Ahora entiendo el evangelio (13/20)
La revelación de la justicia de Dios
por Antonio González
Por lo general, todos tenemos una idea de lo que es la justicia, y por tanto también tenemos una cierta idea de lo que podría ser la justicia de Dios. Sin embargo, en la carta a los Romanos Pablo nos dice que en el evangelio...
[…] la justicia de Dios es revelada por fe y para fe, como está escrito: «el justo por la fe vivirá» (Ro 1,17).
En el evangelio se revela la justicia de Dios. ¿En qué consiste esta justicia? ¿Por qué la justicia de Dios tiene que ser revelada?
Para presentar la justicia de Dios, Pablo expone primero la injusticia humana, tanto de los paganos como de los judíos (Ro 1,18-3,20), para así destacar, por contraste, la justicia de Dios (Ro 3,5). Entonces pasa a exponer en qué consiste la justicia de Dios, revelada en el evangelio (Ro 3,21-31).
Para entender mejor esa justicia de Dios, conviene tener en cuenta la comprensión de la justicia que Pablo heredó de su cultura hebrea, y que podemos encontrar en el Antiguo Pacto.
1. La fidelidad al pacto
La Biblia hebrea entiende la justicia de una manera muy distinta a como la entendía la cultura pagana en la que se movía Pablo.
Si atendemos a los antiguos autores griegos, como Homero, Hesíodo, o el mismo Solón, nos aparece inmediatamente la idea de una correspondencia inevitable entre las acciones humanas y sus resultados. A esta correspondencia se la llama precisamente «justicia» (díke). Los dioses, especialmente Zeus, eran los encargados de impartir justicia, retribuyendo a cada uno según sus acciones. A veces, la justicia era pensada como una divinidad, que gobernaría el universo entero. Esta idea también la encontramos en la tragedia griega, y en los mismos orígenes de la filosofía. La justicia, para los griegos, significaba retribución.
La comprensión de la Biblia hebrea es muy distinta. La palabra hebrea que fue traducida como «justicia» (sédeq) nunca aparece unida a la idea de retribución. Para hablar de los castigos, en hebreo, se emplean otras expresiones, como «juicio» (mispat), pero nunca la palabra «justicia» (sedeq).
¿Qué era entonces justicia? Para los hebreos era «justo» alguien que cumplía con los acuerdos y con las obligaciones recíprocas. Así, por ejemplo, Judá pudo reconocer que Tamar había sido más justa que él, porque él no había cumplido con sus obligaciones hacia ella (Gn 38,26).
El justo, en la perspectiva bíblica, es aquél que cumple con su palabra y con sus compromisos. En el contexto del pacto, es justo quien cumple con lo pactado. El pueblo de Dios podía alabar a Dios diciendo: «Has cumplido tu palabra, porque eres justo» (Neh 8,9).
Es importante observar que esta idea de justicia no contradice el perdón, sino que lo incluye. En la idea griega de la justicia, hay una tensión entre justicia y perdón. Si alguien es justo, y si la justicia consiste en retribución, aquél que es justo tiene que retribuir. Y esto significa castigar al malvado. En cambio, el perdón significaría justamente lo contrario: prescindir del castigo.
En la mentalidad bíblica, la justicia y el perdón no son incompatibles. Todo lo contrario: el perdón es una forma de justicia.
Supongamos que hay un pacto entre dos personas. Una de ellas no cumple con las obligaciones que tiene según el pacto. En ese caso, la otra persona ya no tiene que cumplir con su parte. Pero supongamos que, de todas maneras, la segunda persona quiere seguir cumpliendo con su parte del pacto. En este caso, la segunda persona habría perdonado, y además, habría sido justa. En realidad, no sólo habría sido justa. Habría sido «superjusta», porque habría cumplido con su parte del pacto, aunque ya no tenía que hacerlo.
Pues bien, precisamente ésta fue la experiencia que Israel hizo en su pacto con Dios. Israel no cumplió con su parte del pacto. En muchos casos, Dios ejerció su juicio (mispat) contra Israel, abandonando la protección. El pueblo era entonces derrotado por los enemigos. Esto ciertamente era justo, porque el pueblo no había cumplido su parte de pacto. Sin embargo, a la larga Dios sí se acordó de su pacto, y fue fiel a su palabra, aunque no tenía que serlo. Precisamente por eso el pueblo, al experimentar la restauración, podían proclamar que Dios es justo (Neh 9,8).
