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  Nº 128
Diciembre 2013
 
 
Junto al río Quebar (con referencia a las visiones de Ezequiel). Cuadro de Ember Blue, en Internet Ezequiel

Evolución de Israel y de la fe popular de Israel
a lo largo del Antiguo Testamento
por Dionisio Byler
2ª Parte (y fin)

En la primera parte: La fe popular de Israel sufre una lógica evolución con el paso de los siglos que relata el Antiguo Testamento. Las raíces cananeas de Israel son hondas, tanto en cuanto a antepasados biológicos como en cuanto a costumbres y creencias. Convertidos imperfectamente al Dios de Moisés, durante toda su historia será denunciada por los profetas la falta de claridad y dedicación exclusiva al Señor. La monarquía adopta patrones cananeos de la religión estatal como método de control de la población. Los profetas consideran que esta realidad es también negativa: el resultado espiritual es también deficiente.

El exilio y el cambio de signo de los conflictos religiosos

• Bajo la especial inspiración de Ezequiel, en el destierro se elabora una concepción de la identidad de Israel como algo inmerso en la sociedad en cualquier lugar del mundo, pero con identidad propia como adoradores del Señor. Israel empieza a definirse como etnia, como gueto, como religión, pero sin la necesidad de un Estado más allá de unos sueños fantásticos de restauración en un futuro impreciso.

Se trata de los comienzos de una visión escatológica de la realidad. Ezequiel, por una parte, tiene visiones de la deidad montada sobre los querubines, que abandona el Templo en dirección al oriente —donde están ellos, los exiliados. Y por otra parte, sus visiones de la reconstrucción del Templo y de Jerusalén y de la nación de las Doce Tribus originales, es puramente fantasiosa y geográficamente imposible: Es una visión escatológica, una esperanza de cosas que por definición jamás se podrán consumar en esta vida y esta geografía presentes.

Así la esperanza que inspira el Dios de Israel se adapta para ser la primera religión que ya no es territorial sino auténticamente universal, una religión que puede ser tan válida para los judíos que viven en Asia Central o en la India, como para los que viven en la propia Persia o en «el fin de la tierra», es decir en Tarsis (hoy España).

• Cuando durante la era de los persas empiezan a volver a Jerusalén, poco a poco, algunos de los descendientes de la nobleza militar y sacerdotal jerosolimitana que había sido exiliada por los babilonios, se crea un conflicto con la población lugareña. Pero ahora es un conflicto con otras características muy diferentes.

Ya quedan muy en el pasado las doce tribus de campesinos independientes con su Dios libertador, contra los señores feudales cananeos.

Los judíos «persas» que van llegando, han desarrollado en un tiempo relativamente breve una nueva manera de entender la religión, donde han descubierto que el Dios invisible que adoraban, se había marchado con ellos al exilio y estaba en todas partes. Un Dios al que se conoce muy especialmente, en el estudio de los documentos escritos que ellos en el exilio estaban conservado, recopilando, reeditando y empezando a reconocer como fundamento para su identidad como adoradores del Señor.

Ahora el conflicto con los naturales del país viene de que todos ellos, indistintamente, se sienten israelitas de pura cepa. Pero los judíos «persas», los que vienen del exilio, puesto que tienen los libros y la cultura de su lado —y han visto mundo— se creen muy superiores a los campesinos ignorantes, que siguen con sus supersticiones ancestrales heredadas desde los tiempos de Abraham. Con Esdras-Nehemías vemos el conflicto planteado y en 1-2 Crónicas lo vemos resuelto, en un período relativamente breve. Lo sabemos resuelto, porque aunque Crónicas se escribió varias décadas más tarde y está lleno de genealogías, no se cuela ningún tipo de referencia negativa a las familias que habrían sido los antepasados de los enemigos de Esdras y Nehemías.

• A continuación tenemos un apagón de información de varios siglos que es, sin embargo, uno de los períodos más críticos para la historia de la religión judía y por tanto también de la religión cristiana: Cae el telón (con la reconstrucción de Jerusalén y del Templo. Se levanta el telón, y tenemos el judaísmo como una entidad internacional —de dimensiones mundiales. Un judaísmo que se lleva más o menos bien con sus gobernantes de muy diferentes nacionalidades, culturas, idiomas y religiones; pero conservando siempre una identidad propia.

Estos judíos están integrados en el mundo idólatra pero son siempre diferentes del mundo idólatra. Es una «tribu» o «etnia» a la que se pertenece por nacimiento, pero a la que se puede renunciar con el expediente sencillo de dejar de adorar al Señor y ponerse a adorar a los ídolos. Pero también se puede pertenecer por conversión: Innumerables «prosélitos» se van adhiriendo —con el rito de la circuncisión en el caso de los varones— y pasan así a ser considerados judíos de pura cepa. Se entiende que todos los judíos son descendientes lineales de Abraham, a la vez que ni todos los descendientes biológicos están, ni casi nadie de los que están descienden biológicamente.

