Pero hay situaciones donde
ningún tipo de resistencia es posible.
Prisión militar de Guantánamo. |
Resistir sin violencia
Dionisio Byler
En el número anterior [Sin héroes, El Mensajero Nº 130] comentábamos que hoy día se ha hecho necesario responder a la acusación de que determinadas formas de renuncia a la violencia, pueden, perversamente, estimular conductas de agresión por parte de los que ven una oportunidad en el escrúpulo ajeno.
John H. Yoder nos enseñó a desconfiar de las formulaciones dogmáticas de la ortodoxia cristiana, porque por muy correctas que fuesen éstas en principio, el caso es que se adaptaron perfectamente a los intereses de los emperadores bizantinos y de los reyes y señores feudales de Europa. Entreteniéndose en definir a la perfección los misterios de la naturaleza a la vez divina y humana de Cristo, esa ortodoxia guarda silencio acerca de la necesidad de seguir a Jesús, tratar a la gente como él la trataba, dejarse matar en lugar de matar, como él mismo se dejó matar. Naturalmente esto último, adoptar la forma de vivir y de tratar al prójimo que había adoptado Jesús, no interesaba a los que tenían la responsabilidad de gobernar a miles y millones de seres humanos, defender sus tierras de ejércitos invasores y castigar sin misericordia a los rebeldes.
Los propios obispos cristianos se dieron cuenta rápidamente que si el emperador cristiano se comportaba como Jesús, el resultado sería primero el caos, después un régimen violento y depravado —y pagano. Agustín de Hipona, famosísimo obispo africano, lamentaba el empleo de la tortura. Sabía que intentando llegar a la verdad se torturaba hasta la muerte a muchos inocentes; pero la veía de todas maneras necesaria e inevitable, y exhortó a los gobernantes cristianos a no volverse excesivamente escrupulosos y mansos. Martín Lutero fue fiel seguidor de Agustín en este particular: Exhortó a los príncipes alemanes a no tener piedad con los campesinos cuando se alzaron contra sus señores.
En otras palabras, en el caso de los gobernantes, más que posible era necesario ser perfectamente ortodoxos en la teología, a la vez que completa y absolutamente paganos en la conducta. De esto desconfiaba Yoder, y nos enseñó a sus estudiantes y lectores a desconfiar también.
Pero ahora surge la pregunta: ¿Acaso la enseñanza menonita de indefensión voluntaria que tan bien explicó Yoder en sus escritos —la de no defenderse sino encomendarse por fe a la protección divina— no deja desprotegidos a los cristianos que así se conducen, para aprovechamiento de los violentos? ¿Cuántas mujeres adoctrinadas a someterse mansamente y sin rechistar primero a su padre, después a su esposo, han sufrido vejaciones y malos tratos toda la vida… por querer amar y perdonar como amó y perdonó Cristo? ¿No podría escudarse un acosador sexual, por ejemplo, en la confianza en Dios de una mujer cristiana, para cometer contra ella abusos indecentes? Si los cristianos han de someterse a los maltratadores como se sometió Cristo hasta la cruz, ¿es realmente cierto que Dios vaya a intervenir para proteger?
El refranero castellano tiene la siguiente máxima: «A Dios rogando y con el mazo dando.» Es decir, están muy bien las oraciones, con tal de que uno no deje de repartir mazazos para protegerse de los malvados. Porque la experiencia y la historia de la humanidad nos dicen que Dios no interviene sobrenaturalmente casi nunca para proteger a los que se encomiendan a él y dejan de defenderse a sí mismos.
Una premisa falsa
El planteamiento, sin embargo, empieza como en general el rechazo de la no violencia de Jesús, con una premisa falsa. La idea del refrán que hemos citado, es que «con el mazo dando» es posible protegerse. Pero para eso hay que ser más fuerte o más hábil que el enemigo. Un enemigo que tal vez sea todo un profesional de la violencia y la crueldad, con armas acaso mejores que un simple mazo y desde luego curtido en batallas donde ya ha matado a otros muchos que se le resistían.
La violencia promete lo que no puede cumplir. No puede proteger, a no ser que uno dedique la vida entera a ser más diestro y estar mejor armado que cualquier enemigo en potencia. Pero los cristianos no podemos dedicar la vida a eso. ¡Tenemos otras cosas mucho más importantes a que dedicarnos!
En cualquier enfrentamiento violento entre dos partes, por lo menos una de las partes saldrá perdiendo. Lo normal es que salgan perdiendo, en alguna medida, ambas partes. Hay un precio psíquico y moral que tiene que pagar cualquier persona que haya matado al prójimo. Los excombatientes suelen preferir no hablar de lo que tuvieron que hacer en la guerra. Es demasiado crudo, demasiado difícil de encajar en su vida civil posterior.
Resistencia, sí, pero sin violencia
Los menonitas solíamos describir nuestra conducta tradicional como «no resistencia», por aquello de «No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra» (Mt 5,39).
Pero a mí me parece, por lo que se desprende de la propia conducta de Jesús, que la cuestión es no resistir con métodos violentos, con métodos que destruyen en lugar de generar oportunidades nuevas para la paz y la reconciliación. Hay muchas formas de resistir que, dejando de lado el recurso a la violencia, sin embargo es resistencia y puede por tanto influir positivamente contra la maldad.
