Nueve pecados capitales de ayer, de hoy y de mañana (IV)
por José Luis Suárez
2º - El pecado de la cobardía
Son pocos los cristianos que hoy consideran la cobardía un pecado. Entre otras razones, esto es porque nos parece que es un asunto personal que tiene que ver más con el carácter y forma de ser de ciertas personas. Ni siquiera nos planteamos que tenga que ver con la relación con Dios o que haga daño al prójimo. La cobardía tiene una connotación más social que religiosa. Incluso le ponemos otros nombres para endulzar esta manera de ser, como diplomacia, astucia o razón.
Formas en que este pecado se manifiesta
Dos textos bíblicos entre otros muchos que encontramos en la Biblia, nos ayudarán a entender este pecado. El primero tiene que ver con Abraham, personaje de todos conocidos por su tremenda fidelidad a Dios, hasta tal punto que está dispuesto a sacrificar a su hijo por obediencia a la voz de Dios ( Génesis 22). Pero una historia menos conocida y menos comentada de Abraham es la que encontramos en Génesis 12,10-20, donde Abraham pide a su mujer Sara que mienta a los egipcios diciendo que es su hermana —por miedo a que le maten.
El segundo relato de este pecado de la cobardía lo encontramos en Mateo 25,14-30. El versículo 18 nos dice: En cambio, en el que había recibido un talento, tomó el dinero del amo, hizo un hoyo en el suelo y lo enterró. La continuación de la historia nos muestra la severidad de Jesús ante la actitud de este hombre que no usó el talento que Dios le había dado.
Estos dos relatos tienen un denominador común, el miedo: es al imaginar lo que le podía ocurrir que Abraham tiene miedo y este miedo a lo imaginado le lleva a la mentira.
El hombre que recibió un talento también se imaginó que no sería capaz de usar bien su talento, por lo que su miedo a lo imaginado le conduce a enterrar el don recibido.
Estas dos historias aunque diferentes nos hacen ver dos formas de enfrentar el pecado de la cobardía: la mentira o la retirada. Ambas son dos caras de una misma realidad.
En el caso de Abraham ante el peligro, su cobardía le lleva a protegerse de lo desconocido con la mentira y en el caso del hombre que recibió un talento, para protegerse de su cobardía huye de su responsabilidad enterrando su talento.
El miedo se ha conocido en todos los tiempos y culturas. El miedo es el sentimiento que aparece cuando se prevé una amenaza y puede deberse a causas externa o internas. Las personas con este pecado arraigado son especialistas en idear escenarios catastróficos debido a las trampas mentales de este pecado y que se convierten en una tortura que puede llevar nombres diversos: miedo al cambio, a equivocarse, temor a lo desconocido, a la soledad, a la crítica, a la hostilidad, al engaño, a no estar a la altura de lo esperado, a no cumplir con su deber, a la traición, al castigo después de una equivocación. «Tuve miedo porque estaba desnudo y me escondí», nos dice el relato de Génesis 3,10. Este miedo es el resultado del pecado de la cobardía.
Las personas con este pecado arraigado, ante el miedo a lo desconocido, usan corazas y armaduras que se llaman mentira, evasión, ambigüedad, para defenderse del peligro que les acecha. La realidad nos enseña como en la historia de Abraham que la amenaza o sensación de peligro es muy a menudo más imaginaria que real.
La historia que cuenta Robert Fisher en el pequeño libro El caballero de la armadura oxidada, es un buen ejemplo de las corazas y armaduras que las personas que con este pecado se ponen para defenderse. En un momento de la historia la ardilla le dice al caballero de la armadura oxidada: «Recordad que el dragón es solo una ilusión».
Este pecado arraigado consiste la mayoría de las veces en adelantarse a lo que pueda ocurrir. La mentira de Abraham, es una estrategia militar muy conocida. Las armas de destrucción masiva en Irak, fue la razón utilizada por los señores de la guerra para su invasión en el año 2003. La historia demostró más tarde que estas armas eran imaginarias.
El pecado de la cobardía hace a las personas prudentes, temerosas, desconfiadas e inseguras y muchas veces incapaces de tomar decisiones, porque necesitan informaciones correctas continuamente para no equivocarse y postergan las decisiones de forma infinita. Todo cambio les asusta, por lo que este pecado distorsiona toda su manera de acerarse a lo que ocurre ya que el mundo se percibe como una amenaza para su supervivencia.
