Los árboles que andan
Jesús […] le preguntó: ¿ves algo? El ciego abrió los ojos y dijo: Veo a la gente. Son como árboles que andan (Mr 8,23.24).
Hablar de nuestras cegueras siempre resulta complicado. Los relatos en los evangelios sobre curaciones de ciegos implican en cierto modo un doble sentido. Todos reconocemos que éramos ciegos pero con el «toque de Jesús» ya podemos ver claramente. Es decir que como ya somos cristianos, tenemos una facultad para entender y discernir toda situación. Bueno, algo de eso es verdad. Pero es curioso que el ciego del texto de Marcos, necesitó un segundo toque. ¿Por qué?
Lo que nos dice el texto es que cuando abre los ojos, veía a la gente como cosas. Eran como árboles que andaban, cosas que se movían. Tenían un aspecto humano pero su parecido era de árboles. Lo que no nos damos cuenta es que vivimos en una sociedad que cosifica a las personas. Es decir, se les pone etiquetas. No nos damos cuenta de ello, pero debido a la desmesura de información que padecemos, se nos presenta la realidad humana por medio de etiquetas. Las personas son, legales o ilegales, con papeles o sin papeles, emigrantes, nacionales o extranjeros, creyentes o incrédulos, evangélicos, católicos, agnósticos, ateos… Esto permite generalizar. Los extranjeros son… Los españoles son… Los católicos son… Los ilegales son… Los ateos son… Por medio de las etiquetas —de cosificar a las personas— se hace más fácil esconder sentimientos negativos desde una aceptación social. Si etiqueto y generalizo, si cosifico, si de lo que estoy hablando no son más que árboles que andan, entonces puedo decir cualquier cosa y guardar mi respetabilidad.
El problema está en que nos reclamamos del nombre de Aquel que no etiquetó a nadie. Cuando se acercó al politeísta centurión romano, miembro de un ejército opresor, y vio lo que había en su corazón, alabó su fe, poniéndola de ejemplo para todo Israel. Apreció la actitud del samaritano que ayudaba a su prójimo (es decir un hereje, miembro de un colectivo que desfiguraba la verdadera fe, según los judíos) y nos lo presenta como paradigma de verdadero hombre de Dios. Se dejó convencer por una mujer sirio-fenicia, rompiendo todos los prejuicios sociales y religiosos. A la mujer sorprendida en adulterio nunca la llama «adúltera» sino que se refiere a ella con el término de «mujer», devolviéndole su dignidad. Y Cristo hizo eso porque veía a personas que estaban paralizadas como árboles. Porque podía ver el corazón de cada uno, sin tener en cuenta sus condicionantes religiosos o sociológicos. En los tiempos que vivimos de etiquetados y cosificaciones, debemos estar atentos para entender si quizás nosotros también necesitemos un segundo toque de Cristo para poder ver… lo que él ve.
—Julián Mellado |
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