Dos pensamientos para Semana Santa
por Julián Mellado
Getsemaní
Quisiera compartiros unos pensamientos en torno a las últimas horas de Jesús antes de ir a la cruz.
Fueron horas difíciles cuando el Maestro se vio expuesto a emociones muy intensas. Después de la Última Cena, se retiró con sus amigos a un huerto llamado Getsemaní. Jesús sabía que se acercaba un tiempo muy oscuro, donde iba a ser probado al máximo. Podía huir. Pero eso significaría traicionar a los hombres, a Dios y a sí mismo. Se mantendría fiel hasta el final, el que fuera. Marcos nos dice que Jesús estaba atemorizado y angustiado. El sabía que todo aquello que había hecho por el bien de los demás, desagradaba a los poderes religiosos. Se había saltado, digamos, las normas establecidas.
Lo que estaba arriba, lo puso abajo. Lo que estaba abajo lo puso arriba. Desenmascaró la hipocresía religiosa, la maldad del poder, y luchó contra todo aquello que despersonalizaba a los seres humanos. Curó al enfermo, restauró al marginado, dignificó a los niños y a las mujeres. Derribó todo tipo de barreras que separaban a los humanos. ¿Qué podía esperar de aquellos que fomentaban tantas injusticias?
Por eso buscó el refugio en sus amigos y en su Dios. En Getsemaní, necesitaba esa compañía que sabe entender. Pero sus amigos no entendían realmente el significado de los acontecimientos. Estaban cansados, y se durmieron. Eran buenos amigos, pero no entendieron.
Jesús busca su fuerza en la Fuente que se la puede dar. El Padre que le ha acompañado a lo largo de su vida. Aunque esta vez, lo ve un tanto lejano, quizás callado… Aún así, no huye. Cuando en reiteradas ocasiones busca esa voz humana que reconforta, sólo la encuentra dormida.
Este relato siempre me ha dejado perplejo, asombrado, entristecido, quizás llamado a comprender…
Cuando pienso cómo el Maestro enfrentó esas horas de soledad, de coraje, de fidelidad, quisiera decirle:
—Si yo hubiese estado ahí, no te habría dejado sólo. Habría estado a tu lado, mostrándote mi gratitud, mi comprensión...
Pero entonces es cuando una voz que surge de mi interior me interroga:
—¿Estás seguro de que no te habrías dormido?
Creer en la resurrección
Cuando hablamos de la resurrección nos solemos referir a los acontecimientos de aquel domingo de hace 20 siglos, después de la crucifixión de Jesús de Nazaret, de los cuales nació la Iglesia cristiana. También significa la esperanza futura de los creyentes una vez que cruzan la última frontera. De un modo, quizás inconsciente, situamos la resurrección bien en un pasado, bien en el futuro. ¿Pero tiene algo que decirnos en el presente?
En primer lugar, debemos recordar que la resurrección de Jesús es la respuesta de Dios a los verdugos que actuaron en su nombre. Dios se puso del lado del ajusticiado. El crucificado tenía razón.
Por lo tanto, la resurrección significa el gran ¡Sí! de Dios a la cultura de la vida frente a la cultura de la muerte. Dios de vida, no de muerte.
Existen muchas maneras de «morir», no solamente la física. En nuestro mundo, se dan muchas negaciones que anulan el deseo de vivir. Muchas personas saben lo que es ir «muriendo en vida» debido a una grave depresión, a la pérdida de esperanza, al sinsentido del sufrimiento o a todas esas circunstancias que hacen que dudemos si mereció la pena haber venido a este mundo.
Creer en la resurrección de Jesús, es creer que el Mal no es omnipotente. Que no tiene la última palabra. Nos espanta, nos paraliza, parece ser todopoderoso. Pero no lo es.
La resurrección indica que en este mundo se ha producido una Insurrección. El fatalismo ha sido derrotado. Y de una manera inesperada, mediante la fragilidad de un hombre crucificado pero acogido por el poder del Amor de un Dios pródigo.
Creer en la resurrección, es confiar en la vida otra vez. Es no rendirse a lo que nos anula, lo que pretende oscurecer nuestro horizonte. Es descansar en un Dios que nunca descansa para encontrar las salidas a nuestras sinsalidas.
Creer en la resurrección, es creer que la vida es más poderosa que lo que mata. Lo que mata la ilusión, la ganas de vivir, el deseo de compartir.
Como las mujeres ante el sepulcro, estamos ante lo inesperado que quizás nos espante y nos deja sin voz. Pero luego ya no podemos callar. La vida a rebrotado, el Viviente se nos ha «aparecido», su voz nos ha vuelto a levantar y el silencio se ha convertido en palabra. Palabra de vida, palabra de resurrección.
Resucitemos pues ahora, en alguna medida. Es decir, volvamos a re-suscitar en nosotros la esperanza, la confianza, la alegría, la vida eterna. Y anunciémoslo a este mundo desesperado, perdido en sus oscuridades. Digámosle que la Luz ha resplandecido, que el Crucificado vive, que hubo un día en que la muerte murió. Que hoy es el día cuando podemos descubrir «el poder de su resurrección», como anunciaba el apóstol Pablo. Es hoy que experimentamos, es hoy que no quedaremos atrapados en la muerte. Como nuevos Lázaros, volvamos a la vida, porque hemos oído la palabra de Cristo que nos dijo: ¡Sal de ahí ! |