Colección de lecturas
 

Manual para huyentes
D. Byler

Dios es generoso. Es el inventor del placer, de la alegría y del sexo. También es un Padre cariñoso que nos protege de todo lo que pueda dañarnos, instruyéndonos por lo tanto acerca de los usos y abusos del placer, la alegría y el sexo. Es un Dios de liberación, que desea ardientemente liberarnos de la esclavitud a «la carne» y la muerte que a la carne le espera. Frente a la confusión imperante en nuestra sociedad, debemos tener claro que nos resulta terriblemente dañino a los seres humanos toda actividad sexual fuera del matrimonio: no porque a Dios lo ponga de mal humor, sino porque pervierte nuestra propia naturaleza según fue creada para el compañerismo de la pareja comprometida mediante el matrimonio.

Frente a todo esto, Pablo escribe en 1 Corintios 6:18: «Huid del sexo fuera del matrimonio». De modo que los cristianos debemos ser, según la instrucción bíblica, huyentes. Huyentes del sexo fuera del matrimonio. esto significa que buscaremos todos los medios posibles para evitar caer en esta manifestación de esclavitud a «la carne» y rebelión contra la libertad espiritual que tenemos en Cristo. Siguen a continuación algunos consejos acerca de lo que podemos hacer para «huir del sexo fuera del matrimonio».

1. Practicar una higiene mental. Para poder hacer esto se supone que están dadas dos condiciones: Primero necesitas contar con la ayuda del Espíritu Santo. El es tu gran ayudador, el instructor de tu conciencia, el motivador que te da el deseo de disciplinarte, y el habilitador que te hace capaz de pensar los pensamientos que te convienen. Segundo, necesitas saber cómo controlar tus pensamientos. Me imagino que ya alguna vez has tratado de rechazar pensamientos impuros acerca del sexo. Puedo imaginarme lo que te puede haber pasado. Cuanto más intensamente tratas de ignorar y reprimir la fantasía, más te fascina. Lo reprimido tiene un poder muy fuerte. Incluso si logras superarlo, es posible que descubras pocos instantes más tarde que te has enfadado con alguien, o que te sientes irritado: El esfuerzo de represión te deja mal parado psíquicamente.

No, el proceso de higienizar los pensamientos no pasa por la represión. Pasa por la confesión. En la confesión admites primero para ti mismo y luego para Dios, que esa fantasía, esa imagen mental, ese pensamiento… te resulta intrigante. Te reconoces a ti mismo como un ser humano con sexualidad potente, y admites que te gustaría lo que por tu mente se ha cruzado. Luego decides : ¿Qué es lo que realmente quiero ahora mismo? ¿Quiero continuar con esta línea de pensamiento… que me conduce a la esclavitud de mi vida pasada? ¿O preferiría pensar en otra cosa? Es aquí donde entra tu determinación de higienizar tus pensamientos. Si realmente te interesa, una vez confesada aquella atracción, puedes pensar en otra cosa. Cualquier cosa: Los colores que ves a tu alrededor, los sonidos interesantes que oyes, el libro que tienes en tus manos, o lo que te estaba hablando alguien cuando comenzó tu paréntesis mental de impureza sexual en la imaginación. ¡Puedes pensar en otra cosa! ¡Nadie te lo prohíbe! Tienes plena libertad para ello, ya que has decidido que, si bien te interesaba aquella fantasía, te interesa más pensar en otra cosa.

Aunque a veces no. A veces en realidad te sigue interesando más seguirle la corriente al pensamiento impuro que te has imaginado. Esto también se puede confesar: «Señor, aunque en teoría sé que no debería seguir, la realidad es que lo que más quiero en este momento es continuar con esta fantasía. Acompáñame tú mientras en mi imaginación la consumo». En la medida en que has desarrollado en general una relación con Dios en la que eres auténticamente sensible a su Espíritu, notarás una frecuencia notable de oportunidades en las que, ante esta invitación, el deseo impuro desaparece sin que tú sepas exactamente cómo ha sucedido. Muchas veces hasta tendrás que luchar con una sensación de nostalgia porque la fantasía que ha perdido su fascinación podría haber sido tan interesante… Pero ese es el momento en el que Dios te ha dado la victoria. Quédate firme en ella. Tu mente está en libertad para pensar en otras cosas.

2. Evitar lo que no «edifica». Dice así Pablo en 1 Corintios 10.23: «Todas las cosas están permitidas; sin embargo no todas convienen. Todas las cosas están permitidas; sin embargo no todas edifican».

Lo hemos dicho y lo repetimos: Dios es un Dios de liberación asombrosa y no de prohibiciones arbitrarias. Pero la maravillosa libertad de la que disfrutamos los que andamos según el Espíritu de Dios no significa que hagamos todo lo que se nos antoje. Porque junto con esa libertad se nos da un reconocimiento justo de nuestras limitaciones ante las tentaciones y la sabiduría para evitarlas. Por eso tengo que preguntarme muchas veces si el hermano o la hermana que haciendo uso de «libertad» espiritual se mete en situaciones donde está claro que va a recibir tentaciones realmente ha sido liberada del poder de «la carne».

Pienso que hay que ser muy maduro en cuanto al sexo para poder resistir una dieta mental de películas prohibidas, novelas sucias, chistes verdes y cosas afines… sin contaminarse en actitudes mentales. Es impresionante el impacto negativo que puede causar una película cuyo argumento está planteado de tal modo que te hace querer con todas tus fuerzas que aquellos pobres protagonistas sobre la pantalla puedan unirse carnalmente (porque es una virtud que les traerá mucha felicidad, está claro)… y el suspiro de alivio y satisfacción que la consumación de aquel pecado te arranca. «¡Es tan romántico…! ¡Es tan realista en cuanto a la vida…! Es tan hermoso que al fin de tanto sufrimiento los protagonistas hayan al fin encontrado un oasis de amor…» ¡Vamos! Esto no conviene. Esto no edifica. Esos sentimientos no concuerdan con la verdad de Dios.

