Llegar a la cima, aunque no lleguen nunca, es su gran objetivo. El sistema capitalista de nuestro mundo es la mayor expresión del pecado de la vanidad.
Igualmente las exitosas campañas espirituales de algunos predicadores televisivos, personas radiantes que derrochan optimismo y que venden a Jesús como una receta para el éxito, manifiestan muy a menudo el pecado de la vanidad.
Dos personajes bíblicos que representan este tipo de pecado son Judas y Pilato. En ambos aunque de forma diferentes encontramos el dilema de ambiciones no resueltas.
Según algunos historiadores, Judas traicionó a Jesús con el propósito de impulsarle a la acción y obligarle a tomar el poder como el Mesías que era. Cuando Judas se dio cuenta de que su plan no le salió bien, optó por el suicidio. Igualmente su ambición al dinero como símbolo del éxito es coherente con su planteamiento en cuanto a Jesús.
Pilato, el poderoso político Romano, estaba convencido de la inocencia de Jesús —«Yo no encuentro delito en este hombre» (Juan 18,38)— pero la sentencia de exculpar a Jesús de lo que se le acusaba, le habría complicado y mucho la posición de poder en la que se encontraba. En el interrogatorio, Pilato plantea la pregunta típica de una persona vanidosa: «¿Qué es la verdad?» (Juan 18,38). Pilato es consciente de que esta pregunta no es otra cosa que un juego, pero como para la persona vanidosa lo que importa es el éxito personal, se adapta a toda realidad en la que salga beneficiado. Todo el relato del encuentro de Jesús con Pilato nos muestra la ambigüedad y la dificultad de Pilato para comprometerse con una causa justa.
Pilato, como toda persona vanidosa, tiene muchas dificultades para la introspección y el sondeo de su mundo interior, ya que para ellas es un territorio desconocido y peligroso, por lo que desentenderse de lo que se debía hacer con Jesús era para él la mejor solución.
4. Respuesta divina a la vanidad
Las tres primeras bienaventuranzas (Mateo 5, 3-5) se refieren a los pobres, a los que lloran, a los humildes, que son manifestaciones de fragilidad. Las personas vanidosas necesitan reconocer su fragilidad para vivir las bienaventuranzas; cuando esto ocurre comienzan un viaje hacia el interior de sí mismos, el cual les lleva a descubrir las máscaras y roles que realizan en la vida y que no corresponden a su verdadera identidad.
Quitarse la máscara con la que viven, será el principio de una vida transformada que les permitirá ser menos exigentes con los logros, con los deseos de triunfar a toda costa, la renuncia a la seguridad, al estatus social, al dinero, al poder y a la construcción de un imperio en el que el éxito lo es todo.
La gracia divina se manifiesta en las personas vanidosas cuando comprenden que el amor de Dios nos es dado por lo que somos y no por lo que hacemos, que no depende en última instancia del esfuerzo o el trabajo. Es entonces cuando se hacen realidad las palabras del profeta Isaías:
Los que esperan en el Señor, recobran nuevas fuerzas, alzan su vuelo como las águilas; corren pero no se cansan, andan y no se fatigan (Is 40,31).
Se dice que el águila es el único animal que puede mirar directamente al sol. Esta imagen nos enseña como la resistencia, la fuerza y la rapidez de un águila puede ser también la realidad de una persona que ha sido liberada de la vanidad.
Cuando la persona vanidosa entra en la dinámica de la veracidad y sinceridad de forma natural, crea una atmósfera tal en su entorno que inspira confianza en los demás y les desafía a conseguir con ella objetivos inimaginables.
5. Para poder ir más lejos con esta reflexión
Las personas dominadas por el pecado de la vanidad deben recordar constantemente que la gente les quiere por lo que son y no por sus grandes capacidades, las cuales muy a menudo no corresponden a lo que son.
La riqueza es como el agua salada, cuanto más bebes, más sed tienes (A. Schopenhauer).
Escalé la cima de la fama y no hallé albergue alguno en su altura estéril (R. Tagore). |