Pero no estamos en guerra
por Dionisio Byler
La sociedad española estamos sumidos en una especie de estado depresivo donde lo vemos todo oscuro y se nos antoja muy difícil el presente y poco menos que imposible el futuro.
Desconfiamos de toda la clase política, que nos ha traído hasta aquí con campañas electorales engañosas. Nos han dicho lo que pensaban que el votante quería oír, mientras construían en paralelo un entramado corrupto donde instalarse como privilegiados en medio del padecimiento generalizado que ellos no han sabido evitarnos.
Desconfiamos de un sistema económico que rescata bancos sobre las espaldas de la ciudadanía, mientras echan sin contemplaciones de sus casas a los que no pueden pagar sus hipotecas.
Desconfiamos de las grandes empresas de las que dependemos para servicios de telecomunicaciones o energía. Nos suben sus tarifas mientras anuncian como hondamente perturbador el hecho de estar ganando —aunque siempre ganando— algunos miles de millones de euros menos.
Este país al que llegaban hace poco decenas de miles de inmigrantes todos los años por las oportunidades de trabajo que aquí había, es hoy un exportador de mano de obra: Nuestra juventud que tiene que emigrar para buscar fortuna en otras latitudes.
Nos dicen que dentro de poco tocaremos fondo y que en no mucho tiempo las cosas van a mejorar. Pero es que nos vienen diciendo esto mismo desde que empezó lo que al principio se dio en llamar la crisis porque se antojaba un pequeño bajón de poca duración. Pero que ya no es crisis sino el nuevo mundo del siglo XXI, donde irán en aumento las diferencias entre pobres y ricos. Donde unos pocos afortunados seguirán aumentando sus fortunas mientras la inmensa masa social aprende a resignarse a un presente sin prosperidad y un futuro sin perspectivas de mejora.
Todo esto es cierto y hasta aquí, es justificable la sensación de pesimismo que nos invade.
Pero hay otra realidad que tampoco debemos olvidar. Una realidad de privilegio y bendición en esta generación que si la olvidamos, olvidamos también la debida gratitud al Señor que nos bendice. Sí, porque a pesar de la tan lamentada crisis, somos una generación privilegiada.
No estamos en guerra.
A 75 años de la Guerra Civil Española, nos parece natural vivir en paz y nos quejamos de estos males de los que sólo se puede dar el lujo de quejarse una generación de paz. En realidad, sin embargo, el hecho de vivir en tiempos de paz, libres del terrible e inhumano azote de la guerra, es un privilegio relativamente escaso en el transcurrir de la historia humana. Y cualquiera que lo olvide, debería leer algún relato histórico sobre Europa durante las guerras de 1914-1918 y 1939-1945 o sobre España durante los años 1936-1939. El que se le antoje aburrido leer historia pura, que lea novelas de guerra. Hay muchas y a cual más terrible en el panorama que pintan de la crueldad y miseria y hambre y muerte que todo lo tocan en tiempos de guerra.
Si nos parece que nuestros políticos de hoy son incompetentes, ¡qué decir de los que condujeron a España a la guerra hispano-estadounidense de 1898, cuando se perdió Cuba, Puerto Rico y las Filipinas!
Si nos parece que la clase social de los ricos es especialmente voraz, corrupta e inhumana hoy día, ¡qué decir de la nobleza del régimen zarista en la Rusia anterior a la Revolución soviética, o la del régimen absolutista español del siglo XVIII!
Aunque no soy un creyente del todo convencido en la doctrina del progreso histórico de la humanidad, sí que me convence que casi cualquier economía de paz que sea posible imaginar, es mejor que cualquiera de las guerras que han asolado con alarmante periodicidad la existencia humana. Y es un progreso evidente, la larga racha de paz que llevamos ahora.
Y creo que si olvidamos agradecer a Dios permanentemente el habernos concedido el privilegio de vivir en una generación de paz, nuestras oraciones se pueden tornar injustamente quejosas e ingratas.
Nos estaremos quedando sin trabajo, bien es cierto, pero no nos llaman a filas para hacer de carne de cañón en batallas cuyo único resultado seguro, es que morirán cientos de miles de seres humanos. Algunos perdemos nuestras casas por la voracidad de los bancos, pero no nos las bombardean desde el aire estando nosotros y nuestros hijos en ellas. En el seno de nuestras familias tenemos que arrimar el hombro para que de los que siguen cobrando un sueldo, puedan vivir los demás. Pero nuestras familias siguen enteras, sin llorar los caídos en el campo de batalla o en el cañoneo de nuestras ciudades. ¡Que me den mil crisis como esta, con tal de que no tenga que vivir la angustia de preguntarme cada día si mis hijos habrán caído en batalla, ni que llamen a la puerta de mis hijas, con cara seria, para comunicarles que ahora son viudas de guerra!
Nos quejamos porque hemos perdido memoria histórica. Nos quejamos porque ya no recordamos que desde siempre, la guerra es tan frecuente como la paz. Nos quejamos porque nos parece natural vivir en paz.
Pero no es natural.
Es una dispensación especial de la protección del Altísimo, que él ha querido derramar sobre nuestra generación. Y no sabemos cuánto más durará; pero sabemos que hasta que se consume en su perfección el Reino de Dios, habrá siempre guerras y rumores de guerras. Esa es la triste normalidad de la existencia humana. Y nuestra paz es entonces más o menos excepcional.
Me produce espanto la ligereza con que algunos de nuestros políticos avivan las llamas del sentimiento nacionalista, como si el nacionalismo fuese un sentimiento inofensivo e inocente. ¡Qué insensata ignorancia de la historia de guerras y odios generacionales que ha provocado ese engendro del Diablo que es el nacionalismo —todos los nacionalismos! El ejemplo más reciente han sido las guerras de la disolución de Yugoslavia a finales del siglo XX. Un precedente harto inquietante, de mal augurio para lo que puede traernos el futuro a los españoles, como nuestros políticos no dejen de jugar con el fuego de los sentimientos nacionalistas.
No, la paz no es ni natural ni segura. Es un paréntesis de bendición y privilegio por el que debemos agradecer a Dios cada día en nuestras oraciones. Porque por mala que sea la presente crisis, esto es gloria en comparación con la guerra.
Demos gracias al Señor e implorémosle seguir en paz todos los días de nuestra vida. |