Este es el judaísmo de la diáspora, como fenómeno mundial hasta el día de hoy.

• Existen otros conflictos, posteriores. Los libros de Macabeos relatan una crisis vivida en la provincia de Jerusalén bajo el reinado de uno de los reyes griegos que gobernaban desde Siria. Sin embargo esos libros no entran en la Biblia de los judíos (ni de los cristianos protestantes).

El Nuevo Testamento relata nuevos conflictos de identidad: Entre judíos y samaritanos, por una parte; y entre judíos y «los nacionales», o las gentes de las naciones, los gentiles. Jesús parece querer superar o ignorar esas diferencias, sin embargo. El relato de Mateo 15,21-28, por ejemplo, indica que Jesús «descubrió» que el camino a seguir no es el de separación racial, sino el de la inclusión de todos aquellos que tienen fe auténtica en el Dios de Abraham.

Es fascinante aquí la referencia a esta mujer como «cananea». Marcos la llama «sirofenicia», una descripción sociológica apta para su generación. Pero el mote de «cananea» capta perfectamente la ascendencia cultural y geográfica de la gente de ese lugar. Asombrosamente, Jesús entra a ese episodio como portavoz de rancios prejuicios raciales y religiosos, pero se deja convencer. Acaba viendo en ella sencillamente un ser humano necesitado, un ser humano tan válido y tan amado por Dios, como él mismo o cualquier otro judío.

A manera de conclusión

Tras la caída de Jerusalén en el siglo VI a.C., Israel aprendió a vivir en dos modalidades:

En la dispersión, colaborando con soberanos paganos, a pesar de los peligros (persecuciones ocasionales) que ello conllevaba.

En una provincia sometida a una metrópoli pagana lejana, y gobernada localmente por una dinastía de sumo sacerdotes. El judaísmo mundial tenía el Templo y la Ley y los Profetas, al centro de su sociedad, cultura, literatura, identidad étnica, política, etc.

Los judíos, aunque a veces —especialmente en tiempos de persecución— tal vez añorasen la independencia política, acabaron por aceptar este estado de la cuestión como algo por lo menos tan bueno —pero tal vez claramente superior— que una monarquía propia. Si el centro de la vida era el templo y no la corte, los judíos podían dedicarse ahora relativamente más a Dios y menos al rey, a las intrigas palaciegas y a las guerras internacionales.

— Esdras-Nehemías y Crónicas, los últimos libros en el orden oficial de la colección de libros judíos que son hoy nuestro Antiguo Testamento, apuntalaban este estado de la cuestión como plenamente satisfactorio.

— El libro de Ester, que describe una crisis en la diáspora en estas circunstancias, confía en que tales crisis se pueden resolver por la lealtad demostrada al emperador pagano.

— Daniel, que en el siglo II a.C. se dirige a la peor crisis sufrida en Jerusalén/Judea —ahora como parte del mundo helenizado posterior a Alejandro Magno— confía plenamente en la soberanía última de Dios sobre los monarcas paganos, el gobierno eficaz de Dios sobre toda la humanidad, y su especial cuidado de los judíos.

En ningún caso se sueña con volver a la monarquía con la antigua dinastía de David, salvo en un sentido místico o escatológico —mesiánico— donde algunos profetas hablan del gobierno directo de Dios sobre la nación, mezclando alusiones a que el propio David volvería a reinar. Pero como los judíos jamás creyeron en la reencarnación, está claro el sentido simbólico —no literalista— que tienen esas expresiones de esperanza en el regreso de David. El Mesías anhelado sería otra clase de rey, daría otra clase de liderazgo a la nación, tendría otra forma de relacionarse con los extranjeros.

No resulta descabellado opinar que Jesús fue (es) ese Mesías diferente. Con él es posible imaginar la reconciliación de todas las familias de la humanidad.

Los relatos del libro de Hechos, así como las cartas de los apóstoles, confirmarán que esta es la línea a seguir. En Cristo desaparecen las barreras raciales, los prejuicios contra gentes de otras religiones. Todo ser humano es digno, todo ser humano interesa personalmente a Dios. Dios está haciendo algo nuevo: una nueva humanidad sin distinciones ni preferencias por unos más que otros. La alianza de Dios con Israel no desaparece; sencillamente se ensancha para abarcar a toda la humanidad.

 
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Sirofenicia

Jesús y la mujer sirofenicia [detalle].
Cuadro de Paolo Veronese. Siglo XVI.