La madurez cristiana (11)
Maduramos cuando somos generosos
por José Luis Suárez
Cada vez que reflexiono sobre algún tema bíblico, tengo por costumbre consultar los diccionarios bíblicos que tengo y esta vez me ha sorprendido no encontrar en ninguno (ni católico ni evangélico) la palabra «generosidad».
Mi primera reacción —que posiblemente no sea justa— ha sido pensar que la generosidad no hace parte ni de la teología cristiana ni de los valores cristianos. Pero leyendo los evangelios y sobre todo las parábolas de Jesús, me llama la atención la importancia que Jesús da a este tema. Y de hecho quiero usar cuatro parábolas de Jesús muy conocidas para este artículo.
En tres de estas parábolas Jesús intenta comunicarnos la generosidad del Padre. Las parábolas son el género literario que escogió Jesús para hablarnos del Reino de Dios. Reino, en el que la generosidad es uno de los elementos claves.
Introduzco este artículo con algunos breves comentarios de estas cuatro parábolas.
I. Parábolas de Jesús y madurez cristiana
1. Parábola del hijo prodigo. Lucas 15: 11-32.
Entre las muchas lecciones que enseña esta parábola, una importante es la generosidad del padre hacia su hijo menor. Esta generosidad la vemos reflejada en el perdón que el padre ofrece sin antes escuchar el arrepentimiento del hijo y sobre todo en la fiesta que prepara para el hijo perdido. Esta generosidad supone un escándalo para su hijo mayor, el cual no entiende la generosidad de su padre, después del derroche de los bienes de su hermano.
Así es el Padre Dios con todos nosotros, generoso sin que lo merezcamos.
2. Parábola de los obreros de la viña. Mateo. 20: 1-16.
Esta parábola nos desconcierta, y hasta nos parece injusta, ya que a la hora de pagar a los jornaleros el amo empieza con los últimos que empezaron a trabajar y a quienes les paga de forma generosa, mientras que los que han trabajado durante todo el día reciben según el salario convenido. Con ésta parábola Jesús enseña que Dios no trata a las personas según los méritos de cada uno, sino a partir de la generosidad.
Así es Dios con todos nosotros, generoso sin que lo merezcamos.
3. Parábola del buen samaritano. Lucas 10: 30-37
Esta parábola nos sorprende (como todas las de Jesús), porque conociendo como eran en aquella sociedad las relaciones entre judíos y samaritanos, que un judío recibiera una ayuda tan generosa y hasta arriesgada precisamente de su mayor enemigo, era algo inimaginable.
Así es Dios con todos nosotros, aunque seamos enemigos de Él, siempre será generoso aunque no lo merezcamos.
4. Parábola sobre la avaricia. Lucas 12. 13.21
Esta parábola nos habla de lo opuesto a la generosidad. El hombre de esta parábola, con su manera de entender la vida: «mis cosechas, mis graneros, todo mi grano, todos mis bienes, mi alma». La no generosidad de este hombre tiene tres componentes: El primero, es que considera que todo lo que tiene se debe a su solo esfuerzo. El segundo, que es la consecuencia lógica de su forma de vivir egoísta y la soledad absoluta en la que vive. No encontramos ningún ser humano cerca de él. El tercer componente de esta historia, es que no había previsto que tenía todo menos el control de su propia vida.
Este hombre no es capaz de disfrutar de lo que tiene, ni de compartirlo con los demás y se olvida de lo más esencial en la vida, que es vivir disfrutando y compartiendo de lo que se tiene.
La generosidad de Dios no cabe en una persona que solo está llena de ella misma.
Relacionando esta parábola con el tema de la madurez cristiana este tipo de persona sería el prototipo de la absoluta inmadurez cristiana.
II. Algunas consideraciones acerca de la generosidad en la madurez cristiana
La generosidad puede tomar tres formas en la vida de toda persona:
1. La generosidad provisional
Es la generosidad que va acompañada de una mirada al futuro. Es posible que esta mirada sea inconsciente, pero no por ello deja de estar presente en las muchas veces que somos generosos. Damos, porque quizás mañana lo podamos necesitar nosotros. La generosidad es como una despensa en la que ponemos lo que nos sobra para cuando lo necesitemos. Esa despensa es el otro. Esta forma de generosidad la podemos observar en la facilidad con que somos generosos con aquellos que tienen más que nosotros. Sin percatarnos de ello, somos menos generosos con aquellas personas que tienen menos que nosotros o que no tienen nada. La razón esencial es que pensamos que los que no tiene nada difícilmente serán generosos con nosotros cuando lo necesitemos. Esta forma de vivir es una generosidad disfrazada que tiene fines egoístas a largo plazo.
2. La generosidad fraternal
Esta generosidad está dirigida hacia aquellos que nos son queridos, que tenemos cerca, que sabemos que valoran lo que ofrecemos y que por supuesto también confiamos que si un día lo necesitamos, seremos recompensados.
Esta generosidad es por supuesto buena; es el compartir de hermanos y hermanas. Es lo natural, es parte de la vida de los humanos, pero como dijo Jesús «... ¿Qué hacéis más que otros?» Mateo 5: 46-47.
3. Generosidad real
Esta generosidad aparece de múltiples formas. Es una generosidad que no mira quién es el otro (parábola del buen samaritano). Es una generosidad que va más allá del color de la piel, la religión, el estatus social del otro.
