Lo contrario de la sabiduría es... la pereza
por Dionisio Byler
Sorprende hasta que uno le da vueltas y vueltas y descubre lo que tiene de cierto. Para los sabios de Israel que nos conservaron y legaron los Proverbios de su pueblo, lo contrario de la sabiduría es la pereza.
Esto es importante si es que —como veíamos al final de mi artículo de mayo «Mientras llega el tsunami»— el maltrato de nuestro planeta se debe a lo que allí califiqué como «pereza espiritual». Es importante también si es que —como decía el mes pasado, «Maldita la necedad»— la necedad de nuestra sociedad de consumo es, en efecto, maldita. Maldita y estéril delante de Dios y ante toda la Creación. Porque si lo contrario de la sabiduría es la pereza, entonces es que la pereza y la necedad son una misma cosa.
Mira la hormiga, perezoso,
observa su conducta y aprende:
aunque no tiene jefe
ni inspector, ni gobernante,
prepara en el verano su alimento,
en tiempo de siega almacena su comida.
¿Cuánto tiempo dormirás, perezoso?
¿Cuándo te levantarás del sueño?
Un rato de sueño, otro de siesta,
cruzas los brazos y a descansar;
y te asalta como un bandido la pobreza
y la penuria como un hombre armado (Pr 6,6-10).
Según la Biblia, la existencia del ser humano sobre esta tierra es dura y trabajosa; de sudor y cansancio de sol a sol. Hasta hace sólo unas décadas —aunque quizá tanto como un siglo en algunos lugares— todas las generaciones de la humanidad han vivido muy mayoritariamente en el campo. La ocupación fundamental del ser humano ha sido siempre —hasta ahora— la labor agropecuaria. Existían ciudades, sí, pero eran pequeñas y muchos de los que allí vivían se refugiaban entre sus murallas de noche, pero de día salían a labrar la tierra.
Así las cosas, el perezoso no es que estaba más cansado que los demás; sencillamente era menos sabio. Porque si hasta las hormigas se dan cuenta de que la vida tiene su ciclo anual, que a los días largos y calurosos siguen otros días cortos y fríos cuando la tierra nada produce… tiene que ser muy torpe la persona que no haya caído en la cuenta de eso mismo. La humanidad entera sabía que es necesario colaborar estrechamente con la naturaleza si se espera comer. Había que aprovechar la generosidad de la tierra cuando era generosa y almacenar, sabiendo que luego llegarían meses cuando no lo sería.
Esta era la vida sabia y natural, entonces, la de estar trabajando ahora para comer mañana, porque la vida sobre esta tierra es dura y para comer hace falta esforzarse mucho.
Uno de nuestros problemas como civilización moderna y urbana, es que hemos perdido la noción de la conexión directa entre el mucho esfuerzo en el campo y el acto de comer. A muchos, nuestra vida nos sale relativamente fácil. Nuestros niños entienden que ver la tele o jugar con la Wii son derechos humanos inalienables… porque nosotros mismos no hemos aprendido ni les hemos enseñado que cada cucharada que nos llevamos a la boca, lleva detrás de sí cansancio, esfuerzo y mucho saber hacer, mucho saber colaborar con la tierra y con el clima. Hemos perdido en dos o tres generaciones la sabiduría milenaria acumulada por nuestros antepasados. Hemos perdido entonces el respeto a la tierra, el respeto al clima, a la naturaleza, a las fuerzas vitales de flora y fauna de las que depende algo tan elemental como el comer.
Casi todo el mundo seguimos teniendo que esforzarnos mucho de una manera u otra para vivir. Pero sin embargo nos ha invadido una pereza mental y espiritual, por la que no queremos creer que el futuro pueda pintar tan malo como piensan las hormigas. De alguna manera la tecnología o la ciencia o nuevos descubrimientos que ya llegarán, —así pensamos en esta pereza mental— seguramente nos alimentarán cuando ya los campos no sean fértiles y en los mares no haya pesca. O tal vez al Señor —así pensamos en nuestra pereza espiritual— le dé por venir antes de que todo se ponga tan mal, a llevarnos a los buenos al cielo.
Tras la cosecha el perezoso no ara,
luego busca en tiempo de siega y no hay nada (Pr 20,4).
