El aspirante a discípulo (7)
por Marco Antonio Manjón Martínez
El legado del Maestro,
la moneda del discípulo
[CONTINÚA DESDE EL Nº 96.]
Pero, ¿cuántos integrantes de todo el mundo cristiano hoy están dispuestos a «poner en cuestión todas las cosas», sus aprendizajes tradicionales, sus concepciones ideológicas y denominacionales, sus principios incuestionables? Porque eso es lo que hace falta al ponerse delante de Jesús y sus enseñanzas. Así, desde el vacío absoluto, se puede estar dispuesto a entrar en la escucha activa desde cero y a dejar que el Espíritu de Jesús dirija, en ese escrutinio de la enseñanza básica del Evangelio sobre los principios de la vida y enseñanza de Jesús. Es decir, hay que disponerse delante de la figura de Jesús, en la postura humilde del que nada sabe, para aprenderlo todo de él. Esa es la postura de discípulo.
Hay que nacer de nuevo… El que no nace… (Juan 3).
Qué difícil es esa postura de morir a nosotros, a lo que la vida nos ha hecho, a lo que hemos aprendido de tradición. Morir a la carga que traemos como raza humana y ponernos delante del Maestro y decirle:
Aquí estoy dispuesto, como dice Ortega, a «poner en cuestión todas las cosas» para poder ser discípulo del Maestro y escuchar, observar y aprender lo que significa «andar como él anduvo». Dispuesto a descubrir así cómo los principios de vida que Jesús vivió y enseñó pueden no sólo ya cambiar toda nuestra vida, sino cambiar el mundo que nos rodea.
Los frutos son incuestionables para evaluar la realidad del discípulo de Jesús y del pueblo de Dios, la Iglesia de Jesús. (Naturalmente, no pretendo medir la salvación, que considero un regalo, un milagro. Ese es un tema diferente, algo personal de cada hombre con Dios.) Si no hemos muerto a nosotros mismos para nacer a esa realidad del Espíritu que nos hace entender a Jesús y su poder de transformación personal y del entorno, no podremos tener fruto aquí y ahora, en la realidad de este mundo. Y si no hay frutos aquí y ahora, es que no estamos viviendo la realidad del Reino ni la realidad de «ser discípulos» por mucho que vivamos una realidad espiritual y religiosa.
No todo el que me dice: «¡Señor, Señor!», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos (Mateo 7,21 RV95).
El camino más perfecto para aprender a vivir la voluntad del Padre es el camino de «Ser discípulo de Jesús» —hace dos mil años y también hoy.
La Iglesia, que es una a pesar de las denominaciones, organizaciones eclesiales, etc., está formada solo y únicamente por los «discípulos de Jesús». Por aquellos que aprenden de él y tratan de vivir la voluntad de Dios —tan difuminada y confundida entre la maraña y amalgama de la infinidad de denominaciones, tendencias e interpretaciones.
Al menos, quiero comenzar a entender las cosas desde la postura de un niño que no entiende mucho de pensamientos complicados ni enrevesados. Quiero acercarme a la figura de Jesús en el papel de discípulo, para aprender de forma sencilla lo que su vida, a través de los Evangelios, me quiera revelar.
Es decir, que la Iglesia está únicamente formada por los discípulos de Jesús, que tratan de aprender y vivir esa radicalidad de las huellas de Jesús.
Debemos marcar una diferencia clara entre lo que son los grupos eclesiales, clasificados e identificados por sus denominaciones y la Iglesia de Jesús, esa que no es de este mundo, pero que está en este mundo, y de la que nadie tiene una lista real de sus componentes de forma física y tangible.
Sí es importante, sin embargo, que el discípulo esté integrado en una organización eclesial o similar, porque esto le ayudará en su proceso evolutivo de desarrollo como discípulo, ya que necesita poder compartir sus experiencias y compromiso con otros discípulos, ejercitar sus dones, recibir apoyo y dar apoyo a otros. Esto le permitirá crecer y también encontrar cauces para completar el desarrollo de las dos caras mencionadas.
Pero es fundamental que estas instituciones eclesiales no lleguen al punto de considerar que su agrupación tiene en exclusiva «la franquicia del Reino de Dios» frente a otros grupos o denominaciones. Ni que cuestionen que fuera de su institución existe verdad alguna. Eso denotaría una gran equivocación, que aconsejaría un cuestionamiento del compromiso en tal institución.
También es importante que el discípulo esté integrado en alguna asociación u organización, diferente de las eclesiales, con objetivos sociopolíticos, que disponga de un contexto participativo suficientemente abierto y con la libertad necesaria para que le permita desarrollar y defender las líneas sociopolíticas que se desprenden de las enseñanzas del Maestro.
Sin embargo, podemos movernos y estar comprometidos en una institución eclesial y estar muy lejos de formar parte de la Iglesia de Jesús o del Reino de Dios o como se quiera llamar. Pero no confundamos esto, apelando a que la Iglesia de Jesús no puede definirse ni delimitarse de forma física y tangible. No es justo argumentar que al no ser de este mundo es del cielo o de otra dimensión, sólo para después de la muerte; y que es allí donde se ha de vivir la plenitud de esa enseñanza basada en el amor al prójimo. No. Es para ser vivida en este mundo y para crear una realidad de vida espiritual y sociopolítica en este mundo nuestro. Para confirmarlo sólo hay que leer con detenimiento los Evangelios y analizar la vida de Jesús. Habla claramente de dar frutos y que por esos frutos su auténtica gente será conocida y diferenciada de los demás —posiblemente de entre muchos que se autodefinen como gente suya.
¿Qué entendemos con la palabra «discípulo»?
Discípulo significa «alumno, educando». Es alguien que está en una posición de ignorancia y desconocimiento respecto a algo o a alguien y está dispuesto —desde la humildad y el reconocimiento— a dejarse enseñar; a aprender. |