El Mensajero
Nº 104
Octubre 2011
universo

«El amor es la única ley que rige el universo».

La madurez cristiana (16)

Maduramos cuando
el amor guía nuestros actos
por José Luis Suárez

Estamos llegando al final de esta serie de estudios sobre la madurez cristiana y me gustaría concluir con tres temas sobre la madurez: el amor, la libertad y Jesús modelo de madurez.

En estos tres últimos artículos intentaré ser breve en la exposición para dejar espacio a preguntas, pistas y propuestas, de forma que estos temas no se queden sólo en la reflexión —la cual es buena, necesaria e indispensable— sino que sirva para que estos temas se encarnen en la vida, porque de lo contrario la reflexión sirve de muy poco. Ya el dicho popular acerca del amor nos dice: «Hechos son amores y no buenas razones».

El amor

Todos deseamos amar y ser amados. Esta es la mayor aspiración de todos los seres humanos desde que el mundo existe. Esta necesidad de amar y ser amado aparece en todas las épocas, religiones y culturas. Desde tiempos inmemorables y en forma de poemas, cantos, música, pinturas, novelas, esculturas y hasta en los dichos de la sabiduría popular el amor ha estado presente en la vida de todos los pueblos.

El amor ha sido, es y será el centro de la vida del ser humano, el corazón de la relación con Dios, con el prójimo y con uno mismo.

Pero tendríamos que empezar preguntándonos: ¿De qué hablamos cuando empleamos esa palabra mágica llamada «amor»? El amor es algo demasiado grande, demasiado profundo para que se le pueda limitar dentro de las palabras. Ninguna definición del amor nos satisface. Sólo me atrevo a afirmar que el amor es lo que permite el crecimiento total de la persona en relación con todo lo que la rodea: uno mismo, los demás, el creador y toda la creación.

Cuando hoy hablamos de amor pensamos en el amor entre hombre y mujer, pero yo sugiero que hablar del amor desde la madurez es hablar del amor que nos transciende y que afecta a todo lo que tocamos, vemos, sentimos, hablamos y experimentamos. En última instancia, no es otra cosa que una actitud en la vida, una manera de ser y de vivir.

El misterio del amor

Escribir sobre el amor es una tarea de locos, porque es un campo lleno de minas, de sorpresas y de misterios. Nunca comprenderemos del todo el amor, siempre nos quedarán muchas preguntas sin respuestas. Nunca entenderemos el misterio de su nacimiento, de igual manera que nunca entenderemos su muerte.

Nos cuesta entender cómo el amor puede llenar la vida de una persona, hacerla feliz, transformar toda su existencia; cómo el amor puede curar, renovar, proteger, inspirar y cómo la tristeza y hasta la desesperación se adueña de la persona cuando el amor desaparece. El amor puede fascinarnos y llevarnos a actos insospechables de sacrificios por otra persona, pero al tiempo cuando desaparece produce heridas muchas veces incurables.

Es una realidad como un templo que el amor es la fuerza más poderosa de nuestra naturaleza, es la fuerza que nos lleva a desear ser mejores personas, que nos impulsa hacia los demás y que nos permite conocer y vivir el amor del Creador del universo; pero al tiempo, cuando el amor no es correspondido, puede llevarnos a convertirnos en personas amargadas, resentidas, sin deseos de vivir; y hasta puede llevarnos a desear lo peor a la persona que tanto hemos amado.

El amor es la vida misma en su estado de madurez y de perfección. El amor no está sólo en el pensamiento, corazón o deseo. El amor es acción y solamente en la acción se conjugan el pensamiento, el corazón y el deseo.

El amor es la única ley que rige el universo. Porque el amor es todo, como ya dijo el apóstol Pablo: «Sin el amor nada soy, el amor es todo» (1 Corintios 13).

La trilogía del amor

El amor toma múltiples formas. Es como un diamante que tiene muchas superficies pero una sola belleza: el amor en la pareja, el amor entre padres e  hijos, el amor entre amigos, el amor a uno mismo, el amor que Dios nos tiene así como nuestro amor a Dios.

Los esfuerzos para explicar el amor condujeron a dividir el amor en categorías: Eros, filia y ágape. Los griegos distinguían entre el eros, amorpasional que se refiere sobre todo al amor entre el varón y la mujer; la filia, el amor de la amistad; y el ágape, el amor desinteresado al prójimo, el amor de Dios al ser humano y el amor a Dios.

Es curioso que en las tradiciones espirituales monoteístas encontramos esta máxima del amor en estas tres formas diferentes pero con el paso de los siglos esta conexión se pierde y se convierte en una conexión con lo divino o en asunto terrenal.

No viene a cuento desarrollar en este artículo las razones de esta separación, aunque intuyo que una de las razones es la dificultad que tenemos para abarcar los opuestos y vivir el amor como un todo en lugar de parcelado. Eso nos lleva e intentar valorar un área del amor más que las demás, lo cual se convierte a su vez en una forma de simplificarnos la vida —aunque a lo largo nos la compliquemos.