Considero que ésta es la generosidad de toda persona madura y que nace de un sentido de salud plena —no solo física—, de plenitud de la persona.
Esta generosidad aparece cuando la persona ha descubierto que sus posesiones y riquezas internas son muchas y más amplias que las externas. Es la convicción de que los recursos internos, que no son materiales, nunca se agotan.
Es por esta razón que la generosidad se convierte en una forma de vivir. No es un acto generoso que aparece en un momento concreto lleno de emoción, o que se ofrece sólo cuando a uno las cosas le han ido bien. La persona es generosa cuando tiene poco, como cuando tiene mucho, porque la generosidad no depende de lo que se tiene; es una forma de vivir la vida, porque la generosidad es por definición desinteresada.
Cuando una persona es generosa concede menos importancia a los bienes materiales y más a las personas, porque la generosidad no es una ventaja material, sino una revolución interior.
Se necesita mucha madurez para ofrecer este tipo de generosidad, porque es arriesgada; pero cuando una persona decide ser generosa ya no hay vuelta atrás en la vida.
III. Las muchas caras de la generosidad
Todos podemos ser generosos. Nadie puede decir que no tiene nada para ofrecer.
La generosidad está al alcance de la mano de todos. No necesitamos ningún tipo de formación ni de conocimientos especiales o técnicos para ser generosos.
A continuación enumero una lista indicativa, aunque no limitativa, de las muchas formas en que podemos ser generosos con los demás.
La generosidad puede darse dedicando tiempo a los demás. La donación de un libro que ya hemos leído. Podemos dar nuestra sangre. Una parte de nuestro dinero. Podemos ser generosos con los bienes materiales, así como también con servicios espirituales. Podemos ser generosos en el perdón. Jesús en la cruz hasta pidió al Padre por los que le crucificaban: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
No hace mucho una persona muy cercana me comentaba lo bien que se sentía después de desprenderse de algunas posesiones que ya no necesitaba.
En este momento que estoy escribiendo, estoy siendo generoso con las personas que leerán este artículo. Nunca imaginé que un día me pondría a dejar mis pensamientos por escrito, pero una vez superado el miedo al ridículo, de no hacerlo bien y aprendiendo día a día el arte de comunicarme por escrito, me doy cuenta que debo dar lo mejor de mi mismo, para que mis pensamientos puedan enriquecer e inspirar a otras personas. Esta es también una de las formas que toma la generosidad.
Pero, sea cual sea el gesto generoso que realicemos, existe un requisito indispensable para la generosidad. Es la gratuidad; no esperar nada a cambio. Porque la generosidad por deber, por obligación, por mala conciencia, por esperar ser recompensado o reconocido, para que el otro nos diga: «¡Qué generoso has sido!», a lo largo nos perjudicará; porque no siempre se nos reconocerá lo hecho. La generosidad, entonces, no debe darse en el contexto de la culpa, de la deuda, de crear dependencia hacia uno, de demostrar nuestra superioridad, bondad etc. Como don gratuito, que genera libertad, debe ser la bondad en estado puro.
La generosidad toca lo más profundo de nuestro ser, porque afecta en última instancia nuestro sentido de propiedad. La parábola del hombre avaro, nos recuerda el sentido de lo que tenemos. Si consideramos que lo que tenemos es nuestro, que lo hemos ganado sólo con nuestro esfuerzo, estamos apegados a nuestras pertenencias y difícilmente podremos ser generosos.
Cuando no somos generosos, perdemos una parte de nosotros mismos y posiblemente mucho de la generosidad de Dios.
La generosidad es dar más de lo que la otra persona espera. Me pregunto si es esto lo que Jesús enseñó en el Sermón del Monte y muy concretamente en Mateo 5: 38-42.
Afirmo por experiencia que la generosidad nos transforma, nos hace más humanos, más maduros, mas auténticos y hasta en muchos momentos produce milagros. Lucas 9: 10-17.
Para poder ir más lejos
Generosos con el futuro
Se encontraba una vez un beduino llamado Abdul, caminando por el desierto, cuando divisó a lo lejos un oasis en cuyo interior relucía una laguna rodeada de vegetación.
—¡Qué bien! —exclamó Abdul—. Ahora podré saciar mi intensa sed.
Se dirigió pues al vergel. Pero cuando se estaba aproximando a él divisó a un hombre viejo inclinado al lado de la laguna excavando en la tierra, mientras sudaba profundamente.
—¡Buen hombre! —comenzó a modo de saludo Adula—. ¿Qué haces cavando pozos con tanto afán en este día de tanto calor?
El viejo levantó la vista y le respondió:
—Estoy plantando semillas para que crezcan higueras.
—¿Que dices? —inquirió a su vez Abdul—. ¿Para que harías una cosa así, si tú nunca verás los frutos, ya que las higueras demoran muchos años en crecer? ¡Ven refréscate en la laguna y olvida esas pesadas tareas!
—Es verdad que yo no los veré crecidos —respondió el viejo—, ni espero probar yo mismo los higos. Pero planto estos árboles para que un día algún otro pueda saborear sus frutos. Del mismo modo, yo hoy estoy disfrutando de los frutos que sembraron otros antes que yo.
La verdadera generosidad para con el futuro consiste en entregarlo todo al presente (Albert Camus).
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