La madurez cristiana (12)
Maduramos cuando servimos a nuestro prójimo
por José Luis Suárez
Una característica importante de la madurez de una persona es su capacidad de entrega y servicio a los demás. Ayudar a los demás hace parte de todas las creencias religiosas y seculares. Es parte del patrimonio de la humanidad. Ayudar al prójimo cuando éste lo necesita es parte del precio que tenemos que pagar por vivir en este mundo. Este precio no debería ser nunca una carga, sino un privilegio que se nos otorga a todos los seres humanos.
La mayoría de las veces, el servicio al prójimo pasa desapercibido. Es poco espectacular. Raramente sale en los medios de comunicación porque no se vende, ya que se manifiesta en pequeñas acciones cotidianas que nos parecen evidentes. Pero en muchas ocasiones son de gran ayuda para quien lo necesita.
En el mundo en que nos ha tocado vivir se buscan —en la mayoría de los ámbitos de la vida, incluso en la espiritualidad— experiencias intensas, porque consideramos que es en estas experiencias que se encuentra el secreto de la plenitud de la vida. Pero muy pocas son las personas que se paran a valorar los muchos y pequeños detalles de servicio que se nos presentan en la vida de todos los días.
Es una realidad que nuestros actos cotidianos —muy a menudo los más pequeños— hablan por nosotros. Con los actos comunicamos, a los demás y a nosotros mismos, lo que creemos realmente.
1. Jesús modelo de servicio
Aunque hasta ahora no se haya dicho de forma explícita, es evidente que para la persona creyente que quiere madurar, Jesús debe ser el espejo donde uno se mira. Por eso, a la hora de pensar en el servicio o la ayuda que una persona ofrece a otros, la referencia para esta ayuda deben ser la vida y la enseñanza de Jesús.
Todo lo que el texto bíblico nos dice acerca del servicio de Jesús, debe iluminar lo que debe ser nuestro servicio al prójimo, aunque no lleguemos de forma plena a servir como lo hizo Jesús. Él debe ser el modelo a seguir.
1.1. Un servicio ejemplar
Jesús no sólo habló del servicio, sino que él mismo, a lo largo de toda su vida, sirvió a los demás en las necesidades que planteaban. El Padre le encomendó la misión más importante que jamás un hombre pudo haber tenido, y esta misión no era otra que el anuncio del evangelio. Para realizar esta misión tomó la forma de siervo.
El servicio en la vida de Jesús no se limitaba a un horario, ni lugar específico designados a tal efecto, sino que lo encontramos sirviendo en situaciones inoportunas e imprevistas. Muchos quisieron pagarle el servicio que él ofrecía; como cuando realizaba milagros, que trataron de hacerle rey. Jesús sirvió. Y su única demanda hacia aquellos que sirvió fue que si querían seguirle, debían servir como él.
Este servicio ejemplar ilumina lo que debe ser el servicio hacia los demás, de una persona que madura. Debe contemplar en su agenda diaria, semanal o mensual, espacios reservados para servir a otros. Debe pensar y actuar de forma organizada hacia aquellos que sabe que necesitan esa llamada telefónica, esa visita o esa carta, porque sabe que lo están pasando mal. Hay muchas personas que están solas, enfermas o que simplemente necesitan un tiempo de comunión. Cuando no se organiza el servicio en la vida de una persona sino que se deja para cuando aparezca la oportunidad, es muy posible que el servicio al otro no llegue nunca. Organizar la vida de servicio a los demás, es parte de la vida de una persona que está en el camino de la maduración.
1.2. Un servicio integral
Con frecuencia, los cristianos nos sentimos paralizados frente al dilema de si servir a las necesidades humanas o las espirituales. Tal separación es ajena a la enseñanza y a la vida de Jesús. Cuando los discípulos proponen a Jesús despedir a la multitud hambrienta después de escuchar su enseñanza, él desecha esta opción y satisface sus necesidades inmediatas, multiplicando los panes y los peces por el poder de Dios. Él entiende las necesidades humanas y hace lo necesario para satisfacerlas.
En varias ocasiones vemos a Jesús atendiendo a los enfermos, movido por la compasión. Él no sólo enseña sino que va de lugar en lugar sanando toda enfermedad. Su preocupación por el dolor y el sufrimiento humano le lleva a acercase a la gente para ofrecerles palabras llenas de esperanza. Jesús también provee salud en el área social, cuando ayuda a aquellos cuyas relaciones sociales se han roto. Al sanar a un leproso, no sólo le libera de la enfermedad, sino que se atreve a hacer lo prohibido: Le toca, manifestando así su aceptación total y su cercanía.
A aquellos cuya sed no puede ser satisfecha con agua, Jesús les ofrece el agua viva del Espíritu de Dios, sabiendo que las necesidades del ser humano no se agotan sólo en los aspectos materiales. Jesús no hacía diferencia en cuanto a las necesidades de la gente, sino que actuaba ante ellas, fueran del tipo que fueran. El servicio para Jesús era una señal del Reino de Dios, las primicias de un nuevo mundo.
