Diccionario de términos bíblicos y teológicos
infierno — En la creencia popular, lugar de castigo eterno donde Dios torturará durante miles de millones de billones de años sin fin, con tortura espantosa e insoportable y crueldad insaciable, a los que no lo adoran.
La amenaza del infierno es la bomba atómica del arsenal de algunos evangelizadores. Para quien no se «entrega a Cristo» voluntariamente —por amor y admiración, al sentirse inspirado por la invitación a un estilo de vida moral y solidario y lleno de perdón— nos guardamos el argumento del terror: Más te vale no caer bajo los arrebatos sádicos de Dios.
El Antiguo Testamento no sabe nada del infierno. Allí el lugar de todos los muertos —indistintamente: los buenos y los malos— es el Seol; un término más o menos equivalente a nuestra palabra «cementerio».
En el Nuevo Testamento hay cuatro términos que hemos de considerar:
1. La Geena. Aproximación en griego del término ge hinom, esta palabra que aparece solamente en los evangelios, ha sido traducida como «infierno» por la versión Reina-Valera. La ge hinom, sin embargo, es el Valle de Hinom, a las afueras de Jerusalén, que hacía de vertedero municipal. Parece ser que el valle se incendiaba de vez en cuando, con un fuego lento que podía tardar semanas en extinguirse. En diversas ocasiones Jesús se refirió —metafóricamente, no puede caber ninguna duda— a que ciertas personas con ciertos tipos de actitud y conducta, acabarían siendo echados al Valle de Hinom. Era una figura apta para decir: Tu vida y tu existencia equivale a basura, desperdicio, desechos inservibles. Si te mantienes en esas actitudes y conductas acabarás relegado al olvido y el desprecio universal como cualquier objeto o basura echada al Valle de Hinom.
Los buenos de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, formados en el cristianismo medieval español, pensaron que la traducción más apropiada para el término griego Geena sería «infierno». Nosotros, a la inversa, tenemos que aprender a entender «vertedero municipal» donde Reina-Valera pone «infierno».
2. El Hades. El Hades figura en la mitología griega como algo parecido al Seol de los hebreos. Era el lugar donde iban a parar los muertos. Todos los muertos: buenos y malos indistintamente. De allí no volvía nadie. Era el destino final, sin retorno, de todo ser viviente.
En la parábola de Jesús sobre el hombre rico y el pobre Lázaro, en el Hades hay dos regiones, separadas por un abismo: en una se sufre mucho después de muertos, mientras que la otra región viene descrita como «el seno de Abraham», sin más explicación. Si Jesús pensaba de verdad que los muertos siguen conscientes y pueden seguir sufriendo, es extraño que no lo dijera con más claridad y sólo se refiriese a esa idea en un cuento.
En el resto de las ocasiones donde el Nuevo Testamento emplea la palabra «Hades», viene a ser más o menos sinónimo de «muerte» o «cementerio» (el lugar de los muertos).
3. El Tártaro. Tenemos una única mención en el Nuevo Testamento del Tártaro, que en la mitología de los griegos, es el abismo donde habían sido reducidos y encarcelados eternamente los gigantes cuando se rebelaron contra los dioses del Olimpo. En 2 Pedro 2,4, se entiende que este mito griego es más o menos equivalente a las revelaciones del libro de Enoc (apócrifo judío, siglo I a.C.), donde los ángeles caídos —es decir, rebeldes contra Dios— son derrotados y exiliados en la época de Noé. Aunque muchos cristianos se creen las fantasías alucinantes de Enoc (sin saber que vienen de un libro apócrifo), la alusión que hace aquí 2 Pedro del libro de Enoc no debe exagerarse. El libro de Enoc no figura en la Biblia, por muy buenos motivos; y su contenido no puede sentar doctrina. Lo que hemos de sacar en limpio de este párrafo de 2 Pedro, es que Dios distingue entre los buenos y los malos y hará justicia: otra cosa diferente es que el Tártaro de la mitología griega sí exista.
4. El lago de fuego. Apocalipsis 20 menciona un lago de fuego como lugar donde serán castigados el diablo, la bestia y el falso profeta… y los que no están anotados en el Libro de la Vida. El versículo 10 da a entender que ese «tormento» no tiene fin; pero el versículo 14 aclara que se trata de una «segunda muerte» —es decir, viene a ser la desaparición absoluta, el dejar de existir.
Servimos a Dios por amor y gratitud y porque su belleza y bondad nos han iluminado. El terror no es ni ha sido nunca su estilo. Dios no es un extorsionador al que hay que pagar con zalamerías y alabanzas para esquivar sus impulsos sádicos.
¡Dios es amor y luz y bondad! Y quien afirme lo contrario… se equivoca. (¡Menos mal!)
—D.B. |