El pecado de la cobardía es una falta de orientación interna donde las contradicciones y las ambigüedades son constantes y su consecuencia lógica es la falta de confianza en uno mismo.
La liberación del pecado de la cobardía
Soy muy consciente que el pecado de la cobardía —así como los otros ocho pecados de esta serie— es un pecado o enfermedad del alma que está arraigado en nosotros con raíces cuya profundidad desconocemos. Una reflexión más exhaustiva sobre como descubrir su origen y sacar esas raíces desborda el propósito de esta serie de estudios, por lo que me limitaré a enumerar dos principios que puedan servir de referencia para seguir reflexionado sobre el tema. Estos principios son indicativos y no limitativos, espacios abiertos y no cerrados.
1. La fuerza de la debilidad
Como ya hemos comentado en otra ocasión, todo ser humano vive con dos realidades: creado a imagen de Dios y contaminado por el pecado. La persona con el pecado arraigado de la cobardía —como los demás pecados— lleva el sello en su vida de la imagen de Dios, por lo que podemos decir que su pecado puede convertirse en su fuerza (así como su fuerza en su debilidad). En el pelo de Sansón estaba su fuerza, pero también su debilidad.
La persona con el pecado arraigado de la cobardía empieza el proceso de la liberación de su pecado cuando se da cuenta de todas sus potencialidades, de todo aquello que tiene bueno, lo cual es como quitar la venda de los ojos a una persona. Esta fuerza lleva nombres como valentía, tomar riesgos, recursos ilimitados para actuar, etc.
2. Confianza básica
En el cuento del caballero de la armadura oxidada, éste pregunta al mago Merlín: «¿Cuándo podré salir de esta armadura?» Merlín responde: «¡Paciencia! Habéis llevado esta armadura durante mucho tiempo. No podéis salir de ella así como así». Y más tarde le dice: «Esta batalla no se puede ganar con la espada. Tendréis que dejarla aquí».
La fuerza de la debilidad que permite liberarse de la cobardía no se consigue con los recursos humanos —que no por ello dejan de ser útiles y de gran ayuda— sino con la gracia divina. Una vez vislumbrada la fuerza innata que se lleva dentro, se necesita la gracia de Dios para actuar.
La Biblia dice constantemente: «No temas, cree solamente». Esta creencia es mucho más que un credo. Significa emprender un camino, por muy escabroso que sea.
Es esta confianza básica lo que le permitió a Abraham obedecer a Dios y estar dispuesto a ir hasta el final de lo que él consideró una obediencia a la llamada divina. Es esta confianza básica lo que le permitió decir a su hijo: «Dios proveerá el cordero para el holocausto».
Es una realidad que cuando una persona cobarde es tocada por la gracia divina se convierte no sólo en una persona que confía en que Dios proveerá, sino que también en una persona fiel a Dios y fiel en sus compromisos con aquellos que le rodean. La lealtad se convierte en una manera de vivir. El cumplir la palabra dada, la constancia en el compromiso —algo poco corriente en este mundo— es la fuerza de un cobarde transformado por la acción de Dios. Se puede confiar en un cobarde transformado.
A modo de conclusión
La tentación del pecado de la cobardía nos acompañará a lo largo de toda la vida, como todos los pecados arraigados. Por eso debemos recordar diariamente que la transformación no se produce por casualidad. Se necesita la gracia divina y también la voluntad de arriesgarse, de contar con lo imprevisible, contar con no saber lo que acontecerá. Esto es ir más allá de lo seguro. Pero no puede haber trasformación sin riesgos.
Para poder ir más lejos
• Lucas 8,22-25
• Juan 20,24-30
• Un hombre quiere colgar un cuadro pero no tiene martillo. Piensa entonces en ir a la casa de su vecino para pedirle el martillo prestado. En ese momento empieza a dudar: Quizá el vecino esté ocupado en ese momento y se sienta molesto. Además le parece que debe estar enfadado por alguna razón que desconoce, ya que ayer le saludó sin prestarle mucha atención. ¿Quizá tiene algo contra mí? De hecho, no se en qué le he podido ofender. Va creciendo en él el enfado contra su vecino. Finalmente va corriendo a casa de su vecino, toca el timbre y cuando le abre la puerta le grita: «¡Guárdese su maldito martillo!» |