La madurez cristiana (10)
Madurar es arriesgarse
por José Luis Suárez
La necesidad de sentirse seguro es una de las principales fuerzas motivadoras que llevan al ser humano a buscar un puesto de trabajo seguro, a asegurarse contra todos los peligros que le puedan amenazar. Todos los sistemas de alarma con los que vivimos diariamente son una metáfora de nuestra necesidad mental de seguridad. Las cámaras de vídeo que nos vigilan en los aeropuertos y en los grandes centros comerciales, las puertas que funcionan con control remoto y que parecen decirnos «Detente, ¿quién eres?», los detectores de objetos metálicos en los aeropuertos, etc. Todos son medios para darnos seguridad, para asegurarnos que no corremos peligro alguno. Con estos mensajes se nos está comunicando que alguien externo a uno mismo vigila por nuestra seguridad.
Las compañías de seguros ganan auténticas fortunas ofreciendo seguridad a la gente.
Pero es una realidad que en la vida de todo ser humano, no se puede tener todo controlado. Llegamos a la conclusión de que no se puede madurar en la vida sin tomar riesgos. El proverbio «Quien no se arriesga no cruza el mar», nos indica que la maduración humana entraña riesgos.
Es por esta razón que muchas personas no maduran —porque no están dispuestas a arriesgarse. El no arriesgarse para evitar los peligros, no es más seguro a largo plazo que exponerse a ellos; porque la vida, o bien es una aventura sorprendente o no es nada.
Es evidente que un cierto grado de recelo de prudencia en la vida es necesario, ya lo dijo Jesús: «Sed prudentes como serpientes»; pero esta prudencia no implica ir por la vida desconfiando de todo, porque el riesgo es parte de la naturaleza humana y sin riesgo no hay maduración.
El ejemplo más sencillo lo vemos en el crecimiento de un niño. Un niño no podría madurar sin tomar los riesgos que toma y esto lo hace de forma natural e instintiva, aunque muchas veces tenga que sufrir las consecuencias de su aprendizaje. Pero el riesgo es el precio que debe pagar para madurar como persona.
Arriesgarse por lo general implica enfrentarse a situaciones nuevas y desconocidas. Es ese miedo a lo desconocido que nos impide arriesgarnos, porque buscamos garantías y certitudes. Una persona está en el camino de la maduración, cuando asume que lo desconocido hace parte de la vida y está dispuesta a afrontarlo a pesar de la oscuridad del no saber qué ocurrirá la mayor parte de las veces.
Lo que en muchos momentos llamamos falta de oportunidades, es el miedo al riesgo lo que nos impide verlas y aceptarlas. La mayoría de las veces en las que debemos actuar, es mejor arriesgarse y experimentar las consecuencias de una decisión que nos parece la correcta, que permanecer al margen temiendo que las cosas no salgan bien.
Cuando hablamos de arriesgarnos la pregunta es: ¿Seré capaz de lograrlo? La vida no es como un juego, donde uno puede retirarse cuando le apetece. El riesgo en el camino de la maduración es muchas veces jugársela, sabiendo que no se tiene control de todo lo que puede ocurrir, que los imprevistos pueden aparecer a la vuelta de la esquina.
Cuando una persona se arriesga, acepta un átomo de locura, de sin sentido, acepta la aventura —y una aventura es el no saber dónde terminará el camino.
La historia de Abraham: modelo de arriesgarse
El autor de la carta a los Hebreos (11,8-12) presenta a Abraham como modelo de fe, modelo de un hombre que asumió el riesgo de obedecer a una llamada misteriosa que le llega desde la profundidad de la fe. Esta llamada invita a Abraham a confiar contra todo sentido común e incluso en muchos momentos, contra las leyes de la naturaleza. (El nacimiento de su hijo Isaac es el mayor ejemplo). Esta llamada de Dios le invita a tomar un camino sin calcular el precio. Si tenemos en cuenta la situación de seguridad en la que vivía y sus setenta y cinco años, ponerse en camino (Génesis 12,4) hacia un mundo incierto, sin saber lo que le esperaba, no cabe ninguna duda que era una decisión de alto riesgo, para él y para todos los suyos.
