, sin dejar de ser esencialmente invisible y de estar presente en todas partes, se encarna en la persona humana de su Hijo, Jesús. La atroz violencia homicida que afea constantemente la existencia humana aflora otra vez aquí. Los demás humanos matan a Jesús y aunque Dios lo hace revivir, es para abandonar la tierra, si bien prometiendo volver algún día.
Entre tanto los que siguen a Jesús y aman a Dios, han de aprender en cada generación a vivir vidas de paz y justicia, perdón y reconciliación, en medio de una humanidad cuya tendencia a la violencia y la opresión del prójimo seguirá sin merma, ejemplificada por la permanencia del sanguinario Imperio Romano. Pero la esperanza no desaparece de la humanidad, porque Jesús ha dejado sobre la tierra su Espíritu Santo, que guiará e iluminará a sus seguidores a toda verdad y a todo discernimiento moral.
La historia de Dios en la Biblia tiene cierta forma exterior de ser una tragedia. Empieza con inmensos alardes de poder y violencia, una capacidad ilimitada para crear y destruir, que sin embargo no consiguen lo que él pretende. Incapaz de dejar de amar a los seres humanos ni de desear obsesivamente ser amado por ellos, va cambiando de tácticas. Hasta que por fin sufre en sus propias carnes la violencia característica de la condición humana: dejándose matar por no estar dispuesto ya a matar él. Entonces, aunque resucitado, Jesús se marcha de la tierra, como abandonando por fin la larga obsesión de Dios por llegar a ser amado por los seres humanos.
Pero no es tragedia ni abandono sino victoria. Porque el Espíritu Santo de Dios, el Espíritu de Cristo, sigue presente sobre la tierra. Medran y florecen en cada generación la alabanza, el amor y la fidelidad a Dios, el amor y la justicia, el perdón y la reconciliación entre los que aman a Dios y siguen al Cordero. Al final de la Biblia, en los últimos versículos, Dios es amado con pureza y sinceridad por cada ser humano, por toda la eternidad. El mal, la maldad, la violencia, el homicidio, la opresión y explotación del prójimo han desaparecido. Lo único que queda es gloria, luz, armonía, paz, justicia y bienestar, en torno a ese Dios por fin amado y adorado como siempre había sido justo amarle y adorarle.
Y así concluye la «biografía de Dios» que nos cuenta la Biblia.
—D.B. |
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