Padre (Dios) — Más que ningún otro autor ni personaje bíblico, Jesús fue quien dio el mayor impulso a concebir de Dios como un padre, y a entender nuestra relación con Dios como una relación filial.
Es especialmente memorable la invocación inicial de la oración que enseñó a sus discípulos: «Padre nuestro que estás en los cielos». Pero parece haber sido típico de él referirse así a Dios. Cuando instruye devolver bien por mal en el Sermón del Monte, por ejemplo, indica que es así como demostramos ser «hijos de vuestro Padre en los cielos», por cuanto Dios hace llover y alumbrar el sol para beneficio de buenos y malos por igual. Y unos versículos más adelante, sin cambiar de tema, insta: «Sed entonces vosotros enteros como vuestro Padre celestial es entero».
Tendemos a pensar que en la psicología personal de Jesús había una consciencia especial de ser algo así como «el Hijo Unigénito del Padre». Hay un discurso extenso en el evangelio de Juan, donde Jesús habla de su relación filial con Dios, tan estrecha que él Hijo no hace obras personales suyas. Lo que hace Jesús es la obra del Padre, que le revela lo que está haciendo y va a hacer. Hay otros pasajes de Juan que indican una consciencia especial de haber procedido del Padre, mientras que los que le cuestionan proceden en cambio del padre de ellos, el diablo.
Desde luego la naturaleza de la relación entre Padre e Hijo es un tema importantísimo en la teología cristiana. Pero tal vez por eso mismo, llama tanto la atención la insistencia con que Jesús califica a Dios de «tu Padre», «vuestro Padre», «vuestro Padre en los cielos», dirigiéndose a sus oyentes en general. Tal vez se dirigía concretamente a sus discípulos comprometidos personalmente con él, pero a veces ni siquiera eso: Jesús pareciera desear que la humanidad entera viésemos a Dios como Padre.
Recuerdo que hace muchos años prediqué en varias ocasiones y creo que también escribí en algún lugar, acerca de qué es lo que proporcionó a Jesús su idea de lo que es un padre. Cada persona nos hemos forjado nuestra idea de padre desde la más tierna infancia, según ha sido nuestra relación con nuestro padre. Cuando Jesús hablaba de Dios como Padre, entonces, no estaba hablando de mi padre ni del tuyo, sino de cómo vivió él su relación con José. No tenemos muchos elementos para conocer esa relación, pero lo que sí sabemos es muy significativo:
En lo que fue seguramente una de las decisiones más difíciles de su vida, José, impresionado después de haber soñado con un ángel, decidió casarse con María a pesar de descubrir que estaba embarazada pero no de él. Esto significó también su disposición a recibir a Jesús como su propio hijo y a tratarlo y amarlo como suyo. En un pueblo tan pequeño como Nazaret es difícil que no se enterasen todos los vecinos del «desliz» de María. Conociendo la naturaleza humana, seguramente dio para cotilleo y comentario de todo tipo entre el vecindario, incluida la burla de José como «cornudo».
Más adelante el evangelio cuenta que después del nacimiento de Jesús, para salvarle a él la vida, José estuvo dispuesto a emigrar y vivir como refugiados en Egipto. Seguramente la vida en Egipto no fue fácil, ni en lo económico ni en lo social, porque en cuanto tuvieron oportunidad unos años más tarde, regresaron a Nazaret. A volver a empezar.
Lo que Jesús recibió de José, entonces, fue aceptación incondicional. No por obligación, no por genética, sino por amor a María que acaba siendo amor también por su bebé, ese niño que José aceptó con orgullo como su primogénito, por el que ningún sacrificio era demasiado grande.
Esta noción de la paternidad como amor y aceptación incondicional no es necesariamente como hemos vivido todos los demás la relación filial. La especialísima naturaleza de la relación entre José y Jesús condicionó la forma como Jesús se relacionó con su Padre celestial. La parábola del hijo pródigo nos resulta enormemente sugerente y nos emociona. No es necesariamente típico de cómo se comportan los padres cuando a sus hijos se les hace eterna la espera a que estiren la pata. Pero sí se le pudo ocurrir a Jesús una historia así, porque es como él sabía que se habría comportado con él José.
Y es así como Jesús nos enseñó a entender nuestra relación con Dios.
En Marcos 14,36, en la escena donde Jesús ora en el Getsemaní, no se dirige a Dios como «Señor», ni como «Todopoderoso», ni siquiera con la intimidad de un «¡Dios mío!». Lo trata de abba, «papá», «papi», el diminutivo con que tratan a su padre los niños pequeños. Es un apelativo tierno y emotivo, que indica la intensidad del sentimiento de Jesús en esa hora de su prueba.
El apóstol Pablo indica que esa misma ternura filial era típica en los fieles de aquella primera generación. En dos ocasiones (Ro 8,15; Ga 4,6) alude a que clamamos a Dios como abba.
—D.B.