Es posible que con esta actitud te pierdas algunas de las mejores películas y novelas. Pero examínate la próxima vez que salgas del cine: ¿Te sientes edificado en tu determinación de seguir a Cristo, o sientes tristeza en tu espíritu?

3. Ser sabios en el noviazgo. Cuando todo lo anterior está dicho, todavía nos queda una realidad innegable. Existe una relación, una manera de relacionarse dos personas de sexo opuesto, que es donde más peligro corre el cristiano soltero en su determinación de vivir en pureza sexual. Existe una etapa de la vida en la que más veces caen en relaciones sexuales fuera del matrimonio los jóvenes buenos y redimidos por Dos: El noviazgo.

No quedaría completa la presentación de una sexualidad bíblica para solteros cristianos si no dijéramos algunas cosas sobre el noviazgo.

Hay tres cosas que todo cristiano soltero debe tener bien claras antes de entrar en esta relación con otra persona:

3.1 El noviazgo es un estado de transición. Hay sólo dos estados civiles: o estás casado o eres soltero. No hay un estado civil «novio». Ser «novio» no altera nada en cuanto a quien eres ante la sociedad (y ante el Señor). Es una relación de solteros que apunta hacia el matrimonio. Es una etapa de inestabilidad, que busca inevitablemente su desenlace en la boda. La misma palabra apunta hacia la boda: es en la boda cuando somos «novios» plena y propiamente dicho. Como el noviazgo no es un «estado», o sea una relación completa en sí misma, es inherentemente frustrante. Todo apunta hacia la relación futura matrimonial… pero sigues en las limitaciones del presente. Has hallado a tu pareja… pero todavía no es tu pareja. Sientes potentísimas corrientes de atracción sexual… pero sabes que es rebelión contra Dios dañarte a ti y dañar a tu compañero (compañera) dando curso libre a esa corriente. Sientes fuertemente tu autonomía de tus padres… pero en tu casa sigues siendo «un hijo» y no «el marido», «una hija» y no «la señora».

3.2 Por lo tanto, para entrar en el noviazgo hay que saberse preparado para examinar la posibilidad de casarse. Hay que estar conscientes de haber alcanzado cierto grado, por mínimo que fuere, de madurez física, emocional, psíquica, etc. El noviazgo no es cosa de adolescentes, sino de adultos. Es cierto que muchas veces estos adultos serán muy jóvenes, en una etapa de la vida a veces en transición entre la adolescencia y la madurez adulta. Pero si es cierto que el noviazgo apunta hacia el matrimonio, está claro que no es para gente a quienes les falta muchos años para estar preparados para el matrimonio mismo.

3.3 Cuanto más maduro, más adulto, sea el joven que entra en esta relación especial con otra persona, más sencillo resulta el noviazgo. La pareja puede dedicarse a examinar juntos, bajo la supervisión y los consejos de sus hermanos en la comunidad cristiana, si realmente son el uno para el otro. ¿Cuál es la ventaja de todo esto? La ventaja es que el noviazgo puede ser relativamente más corto que cuando se entra a él con la inmadurez de la adolescencia y con un mínimo de otras definiciones acerca de la vida y acerca de la preparación para el matrimonio.

Y las ventajas de un noviazgo relativamente breve son evidentes cuando hablamos de huir del sexo fuera del matrimonio. En esto no tengo una palabra del Señor, sino que doy un consejo fraternal. No estamos diciendo que todos esos noviazgos que tardan largos años en hallar su desenlace en la boda son un error que conduce inevitablemente al pecado. Sólo digo que los riesgos de caer ante la tentación son más grandes cuanto más se viva con la tentación. Alguna pareja de novios, de esas que llevan años con todo decidido y esperan solamente el momento económico oportuno para casarse, me ha mirado como un bicho raro al escuchar estos conceptos. Temo que más raros son ellos si, como alguna vez me han insistido, su situación no les supone fuertes tentaciones. Tentaciones que hubiera sido posible evitar esperando algunos años para comenzar su relación. Sin embargo no es la tentación aquello que ha de ser evitado cueste lo que cueste, sino caer en el pecado. No seremos juzgados por nuestras tentaciones sino por la inmoralidad cometida en realidad. Y no quisiera robarle a nadie los momentos de felicidad romántica que se disfrutan amando y sintiéndose amado, fuere cual fuere su estado civil. Lo único que digo es que he sufrido demasiado viendo el desastre espiritual en que han acabado algunos jóvenes maravillosos pero demasiado lanzados, y los matrimonios tristes de personas que cayeron ingenuamente en un pecado previsible, que ha marcado su relación a largo plazo.

Una vez en esta relación de noviazgo, cada pareja es bastante consciente delante de Dios del comportamiento y las situaciones que les crean tentaciones. Cuando el deseo de la pareja es agradar a Dios antes que nada, hallarán los métodos y la fuerza para huir. Para esto cuentan, en la comunidad cristiana a la que pertenecen, con hermanos que les apoyan con consejos, con oración y a veces, ¿por qué no?, con disciplina. Una disciplina que es una expresión del amor que les tienen sus hermanos en el Señor. Una disciplina que les ayudará a vivir en la libertad del Espíritu en lugar del cautiverio de «la carne». Pero ¡cuanto más fácil es para los hermanos apoyar a una pareja de esta manera, cuando la pareja misma lo solicita y está totalmente abierta a la intervención fraternal proveniente del amor cristiano!


Dionisio Byler, Como un grano de mostaza (Libros CLIE, 1988), capítulo 14, pp. 105-111.