Parábolas para un mundo que vive a corto plazo (IV)
Sacar lo mejor de uno mismo
por José Luis Suárez
1. La fuerza sanadora de las parábolas
El lenguaje metafórico es rico en imágenes. Siempre es moderno, porque nuestra alma piensa siempre en imágenes. Las parábolas nos interpelan. Son una especie de ventana a través de la cual los seres humanos se acercan al misterio de Dios y al misterio de su propia vida.
Todos nos sentimos fascinados cuando leemos en los evangelios que Jesús curaba a los enfermos. La parábola de este artículo es una invitación a descubrir cómo hoy las parábolas, lejos de ser mensajes de adoctrinamiento y moralizantes, nos seducen y nos provocan de forma que seamos capaces de cambiar nuestra forma de ver nuestra impotencia, nuestras debilidades limitaciones. Para que seamos capaces, también, de traer sanidad a nuestra vida.
Es consolador saber que precisamente aquello que nosotros percibimos como fracaso y que expresamos con frases como: «Nada se obtendrá conmigo. Soy un caso desesperado. No tengo remedio. Todos los esfuerzos carecen de sentido. No sigo adelante» —puede florecer y convertirse en algo hermoso.
2. Sacar lo mejor de uno mismo
Érase un rey que vivía en un país que estaba dividido en muchos reinos pequeños. El reino de aquel rey era uno más de esos reinos. Ni el rey ni el reino eran conocidos. Nadie le prestaba mucha atención.
Pero un día el rey heredó un gran diamante de belleza incomparable, de un familiar que había muerto. Era el mayor diamante jamás conocido. Esto dejó desconcertados a todos los que tenían la suerte de contemplarlo. Los demás reyes empezaron a fijarse en este diamante, que consideraban algo fuera de lo común.
El rey tenía la joya perpetuamente expuesta en una urna de cristal para que todos los que quisieran verla pudieran acercarse a admirarla. Naturalmente, unos guardianes bien armados mantenían aquel diamante único bajo una constante vigilancia. Tanto el rey como el reino prosperaban gracias a las muchas visitas que llegaban para contemplar el famoso diamante.
Un día sin embargo uno de los guardianes, muy nervioso, solicitó permiso para hablar con el rey. El guardián, temblando enormemente, le comunicó al rey una terrible noticia: Había aparecido un gran defecto en el diamante. Se trataba de una enorme grieta aparecida justo en la mitad de la joya.
El rey se sintió horrorizado y se acercó al lugar donde estaba instalada la urna de cristal, para comprobar él mismo el deterioro de la joya. ¡Era verdad! El diamante había sufrido una fisura en sus entrañas, defecto perfectamente visible hasta el exterior de la joya.
El rey convocó a todos los joyeros del reino para pedir su opinión y consejo. Todos le dieron malas noticias. Le aseguraron que el defecto de la joya era tan profundo que si se intentaba subsanarlo, lo único que se conseguiría sería que aquella maravillosa joya perdiera su encanto y valor. Y que si se arriesgaba a partirla por la mitad para conseguir dos piedras preciosas, la joya podría con toda probabilidad partirse en miles de fragmentos.
Mientras el rey meditaba profundamente sobre esas dos únicas tristes opciones que se le ofrecían, un joyero ya anciano que había sido el último en llegar se acercó al rey y le comentó:
—Si me da una semana para trabajar la joya es posible que pueda repararla.
Al principio el rey no dio crédito a sus palabras, porque los demás joyeros estaban completamente seguros de la imposibilidad de reparar la joya.
Al final el rey accedió, pero con una condición: La joya no debía salir del palacio real.
Al anciano joyero le pareció bien la condición del rey. Aquel era un buen sitio para trabajar, y aceptó también que los guardianes vigilaran su trabajo desde el exterior de la puerta del improvisado taller, mientras él estuviese trabajando en la joya.
El rey, al no tener otra opción, dio por buena la oferta del anciano joyero. A diario el rey y los guardianes se paseaban nerviosos ante la puerta del improvisado taller. Oían los ruidos de las herramientas que golpeaban la piedra al tiempo que se escuchaban frotamientos suaves. El rey se preguntaba que estaría haciendo el joyero con el diamante y qué es lo que pasaría si el anciano le engañaba.
Al cabo de la semana convenida, el anciano salió de la habitación donde se encontraba la joya. El rey y los guardianes se precipitaron al interior de la misma para ver el trabajo del misterioso joyero. Al rey se le saltaron las lágrimas de pura alegría. ¡Su joya se había convertido en algo incomparable, más hermoso y valioso que antes! El anciano había grabado en el diamante una rosa perfecta. La grieta que antes dividía la joya por la mitad se había convertido en el tallo de la rosa.
3. Mensaje que se desprende de esta parábola
¿Podría comunicarnos esta parábola que Dios trabaja nuestros mayores defectos y los convierte en algo muy hermoso?
¿Podría también significar que Dios cura nuestras más profundas heridas, cuando muchas veces no vemos ninguna posibilidad humana de curación?
¿La imaginación creadora del anciano joyero podría comunicarnos algo acerca de cómo Dios ve aquello en nuestras vidas que podría ser más hermoso de lo que podríamos imaginar?
4. Frase parta reflexionar sobre la parábola
Muy a menudo una adversidad es el instrumento del que se vale el destino para indicarnos un camino que teníamos que descubrir para nuestro crecimiento espiritual (David Lifar).