2. Visión Bíblica del servicio: siguiendo los pasos del Maestro
«Servicio» es una palabra con la que todos estamos familiarizados. Pero nuestro uso de la misma deja mucho que desear, pues la utilizamos para todo. Algunos ejemplos: En la ruda competencia de los negocios —cuando intentamos convencer al cliente de que el único propósito es servirle. Muy a menudo la encontramos en los labios de nuestros líderes políticos —cuando justifican sus actuaciones argumentando que su objetivo es servir al pueblo. Cuando los grandes señores de la guerra invadieron Irak, lo interpretaron como un servicio a la humanidad —matando miles de personas. También ocurre que médicos y enfermeras hablen del servicio a los enfermos, cuando tantas veces dejan mucho que desear. Y si somos educados, cuando se nos presenta a un extraño le damos nuestro nombre y luego añadimos «para servirle».
Todas estas expresiones pretenden comunicar que es bueno estar al servicio de los demás. Pero, ¿de dónde viene esta idea tan importante en nuestros valores sociales y personales?, ¿Estamos diciendo lo mismo que Jesús, el Señor y Maestro, intentó transmitir a sus seguidores?
En el mundo en que nació Jesús, el servicio era menospreciado. Para la cultura dominante de la época, el servicio nunca fue un camino deseable y mucho menos agradable. El servicio era una tarea que correspondía a los esclavos. Mandar y no servir, era lo propio del hombre —como lo es hoy— pues éste no podía ser feliz si debía servir a otros. Éste era el pensamiento clave de la cultura griega. Sin embargo, Jesús, el hijo de Dios y Señor de la historia, describió su misión en la tierra como un servicio: «Porque el Hijo del Hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate de muchos» (Marcos 10,45). Con esta declaración, Jesús está diciendo a sus discípulos: Yo no soy el salvador que vosotros esperáis. No soy un rey que basa su reinado en el mando sobre otros, sino en la entrega de mí mismo por los demás. Esta manera de ser rey no cuadra con los modelos de este mundo, como tampoco con el modelo de los discípulos.
Este servicio consistía para Jesús en amar y servir al prójimo, en estar atento a las necesidades humanas y dedicarles tiempo, comprensión, perdón, apoyo, curación y —sobre todo— esperanza. En la vida de Jesús, el servicio hacia los más necesitados les devolvía dignidad y la posibilidad de encontrar sentido a la vida.
El apóstol Pablo, en su gran himno sobre la humillación y exaltación de Jesús en Filipenses 2, nos comenta cómo dejó a un lado lo que era suyo y tomó la naturaleza de siervo. Ese fue el camino elegido por Dios para acercarnos a él. Nuestro servicio debe producir vida y esperanza.
La referencia para el servicio no es otra que ésta: Como Dios nos sirve en la persona de Jesús, así debemos servirnos unos a otros. Todo servicio empieza por dar dignidad a la persona que servimos. En el encuentro de Jesús con la mujer samaritana, pedir «Dame de beber» es mucho más que manifestar una necesidad. Es reconocer en el otro la misma dignidad que en uno mismo.
De todo lo dicho se desprende que Jesús nos invita como discípulos suyos a seguir sus pasos. Él dijo: «Os he dado un ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo que yo he hecho» (Juan 13,15-17). Así, debemos servirnos unos a otros, sin diferenciar la clase de servicio que hacemos. Debemos considerar que todo servicio en el nombre de Jesús, puede traer liberación, esperanza, deseos de vivir, de comprometerse con los demás, de buscar a Dios. No somos quiénes para valorar los efectos del servicio; pero sí para llevarlo a cabo.
En Jesús encontramos el modelo de servicio para todo creyente y la norma es que «El que quiera entre vosotros ser el primero, será vuestro servidor» (Mateo 20,26).
Una persona que sirve no es un accidente. Está reflejando la naturaleza del Maestro que vino a servir y dar su vida en rescate de muchos. Está siendo luz en el mundo.
Para poder ir más lejos
La joya valiosa
Un monje andariego se encontró en uno de sus viajes una piedra preciosa, y la guardó en su talego. Un día se encontró con un viajero y al abrir su talego para compartir con él sus provisiones, el viajero vio la joya y se la pidió. El monje se la dio sin más. El viajero le dio las gracias y se marcho lleno de alegría con aquel regalo inesperado de la piedra preciosa que bastaría para darle riqueza y seguridad todo el resto de sus días.
Sin embargo, pocos días después volvió en busca del monje y cuando le encontró, le devolvió la joya y le suplicó: «Ahora te ruego que me des algo de mucho más valor que esta joya. Dame por favor, lo que te permitió darme la joya a mí».
En el momento de morir sólo te llevas aquello que has dado (Luciana Prennushi).
Dormía y soñé que la vida es alegría. Desperté y vi que la vida era servir. Serví y vi que la vida era alegría (R. Tagore). |