Todo lector de la Biblia se da cuenta que el amor es el centro del mensaje que ella contiene. En Jesús de Nazaret descubrimos cómo podemos experimentar el amor y cómo podemos aprender el arte de amar. El amor desde la perspectiva de Jesús, no es en primer lugar una exigencia planteada al ser humano, sino un don de Dios. Es la esencia misma de Dios, como expone el apóstol Juan de forma magistral al decir: «Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,6).

Con estas palabras Juan nos dice que la esencia más íntima de Dios es el amor y que cualquier persona que ame y sea amada, experimenta al mismo tiempo algo del amor de Dios.

Las palabras de Jesús:  «Amarás a Dios y al prójimo como a ti mismo», nos recuerdan la unidad indisoluble del amor en sus tres aspectos. En el pensamiento y la vida de Jesús, el amor es la mayor fuerza natural que mueve todas las cosas. Allí Dios es en último término la causa primaria de todo amor. El amor acerca a los seres humanos; y en lo más hondo de este amor, encontramos al Dios de amor.

Me atrevo a afirmar desde la fe, desde mi compresión de la Biblia y mi propia vivencia sobre el tema, que el amor a uno mismo, a los demás, al creador y todo lo creado, no sólo van de la mano sino que en última instancia constituyen una unidad inseparable. El amor es una realidad de una sola pieza, si bien con manifestaciones múltiples.

Es difícil —por no decir imposible— que una persona pueda amarse a sí misma si no ama a los demás, ya que cuanto más profundo sea el amor hacia uno mismo, más grande será el amor hacia los demás. A su vez es difícil amarse a uno mismo y a los demás sin el amor de Dios, porque una profunda relación con Dios nos aporta una trasformación tal que nos permite relacionarnos mejor con los demás y con nosotros mismos. Esto es porque Dios es una presencia de amor que llena nuestra vida de amor hacia todo lo que existe. Si experimentamos en nuestra vida la presencia amorosa de Dios, ese amor lo extenderemos hacia nosotros y fuera de nosotros. Pero también es absurdo pretender amar Dios —a quien no vemos— y al tiempo no amar al prójimo que uno tiene al lado. Y difícilmente se puede amar a Dios cuando la persona no se ama a sí misma.

Para la persona que está en el camino de maduración, estas tres formas de amor constituyen una sola realidad. Las tres se alimentan mutuamente para que cada una exista, pero no sin las demás. Cada una de estas tres cualidades es indispensable. Si falta alguna de ellas, le falta algo importante al amor.

Para que el amor sea duradero

Todo agricultor sabe que para cosechar el campo primero hay que sembrar, arrojar muchas semillas y que no todas germinarán, pero también sabe que porque algunas semillas se pierdan no puede dejar de sembrar. Amar significa dedicar tiempo al amor. Amar para la persona en el camino de la madurez es trabajo, paciencia, disciplina, aunque la cosecha es al tiempo un regalo del cielo y no obstante el fruto de una decisión que la persona toma cada día al levantarse.

Hacer del amor una forma de vida, es construir una casa cada día, construcción que nunca termina.

Para ir más lejos

El amor de la persona en el camino de la madurez toma formas como:

Desear el trabajo bien hecho. La prudencia ante el juicio precipitado. No devolver el insulto. Esperar siempre. Confiar en uno mismo, en los demás, en el destino, en Dios.

No buscar que los demás correspondan para actuar.

Experimenta que en el amor está implícita la bondad, el perdón, la empatía y la comprensión. Vive sabiendo que el amor no es un fuego que devora o como dicen los franceses: «Un coup de foudre».

Vive sabiendo que el deseo de amar no es suficiente, sino que es un acto de voluntad. Es intención, es acción, es una elección y no un deber. No limites el amor al enamoramiento —emoción del momento— que es una experiencia transitoria. La sensación de éxtasis que caracteriza la sensación del enamoramiento es pasajera. La luna de miel siempre termina.

Ofrece palabras positivas, obsequios, acciones de servicio, contacto físico. Habla desde la amabilidad. Permite que los demás sean imperfectos. Escoge perdonar. Admite los fallos propios. Devuelve el bien cuando recibes el mal. Trata a los demás como amigos. Recibe con gratitud, habla con cortesía, crea espacios para la amistad, sacrifica algo de valor por el bien de la relación. Regala tiempo a los demás. Toma partida por la verdad.

¿Al finalizar este día puedes decir si alguno de estos actos han hecho parte de tu vida hoy?

¿Puedes recordar un acto de amor específico que realizaste la semana pasada?  ¿Cómo te hace sentir lo que hiciste?

«Solo quien ama vuela» (Miguel Hernández).

«Amo luego existo» (Descartes).

«No conoces a alguien hasta que no le amas» (Margarete Buber).

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