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Nº 108
Febrero 2012

Diccionario de términos bíblicos y teológicos

principados y potestades — Dos términos empleados reiteradamente en el Nuevo Testamento (en la traducción tradicional evangélica, Reina-Valera 1960), para referirse a entidades generalmente enemigas del evangelio y de los cristianos.  Uno de los textos más emblemáticos, en ese sentido, sería Efesios 6,12:  Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.

Nos pasa a veces, que sólo observamos de manera parcial lo que pone un texto bíblico.  Así la realidad descrita en este texto, donde la definición de principados y potestades es primeramente negativa —no son de sangre y carne sino huestes espirituales de maldad— tiende a inclinarnos a entender que se está hablando de entidades más o menos demoníacas e invisibles.  Sin embargo, una comprensión cabal de «principados y potestades» en el Nuevo Testamento, nos exige contemplar un abanico más amplio de lo que estos términos pueden significar.

Los principados y las potestades no son propiamente sangre y carne, entonces, porque son en primer lugar abstracciones.  Son realidades o entidades de gobierno sobre las sociedades humanas.  Entidades que no son estrictamente humanas por cuanto son mucho más grandes o van mucho más allá que ningún ser humano en particular, pero que suelen estar representadas, sin embargo, por personas concretas.

Un rasgo típico de «principados y potestades» es la autoridad sobre un territorio y sobre sus súbditos.  Encierran en sí un sentido y una dinámica de soberanía, la capacidad de imponer sus preferencias y sus decisiones sobre los particulares gobernados.  Tienen en sí la capacidad real, efectiva y eficaz, de privar a las personas de la libertad en prisiones.  En determinadas condiciones, pueden llegar a quitar la vida con impunidad.  De manera que «los principados y las potestades», aunque podrían perfectamente ser benignos y beneficiosos, esconden siempre una cierta amenaza de recurso a la violencia, una cierta impasividad judicial que puede resultar cruel y deshumanizadora de quien se rebela.

Pero no hace falta tener autoridad legal para ejercer como «principado« o «potestad».  Uno de los más efectivos censores y determinantes de la conducta humana es, por ejemplo, el «Qué dirán».  Es decir, sencillamente la presión social de la opinión pública.

Toda realidad material, todo aquello que verdaderamente es real, tiene dimensiones espirituales.  Esto es algo que hoy día, en un mundo tan dominado por el materialismo y las tecnologías de lo material, se nos suele olvidar.  Unas entidades como los Estados, los «principados» y las «potestades», también tienen una dimensión espiritual, entonces.  Por eso podía decir nuestro texto de Efesios 6, no sólo que gobiernan las presentes tinieblas (los tiempos oscuros en que vivimos desde que perdimos el Edén), sino que son en efecto huestes espirituales de maldad celestial.  Esto viene en describir un potencial real que les es propio, para expresar la maldad cósmica, la rebeldía universal contra la bondad y el amor de Dios.  Ejerciendo su soberanía sobre los seres humanos, los efectos son a veces tan inhumanos y perversos, que entran a participar de la mismísima esencia de la guerra espiritual de todas las edades, entre el Bien y el Mal.  Creyendo defender el bien, sin embargo su efecto puede ser alucinantemente maligno.

El mensaje del Nuevo Testamento sobre estas realidades o entidades, es una narrativa de tres partes.  Primero, fueron creados por Dios para beneficio de la humanidad.  La alternativa a «principados y potestades» sería un caos generalizado donde cada cual defiende sus intereses y la propia vida como mejor puede, destruyendo toda posibilidad de convivencia civilizada en una sociedad armoniosa.

En segundo lugar han caído, como todo lo tocante al ser humano.  Se han rebelado contra su Creador.  Se han endiosado a sí mismos.  No admiten la soberanía de Dios ni de sus mandamientos.  Aunque típicamente suelen defender la religión y en muchos casos se consideran cristianos, su propio sentimiento de soberanía les impide someterse de verdad a Dios.  El ejemplo más cabal de esa insumisión es la crucifixión de nuestro Señor.

Tercero, serán redimidos.  Llegará el día cuando toda rodilla se doblará, cuando toda potestad y dominio y Estado y principado y gobierno y autoridad reconozca que Jesús es el Señor, se dobleguen ante él y le juren lealtad y sumisión.  Una de las escenas finales y más esperanzadoras del Apocalipsis, describe a los reyes de la tierra que entran a la Nueva Jerusalén trayendo sus tributos para presentarlos al que está sentado en el trono y al Cordero.

—D.B.

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