El Mensajero
Nº 105
Noviembre 2011
libertad

La madurez cristiana (17)

Madurez y libertad (1º de 2)
por José Luis Suárez

En esta primera parte intentaré definir lo que entendemos por libertad y tomar a Jesús como modelo de libertad. En la segunda trataré el tema de las ataduras más frecuentes que nos impiden vivir en libertad, para terminar con algunos comentarios acerca del precio que tenemos que pagar por vivir en libertad y su relación con la madurez cristiana.

¿De qué hablamos cuando hablamos de libertad?

Hablar de libertad implica, en primer lugar, definir qué entendemos por esta palabra mágica que ha sido usada desde siempre por todos los pueblos y culturas para expresar las realidades más diversas. La libertad está constantemente expuesta a malos entendidos, así como cuestionada y amenazada. En nombre de la libertad, muchas personas han dado la vida pero, como muchas de las grandes palabras, con su mucho uso puede significar cualquier cosa.

Consideramos que la libertad es la mayor aspiración del ser humano, pero al tiempo cuando usamos hoy esta palabra está vacía de contenido porque en nombre de la libertad todo se justifica y todo es válido. Para muchas personas ser libre equivale a poder hacer todo lo que se nos ocurre y traducir en actos nuestros mínimos caprichos.

Jesús narra una historia muy conocida en Lucas 15, donde un joven desea vivir en libertad y para ello despilfarra la herencia de su padre. Para este joven la libertad tenía el significado de hacer lo que le venía en gana. La historia de este joven nos muestra como no es libre una persona por el hecho de dejar la casa paterna y decidir vivir la vida sin tener que dar cuentas a nadie de sus actos.

La visión de libertad de este joven, también es entendida hoy por muchas personas como la posibilidad de hacer lo que uno quiere sin tener en cuenta a los demás ni las consecuencias de sus actos. Esta libertad en sí y para sí, sin contar con la colectividad humana, termina casi siempre en auténticos problemas e incluso en tragedias.

Como para este joven de la parábola que nos cuenta Jesús, este concepto de libertad precisamente es lo que puede llevar a una persona a ser un auténtico esclavo en lugar de ser libre. Un ejemplo muy sencillo es suficiente para darnos cuenta de esta realidad: cuando el borracho entra en un bar y bebe hasta perder su sano juicio, es posible que afirme que hace lo que quiere y que es libre, pero la realidad es que es un esclavo de la bebida y que no sólo tiene consecuencias en su vida, sino en la de aquellos que le rodean.

Muchas son las personas que piensan que son libres porque compran y consumen lo que les viene en gana, pero en realidad son esclavos de la influencia de los medios de comunicación y publicidad al hacernos creer en necesidades que no tenemos.

Considerar la libertad como la capacidad de hacer lo que a uno le viene en gana es un auténtico engaño.

Cuando hablamos de libertad, hablamos de muchas realidades y su sentido no es el mismo en un momento de la historia que en otro, incluso de un continente a otro. Hoy nosotros hablamos de libertad de prensa, libertad de expresión, libertad para la mujer, libertad para elegir cantidades de cosas, libertad para hacer lo que nos apetece; mientras que en otros momentos para muchos pueblos ha significado el contraste con la carencia de libertad de los esclavos.

Hablar de libertad, es afirmar que el ser humano tiene la posibilidad de decidir lo que quiere hacer con su vida, pero esta libertad no es posible cuando las acciones son realizadas bajo presiones externas.

La libertad debemos entenderla y vivirla bajo el prisma de que la persona es dueña de sus propios actos, pero al tiempo ser conscientes que esa libertad nunca debe dañar al prójimo. Ser libre es ser dueño de uno mismo, pero siempre recordando que vivimos en una colectividad humana donde nuestros actos de libertad afectan a los demás.

Es por ello que sugiero que la libertad para la persona en proceso de maduración no se puede entender como una manera de vivir en la que uno actúa como bien le viene en gana, sin tener en cuenta a los demás, sin ser conscientes tampoco de las fuerzas internas negativas ¬—yo lo llamo pecado o ataduras — que dificultan ser auténticamente libres.

Es evidente que la libertad es la mayor meta de todos los seres humanos, pero esta aspiración no puede ocurrir sin asumir la responsabilidad que se tiene hacia los demás, por lo que yo definiría la libertad como facultad que todo ser humano debe tener para tomar en mano su existencia y obrar de acuerdo con sus convicciones y valores, pero siempre teniendo en cuenta que la libertad de uno termina allí donde se la quita a los demás.

Mientras estoy escribiendo, un grupo de jóvenes está comiendo unos bocadillos y bebiendo delante de la puerta de mi casa. Cuando he salido a la calle, estos jóvenes habían dejado restos de comida delante de mi puerta así como latas de cerveza vacías. Por supuesto he tenido que tomar el tiempo de recoger todos los desperdicios y tirarlos a la basura ¿Es la acción de estos jóvenes un acto de libertad o más bien de libertinaje?

