Colección de lecturas
 

Señales y prodigios
Agustín Melguizo, Boletín CEMB Nº 69, junio 2001

El verano pasado, viajamos toda la familia a Barcelona para pasar unos días de vacaciones. Teníamosbien clara la dirección del lugar al que queríamos llegar, y ya había estado allí varias veces con anterioridad, así que en principio no debiera haber tenido problemas, pero al llegar a las cercanías de Barcelona el tráfico se volvió muy denso y empezaron las retenciones. Tratando de atajar y no perder más tiempo decidí cambiar el itinerario y hacer caso a nuevas señales que aparentemente me ahorrarían esfuerzo, pero no fue así. Nos perdimos y durante casi una hora tuvimos que deambular y dar rodeos buscando las buenas señales que nos recondujeran a nuestro destino hasta que por fin dimos con ellas. Entonces ya nos relajamos todos, abandonamos la ansiedad y felizmente (pero bastante tarde) llegamos al lugar de destino.

Señales. Son muy necesarias, y necesitamos saber interpretarlas para que nos conduzcan al lugar deseado. También Pablo, el apóstol,cuando iba camino de Damasco, recibió una señal un tanto extraña y prodigiosa. Repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo y cayendo en tierra, oyó una voz que le habló. Todos conocemos el mensaje de esa voz y el producto de esta experiencia en Pablo, que dio un giro radical a su vida.

Creo que con frecuencia tenemos dos problemas con la señales:

1. Cuando no sabemos interpretarlas.

En mi caso, una señal aparentemente clarificadora, resultó ser un fraude, y la señal no es que fuera incorrecta, sólo es que para los que somos foráneos, debiera haber sido complementada con otras señales que clarificaran el destino al cual llevaba. En el caso de Pablo, parece que la señal que recibió del cielo le abrió los ojos, y todo lo que había estudiado previamente fue reenfocado. La señal que le convenció de que Jesús era el Cristo, hizo que La Ley y Los Profetas tomasen una nueva dimensión.

Pero no siempre una sola señal basta. A veces necesitamos esperar otras señales complementarias como en el caso que narra Hechos 8: 26-39, cuando Felipe estaba en Samaria en una Campaña Evangelística muy fructífera. Aparentemente todo indicaba que lo mejor era quedarse allí y continuar el trabajo con los nuevos convertidos, que eran muchos, pero un ángel del Señor le habló diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza. El ángel no dijo más, y Felipe tuvo que actuar fiándose que mas adelante recibiría nueva luz (otras señales), sobre la finalidad de ir a ese camino. Y así fue. Cuando estaba en el camino,el Espíritu le habló para que se acercara al carro del Eunuco etíope, y a consecuencia de esto entabló conversación con el pasajero. Desde el pasaje de Isaías que estaba leyendo, Felipe le habló de Jesús y finalmente bautizó al eunuco, consiguiendo así que el Evangelio llegase a Etiopía. Una señal complementó a otra y luego ya todo fue cayendo fácilmente por su peso. La finalidad de estas señales complementarias que recibió Felipe era que el Evangelio se extendiera. La docilidad y la fe y la paciencia de Felipe produjeron el resultado esperado.

2. Cuando la señal nos hace olvidar el destino al cual apunta.

A veces actuamos como si lo único que buscáramos fueran señales que nos indican dónde se encuentran lugares que nos interesan. Cuando andábamos perdidos en Barcelona y por fin dimos con la señal que estábamos buscando y que nos indicaba por donde seguir, de nada hubiera servido si nos hubiéramos bajado todos del coche y jubilosos hubiéramos empezado a saltar y danzar alrededor de la señal llenos de entusiasmo: «¡Que bien! Por allí se va a nuestro destino de vacaciones. Allí está nuestra residencia. