El Mensajero
Nº 105
Noviembre 2011
Diccionario de términos bíblicos y teológicos

santidad — Dedicación exclusiva. Se dice de las cosas, tiempos y personas que habiéndose apartado de su uso habitual —es decir, profano— ahora se encuentran destinadas solamente al uso divino.

La cosa, el momento o la persona así santificada, dedicada exclusivamente a fines religiosos a disposición de la Deidad, no tiene antes de esa dedicación ningún rasgo esencial que lo distinga de cualquier otro. Los corderos que se sacrificaba cada día en el Templo de Jerusalén eran iguales que todos los demás corderos del rebaño. Bien es cierto que debían carecer de defecto, pero esa no era una exigencia de perfección absoluta sino que se requería que el animal estuviera sano como cualquier cordero que uno quisiera comer. Los días dedicados a festividades religiosas eran como cualquier otro día salvo en ese particular: que ese día en lugar de trabajar, se guardaba una fiesta. La persona consagrada a Dios no tenía —no necesariamente— nada de especial antes de consagrarse. Como el cordero o el día, lo que hacía especial a la persona era el propio acto de consagración, de dedicación exclusiva a Dios.

El relato bíblico cuenta que Dios escogió a todo el Pueblo de Israel para sí de entre las naciones. La elección divina hace de Israel entero una nación santa, cuyo fin en la historia de la humanidad es servir en exclusiva al Señor de Israel. Esa elección por Dios de la nación entera para consagrarla y cumplir mediante ella sus propios propósitos, marca el destino, la identidad y la esencia de cada generación de Israel. Da sentido a su existencia incluso en sus horas más oscuras de derrota nacional o duras persecuciones. Hay así en toda la Biblia una clara diferenciación entre el pueblo de Israel —que es «de Dios», es decir santo— y «las naciones» o demás gentes del mundo —los «gentiles»— que sin ser necesariamente mala gente ni especialmente pecadora, sin embargo carecen de esa santidad que le es propia al pueblo de Israel sencillamente por su elección y consagración a los propósitos de Dios.

En el mundo bíblico, se consideraba de importancia fundamental conservar siempre esa distinción entre lo santo y lo profano. Para inculcar la importancia de mantener esa diferenciación, la Ley de Moisés establece otras diferencias que se han de observar. Israel ha de abstenerse de ciertos alimentos como la carne de cerdo no porque ésta sea mala carne, sino sencillamente por enfatizar que no todo es igual. Estaba prohibida también (aunque en realidad se practicaba) la cruza de animales, por ejemplo de caballo y asno para obtener mulos. Tampoco se permitía sembrar más que una clase de semilla en cada parcela de campo ni hacer hilo con más de un tipo de hebra, mezclando por ejemplo el lino y la lana. Todas estas leyes de «santidad» tenían como fin inculcar la importancia de distinguir entre lo santo y lo profano, entre lo que estando bien en un lugar o momento, estaba mal en otro. Y en última instancia, inculcar en Israel la importancia de su identidad nacional como pueblo santo, dedicado exclusivamente a servir los propósitos de Dios en la historia.

Sed santos porque Yo soy santo

Curiosamente, una de las motivaciones más señaladas para exigir esa dedicación exclusiva —o santidad— al pueblo de Israel, es la propia santidad de Dios. ¿Pero qué puede querer decir que Dios sea santo? Quizá podríamos suponer que así como Israel se dedica enteramente a Dios, Dios se dedica enteramente a Israel; y así como Israel no ha de tener otros dioses, Dios tampoco tiene otros pueblos. Sin embargo el propio desarrollo de la historia bíblica indica que este no es el caso. Los profetas consideraban que Dios dirigía los destinos de todas las naciones y celebraban el que su Dios fuese reconocido y temido y alabado por todo el mundo. Y en el Nuevo Testamento, los gentiles empiezan a adorar a Cristo y santificarse también para servir al Padre.

Tal vez, entonces, la «santidad» de Dios indicaría que está dedicado exclusivamente a realizar sus propósitos; que no se deja distraer en cuestiones secundarias ni pierde de vista el fin que tiene ideado para la historia de la humanidad. Desde que Dios promete, Dios también cumple. Cumple con la entereza de propósito que es propia de un ser consagrado a ese fin. En Dios no habría entonces matices ni mezclas de ninguna clase. En él todo es luz, todo es amor, todo es fidelidad, todo es cumplir lo prometido, todo es bondad, todo es gracia y misericordia. No hay ninguna sombra de tinieblas en él. Es «santo».

Los santos

En el Nuevo Testamento «los santos», siempre en plural, sigue siendo el pueblo de Dios, ahora expandido con los gentiles que se empiezan a añadir. Aunque es deber de todo cristiano santificarse, dedicarse a Dios sin mezclas impuras, sin embargo no se usa el calificativo de «San» o «Santa» para referirse a las personas en particular. Referirse a una persona así exigiría suponer que todos los demás cristianos estemos menos dedicados a Dios, que seamos menos suyos, menos «santos», en una palabra. Pero esto es imposible. Porque en el Nuevo Testamento, como en el Antiguo, todos nosotros tenemos una misma elección y un mismo llamamiento a dedicarnos enteramente a Dios. Esa es nuestra identidad y nuestra vida: ser santos.

—D.B.

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