Abraham, después de oír el llamado de Dios, dejó lo que tenía (que era mucho) y salió sin saber lo que se encontraría.
El riesgo está en estrecha relación con la confianza. Confiar en otra persona es asumir el riesgo de si la persona corresponderá a la confianza que se ha depositado en ella. Confiar es arriesgarse. Si se confía en un amigo, uno se expone a ser decepcionado y hasta traicionado.
Abraham demuestra su confianza en Dios, que lo considera digno de fiarse.
Al tiempo, la confianza le situó en una posición de vulnerabilidad, ya que dejó atrás toda su seguridad, para confiar en lo que no veía. Es esta vulnerabilidad que da valor al riesgo, a la confianza de Abraham, porque si la confianza no comporta ningún riesgo, deja de ser confianza. Es por el riesgo que la confianza se convierte en una realidad valiosa. Aceptar el riesgo es asumir que la inseguridad es parte de la vida del ser humano, del creyente; y sin arriesgar no se avanza, no se crece, no se madura.
Nuestros riesgos y nuestra confianza en el Señor
Jesús eligió para él y sus seguidores el camino del riesgo. Porque una vida plena y fecunda incluye riesgo, cruz y muchas veces fracasos. Por eso anuncia sin rodeos, que les envía como ovejas entre lobos. En la pedagogía de Jesús, el riesgo y el sufrimiento son necesarios para el triunfo final. Preguntémonos: ¿Cuál es nuestra actitud ante el riesgo? ¿Lo hemos integrado a nuestra vida como algo necesario e incluso como la llave de nuestra maduración?
En la base del riesgo está la confianza, el saber abandonarse, el asumir que no se puede controlar todo y que para madurar se deben abandonar la mayoría de las veces las seguridades a las que nos agarramos. Cuando confiamos y abandonamos, sabemos que nos exponemos a todo tipo de imprevistos. Pero al tiempo el confiar en uno mismo, en los demás y en la bondad de Dios, constituye la esencia de nuestra vida aquí en la tierra.
Fiarse de Dios, confiar en él es uno de los riesgos menos comprensibles para el hombre racional de nuestro tiempo. Nada evita la sensación desnudadora de salto en el vacío. Sólo la fe nos alumbra para saber que detrás de todo, está él sosteniendo y cuidando nuestras vidas.
El camino con Dios es un riesgo que cambia la vida, es una aventura peligrosa que nos embarca en lo desconocido de Dios y de nosotros mismos, que deshace y reconstruye permanentemente nuestras seguridades. El riesgo de la confianza con Dios, es la capacidad de vivir en una locura atrevida por aquel que nos ha amado; la capacidad de fiarnos de Él en los momentos de especial soledad, oscuridad...
Sin riesgos no hay maduración ni recompensa. Y al tiempo, el verdadero riesgo se encuentra en una vida sin riesgos, porque no hay ningún juego en el que se pueda ganar si no se juega.
Para poder ir más lejos
Los héroes del riesgo: Hebreos 11,1-40.
Es mejor actuar y fracasar que no haber actuado jamás (W. Dyer).
El barco está seguro en el puerto, pero está hecho para navegar (William Shed).
No arriesgarse en esta vida significa poner en peligro la propia alma (Soren Kierkegaard).
En medio del camino de la vida, me desperté encontrándome solo en un oscuro bosque (Dante Alighieri).
La meta
Hay que llegar a la cima, arribar a la luz,
darle un sentido a cada paso…
hay que subir por la calle ancha
y dejar atrás el horror y los fracasos.
Y cuando entremos cantando por la cumbre,
Recién entonces… estirar las manos hacia abajo,
para ayudar a los que quedaron rezagados (Hamlet Lima).
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