Dios era justo porque era fiel al pacto, y era más justo cuando permanecía fiel al pacto, aunque no tenía que serlo. Esto nos permite entender por qué, en el Antiguo Pacto, las personas pueden pedir, al mismo tiempo, justicia y perdón (2 Cro 6,39). Pedir justicia es pedir que Dios se acuerde de su pacto, aunque no tendría que hacerlo, si el pueblo no ha cumplido su parte. En este caso, pedir justicia es entonces también pedir perdón.
Por ello, el salmista puede reconocer su injusticia, y pedir perdón por su pecado, al mismo tiempo que recuerda la justicia de Dios (Sal 51,14; 143,1-2). A pesar de todas las infidelidades del pueblo (Is 30,1-17, Dios espera para tener piedad y compasión, porque es un Dios de justicia (Is 30,18). La justicia de Dios no excluye, sino que incluye positivamente el perdón. Así Dios se muestra como «súper justo», cumplidor de sus pactos, incluso cuando la otra parte no lo hace. Como dice Juan, Dios «es justo para perdonar» (1 Jn 1,9).
Esta justicia es la que Dios muestra en la parábola de los trabajadores de la última hora (Mt 20). Cada uno es retribuido de acuerdo al convenio que Dios había hecho con ellos, no de acuerdo a las horas trabajadas. La justicia basada en el mérito es la justicia de los paganos, que no crea igualdad. En cambio, la justicia de Dios, basada en el pacto, crea un pueblo de iguales.
2. Justicia y Ley
Ahora podemos entender mejor las palabras de Pablo. En el contexto de Pablo, lo que estaba en juego era la «justificación». Dicho en otros términos: cómo llegar a ser justo («justi-ficar» es hacer justo). Esto no significaba primeramente «cómo voy al cielo», sino simplemente «cómo entro en el pacto». Por supuesto, la entrada en el pacto estaba cargada de bendiciones, no sólo para el presente, sino también para el futuro del reinado de Dios.
Concretamente, Pablo se entendía a sí mismo como enviado a los gentiles, es decir, a los no-judíos, y la gran pregunta era cómo los gentiles podían entrar en el pacto con Dios. Los adversarios de Pablo tenían una respuesta bastante obvia: si quieres estar en el pacto de Dios con su pueblo, tienes que cumplir la Torah (la Ley), porque la Ley expresa justamente el convenio que Dios hizo con su pueblo en el Sinaí. Y esto significaba circuncidarse y comenzar a cumplir con todos los demás preceptos de la Ley. En definitiva: si quieres ser parte de un pueblo, cumple sus leyes. Si quieres entrar en el pacto, cúmplelo.
Pablo ve un problema en esto. No que la Ley sea en sí algo malo. La Ley era vista como un regalo de Dios, y por tanto como algo santo y bueno. Sin embargo, el pecado del ser humano, es decir, su tendencia a la auto-justificación, puede utilizar la Ley (Ro 7,11-14). En ese caso, la entrada en el pacto sería un mérito propio, conseguido mediante el cumplimiento de la Ley. Y claro, Pablo no puede aceptar esto, porque significaría que Cristo murió en vano (Gal 2,21). Precisamente la cruz de Cristo no sacaría de toda lógica retributiva.
Esta es la razón por la que Pablo trata de mostrar, en los primeros capítulos de Romanos, que los judíos son igual de «injustos» que los gentiles. Todos están fuera del pacto. Aunque los primeros tienen la Ley, no la cumplen. Y, desde la mentalidad judía, el incumplimiento de un precepto era un incumplimiento de todo el pacto (Stg 2,10).
Entonces, ¿cómo entro en el pacto? Para Pablo hay otra vía, que conecta precisamente con las promesas de Dios sobre una renovación final del pacto (Jer 31,31-33). Uno puede pertenecer a un pueblo, no por cumplir sus leyes, sino por adherirse a su soberano. Esto es precisamente lo que hace la fe. Cuando alguien cree en Jesús, queda a salvo de los poderes del mundo, y se sitúa bajo el señorío de Dios:
Si confiesas con tu boca a Jesús por Señor, y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo, porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación (Ro 10,9-10).
Este «confesar» o «proclamar» con la boca y este «creer con el corazón» es la fe que nos salva. Como proclama insistentemente Pablo, somos «justificados», es decir, hechos justos, por la fe. Es lo que tenemos que ver a continuación.
3. Para la reflexión