Pensamos que somos libres cuando nadie externo a nosotros nos obliga a hacer lo que no queremos, pero la realidad es que muy a menudo somos auténticos esclavos de nuestros hábitos, costumbres o falta de dominio propio, como veremos en el próximo artículo.

Jesús Modelo de hombre libre

Jesús, aquel que dijo «La verdad os hará libres» (Juan 8.32), enseñó con sus palabras y forma de vivir que la libertad del ser humano es el gran proyecto de Dios para toda la humanidad. Que la libertad deja de serlo cuando aparece la esclavitud o cuando uno hace daño a los demás.

La sociedad en tiempo de Jesús tenía sus leyes y normas de convivencia, pero cuando esas leyes en lugar de ser instrumentos que permiten la libertad del ser humano lo esclavizan, Jesús opta por rbvelarse ante ellas. El mejor ejemplo es cuando dijo “El día de reposo se hizo para el hombre, y no el hombre para el día de reposo» (Mr 2,27).

Jesús, en nombre de la libertad, se rebeló contra las cuatro instituciones más importantes y fundamentales del pueblo judío: la ley, la familia, el templo y el sacerdocio.

Sería salirse del tema profundizar ahora sobre el funcionamiento de estas cuatro instituciones, por lo que sólo me limito a enumerar dos hechos clave en las acciones de Jesús que nos muestran su gran preocupación por la libertad y su enfrentamiento con los poderes de su tiempo. Enfrentamiento que por cierto le llevó a la muerte, porque Jesús se jugó la vida por defender la libertad de los más débiles.

Si por un lado Jesús nunca se opuso a las leyes y las normas que permitían regular la vida del pueblo judío y velar por el bienestar de todos, al tiempo quebrantó en múltiples ocasiones esas leyes que no permitían —entre otras de las muchas normas— curar un enfermo el día de descanso. Quebrantar esta ley se castigaba con la muerte. Jesús asumió este riesgo en nombre de la libertad, para poder curar a un enfermo el día que no estaba permitido por la ley.

Jesús quebrantó los modelos de familia establecidos en su tiempo, en los que un hombre judío no podía dirigirse a una mujer en público y menos si esta mujer era extranjera. La historia del encuentro de la mujer samaritana con Jesús (Juan 4), nos muestra la acción de Jesús en nombre de la libertad al hablar con la mujer y atreverse a que responda a la necesidad de calmar su sed.

Jesús con este acto no solo restaura a este mujer, sino que enseña un principio fundamental de libertad —que por desgracia los creyentes no hemos sabido percibir a lo largo de los siglos— y es que no puede haber libertad entre hombre y mujer cuando existe una relación de dominio y sumisión entre ellos. Sólo en una relación de iguales dentro de sus diferencias puede vivirse la libertad entre hombre y mujer.

El mensaje de Jesús, es que la libertad es una realidad interna de toda persona que afecta a toda la creación. Su visión y forma de vivir la libertad resultó escandalosa para la gente de su tiempo. La libertad de Jesús consistía en no buscar su propio bien sino el de la humanidad. De sus enseñanzas se desprende que la verdadera libertad de la persona madura no consiste en absoluto en la libre disposición sobre sí mismo sino en una vida en relación con el creador y con sus semejantes que implica el respeto de la creación de Dios y la convivencia con los demás. Lo demás es puro libertinaje.

Para poder ir más lejos

Mi propuesta sobre el tema, es que la libertad ya sea individual o colectiva, no llega de forma automática, no es una gracia que el destino puede concedernos y un revés arrebatarnos. Depende exclusivamente de nosotros y de la ayuda divina. La libertad no se consigue de la noche a la mañana, sino a costa de un trabajo paciente realizado día tras día. Ya lo dice Nelson Mandela, uno de los grandes líderes morales y políticos de nuestro tiempo, cuando habla del largo camino hacia la libertad.

La libertad se construye desde dentro del ser humano y exige esfuerzo y tiempo.

Para vivir en libertad hay que saber cambiar día a día, porque en última instancia la libertad es un estado de realización interior más que de actos hacia el exterior.

¿De qué sirve la libertad que sólo beneficia a uno mismo? (José Luis Suárez).

Nadie es libre si no es dueño de sí mismo (Epicteto).

La libertad no es algo que esté en las condiciones externas. Está en las personas: quien desea ser libre lo es (Paul Ernst).

El hombre puede ser desposeído de todo excepto de una cosa: la última de las libertades humanas, la libertad de escoger la actitud que uno adopta ante cualquier conjunto de circunstancias y de escoger su propio camino (Viktor Frankl).

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