Podríamos decir que Jesús dedicó su vida entera a resistir el mal en todas sus formas y manifestaciones. No es que Jesús nos enseñara con sus palabras y su ejemplo a aceptar con resignación pasiva la maldad y la crueldad y la injusticia. Al contrario, nos enseñó a resistir pero con otros métodos, con otras armas. Nos enseñó a combatir activamente la maldad en el Espíritu y con armas espirituales, bajo la guía del Espíritu Santo de Dios. Estas armas no son carnales y por eso mismo serán, a la larga, infinitamente más eficaces y potentes para destruir fortalezas de maldad.
Hace años los cristianos y otras muchas personas de bien nos sumamos al boicot de Sudáfrica por su política de opresión y apartheid de los blancos contra los sudafricanos autóctonos. No fue resistencia violenta, no fue resistencia letal cuya finalidad fuera destruir al enemigo. Fue resistencia activa, cuya finalidad era obligar a los poderosos a recapacitar, ante el rechazo universal de la humanidad. Concretamente los blancos de Sudáfrica, que eran de mayoría evangélica, ante el rechazo universal de las iglesias del mundo, tuvieron que releer sus Biblias y reexaminar su doctrina de la separación de las razas. Hasta que el Espíritu de Cristo los condujo a otra manera de comprender su realidad nacional. Resistencia, sí, desde luego. Pero resistencia no violenta, no letal, que no destruye sino que edifica.
A nivel individual, pongamos el caso de una mujer sometida a acoso sexual por alguien más poderoso y con mayor prestigio social que ella, tal vez un líder muy admirado en su iglesia cristiana. La enseñanza de Cristo no la obligaría a aguantar sumisamente, con resignación y silencio. Es su derecho —quizá hasta su obligación— resistirse a lo que está pasando y denunciarlo, para que esas conductas sean abandonadas. Como lo más probable es que nadie la crea (es su palabra contra la de una persona influyente), tal vez deba emprender acciones dramáticas para hacer visible lo que insiste en ser invisible. Ahora bien esa resistencia, si cristiana, deberá ser sin violencia; por lo menos sin violencia letal, violencia que destruye.
Estos casos de abuso de autoridad o de posición superior son especialmente delicados. Y no solamente por la falta de credibilidad de la víctima ante el prestigio social del maltratador. El desequilibrio entre las partes hace que el perdón y la disposición a la reconciliación por parte de la persona más débil, sea utilizado habitualmente por el más poderoso para aprovecharse. El abusador consigue el perdón a cambio de promesas de cambio, y sin embargo sigue abusando. Por ello la resistencia nunca puede ser puramente personal, sino que como el boicot a Sudáfrica, necesitará el apoyo de otras personas. Esas personas deberán presionar y vigilar la situación, con el fin de obtener cambios reales y la eliminación de la conducta abusiva.
Situaciones «irresistibles»
Por último, es de rigor observar que hay situaciones donde no resistir —de ninguna manera visible, por lo menos— sigue siendo la única manera de sobrevivir. Hay que pensar que Jesús conocía muy bien el mundo en que vivió. Un mundo gobernado por un imperio de brutalidad extraordinaria y crueldad exagerada. Un mundo con una proporción elevada de esclavos cuyos cuerpos, por definición, no eran propios sino propiedad ajena.
A Jesús, resistir el mal en su mundo, oponerse a la maldad diabólica que campaba a sus anchas en su tierra, le costó la vida. Aunque su resistencia fuera no violenta, aunque siempre procuró edificar y nunca destruir a nadie.
Hay situaciones hoy también, donde ningún tipo de resistencia —violenta o no, da igual— tiene la más mínima esperanza de conseguir nada y todas las garantías de acabar en muerte.
Pongamos el caso de las chicas secuestradas para la trata al servicio de los clientes de la prostitución: Pueden elegir entre aceptar su esclavitud, donde sus cuerpos ya no les pertenecen a ellas, o ser matadas sin contemplaciones y que probablemente maten también a sus seres queridos. Ningún tipo de resistencia es posible y deben además poner buena cara para dejar satisfechos a los clientes, esos incalificables que alquilan sus cuerpos. Da igual que sean ateas o cristianas: la no resistencia absoluta es su única forma de sobrevivir ellas y que sobrevivan sus seres queridos.
Hay también hoy día, como en los tiempos de Jesús, regímenes políticos de opresión y crueldad ilimitada. Regímenes donde no se tolera ni siquiera la resistencia no violenta, no letal, que procura edificar y nunca destruir.
Aquí el consejo o la enseñanza de Jesús — No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra— parece eminentemente práctico. Es un consejo de supervivencia. Un consejo de esperanza en Dios, esperanza que acaso no se vea justificada hasta la resurrección, pero siempre esperanza en Dios. Dando el presente por perdido —porque ese es claramente su caso— se atreve a creer que puedan haber otras realidades superiores, donde todavía pueda prevalecer la bondad y el amor de Dios.
Así que es necesario decir todavía, a pesar de todo, que queda algún lugar en el pensamiento cristiano para la no resistencia a secas. Siempre que sea posible, habrá que resistir con firmeza aunque sin violencia, por principio aunque sin matar ni destruir ni procurar activamente el mal de nadie. Pero donde ni siquiera esto es posible, nadie nos puede quitar la capacidad de esperar en Dios y confiar en la resurrección.
Ni nadie nos puede quitar tampoco la capacidad de orar: Hágase tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra. (En silencio y mentalmente, si es peligroso hacerlo en voz alta.) |