conversión — La transformación de una cosa o persona, en algo que no era antes. El hierro de las minas se convierte en acero. Por la sed de venganza, una persona pacífica se puede convertir en un asesino. En particular para lo que nos interesa aquí, la conversión es el cambio de religión donde un cristiano se hace budista, por ejemplo, o un musulmán, cristiano.
En las iglesias evangélicas suele estilarse la presuposición de que todo cristiano evangélico ha de poder identificar un momento cuando «me convertí».
Es difícil, sin embargo, hallar ejemplos de conversión en la Biblia. Descartando el caso de Abraham, cuya conversión —si es que la hubo— fue de sedentario en nómada, la primera «conversión religiosa» que nos relata claramente la Biblia parecería ser la de Jacob en Peniel. Allí no es que cambie de religión, de adorar otros dioses a adorar ahora al Señor. Jacob en su lucha toda la noche con el «varón» que se le apareció, sufre una transformación importante en su identidad y en su manera de ser. Sale de la experiencia con otro nombre, Israel, con una cojera permanente, y ya sin el terrible defecto personal de manipular siempre a los demás para estafarles y sacarles ventaja.
Otros casos que por lo dramáticos en sus consecuencias personales podrían parecer una «conversión», resultan cuando se miran con mayor detenimiento, constituir el llamamiento a ser profeta. Moisés frente a la zarza que ardía y no se consumía, no es tanto que cambie de religión como que ha sido llamado a liderar a su pueblo como profeta, en diálogo permanente con Dios. Lo mismo podríamos decir del jovencísimo Samuel cuando oye la voz del Señor. También la visión del Señor que tiene Isaías en el templo de Jerusalén, las visiones de Ezequiel junto al río Quebar, el bautismo y la tentación de Jesús, o la visión de Saulo de Tarso en las afueras de Damasco.
En estos ejemplos y muchos otros, se trata de personas que ya se saben pertenecer plenamente al pueblo escogido de Dios y de hecho tienen un buen camino andado en relación con Dios; pero que ahora descubren que han de desenvolverse de una forma nueva, con consecuencias históricas. Todos ellos son transformados por estas experiencias; pero éstas no constituyen en ningún caso el abandono de una religión por otra sino la intensificación personal de una devoción que ya profesaban.
Hasta la presunta conversión de gentiles en el Nuevo Testamento, tiene muchas veces un sentido igual de limitado al que habría que aplicar a cualquier judío que se acababa convenciendo que Jesús es el Mesías enviado por Dios para Israel. Esos gentiles normalmente ya estaban participando del culto en la sinagoga judía de su lugar, como extranjeros «temerosos de Dios». Aunque el seguimiento de Jesús seguramente intensificó el compromiso con Dios, tanto de los judíos como de esos gentiles, no suponía en un caso ni en otro un cambio de identidad religiosa.
Tenemos por lo menos dos casos claros de cambio de dios, cambio claro de identidad religiosa, bastante temprano en el relato bíblico. En ambos casos se trata de conversiones en masa, con todo lo problemático que resulta esto a la postre, cuando la multitud probablemente no sabe muy bien qué es lo que está haciendo.
Cuando Moisés llega a Egipto y empieza a promover el éxodo entre los esclavos, tiene que explicar quién es este Dios que repentinamente promete liberarlos. Algún tiempo más tarde la multitud de esos esclavos fugados pacta una alianza con el Señor en el Sinaí. Pero queda claro a la postre, que toda esa generación entendió muy poco y muy superficialmente lo que Moisés les estaba explicando.
Otra generación posterior fue llevada por Josué a pactar su alianza con el Señor frente a Siquén, en el territorio conquistado de Canaán. Josué les hace renunciar claramente a los dioses de sus antepasados, pero conforme avanza después el relato del libro de Jueces, nos damos cuenta que esa conversión en masa había sido también muy superficial. Ellos y sus descendientes siguieron adorando a los dioses que se suponía que habían renunciado, y entendían poco y mal lo que les exigía el Señor.
Más que promover el ideal de una conversión instantánea, la Biblia parece entender que la vida entera estará llena de cambios, transformaciones y conversión, con mucho retroceso mezclado entre los avances. Viviremos cambios a veces sorprendentes y rápidos, pero otras veces lentos, dolorosos, de difícil adaptación personal a los propósitos de Dios. Descubrimos así que los cambios más profundos suelen ser los más lentos; las transformaciones instantáneas, las más superficiales.
—D.B.