Con estas palabras los sabios de otras generaciones se burlan de nuestra «sociedad de consumo». Una cultura de comer, gastar, usar y tirar hoy porque mañana… mañana es otro día y no podemos imaginar que vaya a escasear. Nos ofende en lo más hondo de nuestro ser «la crisis», porque teníamos asumido que era nuestro pleno derecho consumir, gastar y tirar sin pensar que después de la siega toca meter el arado. Pensábamos que tocaba consumir. Y volver a consumir. Siempre consumir.
El camino del perezoso es un zarzal,
la senda de los honrados amplia calzada (Pr 15,18).
En primera instancia cuando se compuso este Proverbio, seguramente se limitaba sencillamente a observar el descuido y la dejadez en que cae la finca del perezoso, en comparación con el orden y la belleza de la finca del que se esmera. Pero esconde una cruda realidad que se nos asoma hoy. Ese camino cuyo abandono lo transforma en zarzal, es espinoso y duro de atravesar; araña la piel hasta arrancar sangre. La desidia de hoy se cobra su precio en dificultades y dolor mañana. La pereza de nuestra sociedad de consumo es fácil hoy, tal vez, pero va dejando para mañana el precio a pagar por tanto maltrato de la naturaleza. Hoy abrimos minas y quemamos carbón y petróleo y tenemos nuestras centrales nucleares. Mañana tendremos tierra y aire y mar contaminados y radiactivos. Parece fácil ahora, pero esta pereza de espíritu va a costarnos mucho. ¡Y más a nuestros hijos que a nosotros!
El perezoso dice: «Afuera hay un león,
me matará en medio de la calle» (Pr 22.13).
El perezoso mete la mano en el plato,
pero le cansa llevarla a la boca (Pr 26,15).
Cuando se compusieron estos Proverbios, seguramente fue para reírse de las excusas que pone el perezoso con tal de no levantarse y salir al trabajo. Pero nuestra pereza de espíritu —que es rebelde contra Dios por su rebeldía contra la vida como Dios la creó sobre esta tierra— está alimentando fieras que mañana saldrán a darnos caza. Entonces el Hambre y la Asolación serán dos leonas que estarán al acecho en nuestras calles, y nuestro espanto no será fingido. Y estar demasiado cansado para llevarse el pan a la boca puede ser un chiste… a no ser que el cansancio sea real y no fingido. La flojera de una debilidad moral y espiritual, por la que ya ni siquiera por salvar a nuestros descendientes, somos capaces de mover un dedo para rebelarnos contra el consumismo que nos ha anestesiado.
De deseos se consume el perezoso,
pues sus manos no quieren trabajar (Pr 21,25).
Pocas frases de la Biblia describen tan a la perfección el estado de ánimo que nos provoca nuestra sociedad de consumo: «De deseos se consume el perezoso». Esa, en pocas palabras, es la meta a que aspira toda campaña publicitaria. La verdad que esconde la publicidad, es la realidad de la pereza que invade al consumidor. Tan sólo sueña con el último cachivache que le quieren vender. No le satisface ya el trabajo honrado, bien realizado a conciencia. El trabajo es sólo el medio para llegar a un fin: esos deseos artificialmente provocados que consumen su alma de consumidor.
El perezoso se cree más sabio
que siete que saben responder (Pr 26,16).
Eso cree. Pero sabemos que su triste realidad es que de tan necio que es, ni siquiera se sabe necio.
[Todas estas citas de Proverbios han sido de la versión La Palabra.]
El libro de Proverbios, curiosamente, menciona poco a Dios. Pero no es que Dios esté ausente del libro. Al contrario es Dios, precisamente, el que nos ha brindado esta maravillosa Tierra, rica, fértil y fecunda, donde nos ha puesto como cima de su Creación. En Proverbios Sabiduría, compañera inseparable de Dios cuando creaba, se nos acerca ahora a la humanidad y nos ofrece también a nosotros sus encantos. Si es de Dios ser sabio, no lo es menos de nosotros. La pereza consumista que no repara en el mañana tiene solución. Acercándonos a Dios nos acercamos también a Sabiduría. Sabiduría guiará y alumbrará los pasos de la humanidad —si es que queremos hacerle caso— para salir de esta situación y condición en que nos hemos metido. Pero el camino de Sabiduría no nos traerá la droga del consumismo, sino el duro y crudo trabajar hoy para que mañana haya pan para nuestra descendencia en esta tierra. |
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