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hijo de hombre / Hijo del Hombre
— (1) Expresión hebrea que viene a significar algo así como «humano, ser humano». (2) En algunos pasajes de los evangelios, un ser glorioso cuya venida será posterior a Jesucristo, pero que parecería tratarse de Jesús mismo a su regreso.

En principio, la expresión «hijo de hombre» no tiene ninguna complicación. Es así como llama a Ezequiel, por ejemplo, la voz que le habla en sus visiones (Ez 1,1; 2,3.8; 3,1, etc., 243 veces). Ahí la idea parecería ser la de enfatizar la humanidad mortal y limitada del profeta, ante la visión inefable del Señor, una realidad sobrenatural que solamente puede ser descrita con metáforas y símiles que apenas alcanzan a describir su gloria, nunca su aspecto real: «así fue la aparición de la semejanza del resplandor del Señor» (Ez 1,28).

Ante tamaña presencia divina, ¿qué es Ezequiel? Un pobre mortal, un ser insignificante, tan solamente un hijo de un hombre: un ser humano.

La cosa se complica en el libro de Daniel, sin embargo. En Dn 8,17 la expresión se emplea igual que en Ezequiel, para referirse al propio profeta —en este caso, Daniel. Pero en Dn 7,13, el profeta ve en visión «uno como un hijo de hombre», que aparece entre las nubes del cielo. Es traído ante la presencia del «Anciano de Días» (una clara alusión a Dios). Éste le entrega el dominio, el resplandor y la real majestad; y todas las gentes, naciones e idiomas tienen que servirle. Su dominio será eterno y no tendrá fin; su reinado jamás será destruido. Es inevitable la conclusión de que se trata en algún sentido de una figura divina o sobrenatural, que solamente parece humano pero sin serlo.

En el Apocalipsis vuelve a aparecer en el cielo, en dos ocasiones, uno como un hijo de hombre, es decir uno que parece humano. Pero, curiosamente, no parece que sea el mismo en ambos casos. En Ap 1,13, según se desarrolla la visión, nos damos cuenta que está hablando de Jesús resucitado y ascendido al cielo. La figura de Ap 14,14, sin embargo, no parece que sea Jesús, por cuanto está a las órdenes de otro ángel que le ordena meter la hoz que tiene en su mano, para segar la mies de la tierra. De inmediato aparecerá otro ángel, también con una hoz, al que también mandan ponerse a segar.

En los evangelios, Jesús se refiere varias veces a la figura del «hijo del hombre». La expresión es otra vez ligeramente diferente. Parecería indicar que es el hijo de un hombre en particular, aunque Jesús nunca explica quién es ese hombre del que éste es hijo. Este hijo no parece ser una figura divina como en Daniel, ni un ángel como en Ap 14, por cuanto falta esa pequeña palabra, como, que en esos textos nos indicaba que solamente parecía humano (pero sin serlo).

Al contrario, cuando Jesús emplea esta frase, parece estar enfatizando su plena humanidad, sin ningún tipo de condicionamiento ni excepcionalidad genética.

Muchas veces es irresistible la impresión de que Jesús está hablando de sí mismo al referirse al «hijo del hombre». Si es así, resulta una manera extrañísima de expresarse. Mi padre se llamaba Frank. Imaginemos que yo dijera: «Cuando llegue el hijo de Frank, os vais a enterar: Vuestras malas acciones serán castigadas». Bueno, a ver… Si yo ya estoy presente, ¿a qué viene amenazar con aquello de «cuando llegue»? Si pienso ausentarme para después volver, por qué no decirlo claramente: «Ahora tengo que salir, pero cuando vuelva…».

Los que preparan las ediciones impresas de la Biblia se proponen aclararnos la cosa con el empleo de mayúsculas (que no existían hace dos mil años): La expresión «el Hijo del Hombre», así, con mayúsculas, pareciera ser lo mismo que decir «el Hijo de Dios», es decir, Cristo. Pero aunque es normal referirnos a Jesús como Dios a la vez que como hombre, resulta extraño imaginar que Dios Padre quede tipificado como «el hombre», por mucha mayúscula que le echemos.

Tal vez sea por las dificultades que entraña, que aunque fue típica de Jesús, la frase «el hijo del hombre» desaparece rápidamente del vocabulario apostólico. Esa expresión exacta no figura nunca en el Nuevo Testamento, si no es solamente en la boca de Jesús.

Una cosa sí que queda clara de cómo emplea Jesús esta frase: La llegada del hijo del hombre (o Hijo del Hombre, si se prefiere) supone una crisis para la humanidad, un momento de inflexión y de juicio. Nos conviene estar preparados, en justa relación con Dios por la fe, por la gracia y el perdón divino, viviendo vidas dedicadas a la santidad y la justicia, procurando en todas las cosas vivir en armonía con el prójimo. Así desaparece la amenaza ante esa llegada inminente, y podemos aguardarla con ilusión, fe y esperanza.

(Si te interesa ampliar este tema, puedes leer El ser humano 2.0, en El Mensajero Nº 122, mayo de 2013.)

—D.B.