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Diccionario de términos bíblicos y teológicos
espíritu — En las lenguas bíblicas, el elemento propio de la respiración, lo que se inhala y exhala. Como la respiración es esencial a todo animal terrestre que está vivo, la presencia (o no) del espíritu respirado, determina si el ser en cuestión está o no vivo: entonces tener espíritu acaba siendo más o menos sinónimo del término estar vivo. Y espíritu acaba siendo también sinónimo de la idea de lo que es esencial o particular del ser vivo individual. Cada ser vivo tiene su propio espíritu que es tan único y propio como lo es el aliento que cada ser respira.
La conexión entre las palabras espíritu e inspirar, expirar y respirar existe también en castellano, aunque normalmente no reparamos en ello. Aunque inspirar podría ser lo mismo que inhalar, se usa habitualmente en el sentido de penetrar la mente desde fuera con especial luminosidad y creatividad; y aunque expirar podría ser lo mismo que exhalar, se emplea en el sentido de morir, dejar de existir, acabarse. Y el término espíritu ya no denomina lo que se respira, sino que se emplea para indicar una cualidad o identidad o ser inmaterial, que puede poseer un cuerpo material que respira, pero no necesariamente.
Sin embargo en hebreo (Antiguo Testamento) y en griego (Nuevo Testamento), la conexión entre el espíritu y la respiración de un ser vivo es muy directa e inmediata. Tiene espíritu lo que respira. Por consiguiente espíritu es en esos idiomas fundamentalmente, antes que cualquier otra cosa, aire en movimiento. Las palabras rúaj (heb.) y pneuma (gr.) se pueden traducir perfectamente, entonces, por cualquier término castellano que indica aire en movimiento: Aliento. Viento. Brisa. Exhalación. Inspiración. Soplo. Vendaval. Hálito.
Aunque en griego, igual que en hebreo, ese significado de aire en movimiento es el sentido primario de la palabra, los filósofos griegos acabaron empleando el término en un segundo sentido derivado y desmaterializado. Si estar en movimiento era un rasgo esencial del aire, que es invisible y se extiende hasta el infinito sobre nuestras cabezas, ese aire en movimiento —es decir espíritu— era la característica fundamental del cielo y de todos los dioses y demonios que en él habitan. En efecto, la espiritualidad, el ser espíritu, es uno de los rasgos esenciales de los dioses y los demonios. Luego también en el mundo romano, los grandes héroes y los reyes de más singular renombre, al expirar el aliento cundo morían, ese su espíritu humano ascendía también al cielo, donde ocupaba su lugar entre los dioses, para seguir beneficiando desde el cielo a la humanidad. Alcanzar ese rango de ser puramente espiritual e inmaterial celeste, era la aspiración de alguna de las escuelas filosóficas.
No era la espiritualidad el único rasgo de los dioses del cielo y de los hombres endiosados al morir. También lo era la luminosidad, la luz. De ahí que los astros eran todos dioses (u hombres endiosados) y los dioses (y espíritus endiosados de los hombres) eran todos astros del cielo.
Estos conceptos filosóficos griegos y populares romanos están ausentes en el Antiguo Testamento, sin embargo. Y aunque están presentes inevitablemente en el Nuevo Testamento —que se redactó en la era romana— y muy especialmente en la teología cristiana posterior, en el propio Nuevo Testamento pesa mucho todavía la influencia del Antiguo y de la manera hebrea de entender el concepto de espíritu como «viento» o «aliento».
Todas estas consideraciones invitan a explorar diferentes matices de la comprensión de aquellos textos en la Biblia donde hallamos la palabra espíritu y Espíritu (el empleo de mayúsculas para distinguir nombres propios es un invento posterior, ausente en los textos bíblicos). Veamos algunos ejemplos, partiendo de la traducción Reina-Valera 1960:
Gn 1,2. Y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios [aliento divino, viento de parte de Dios, soplo de Dios] se movía sobre la faz de las aguas.
Ez 36,26-27. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu [aire, aliento, soplo] nuevo dentro de vosotros […] Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu [aire, aliento, soplo], y haré que andéis en mis estatutos…
Lc 4,1. Jesús, lleno del Espíritu Santo [soplo de santidad, aire santificador, aliento sagrado] volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu [por el viento, por el soplo, por el aire] al desierto…
Jn 20,22 Y [Jesús, resucitado] habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo [el soplo de santidad, el aliento sagrado].
En estos casos y otros muchos que podríamos proponer, el resultado puede variar desde «descabellado» a «interesante» a «perfecto»; pero el ejercicio en sí es útil y nos ayuda a pensar más allá de nuestras rutinas habituales.
¿Y qué?
Bueno, para empezar, es tal vez reconfortante imaginar que el aliento de Dios se funde con nuestra respiración para llenar desde nuestros pulmones toda nuestra vida y acciones, porque se mueve en nuestro interior.
—D.B. |
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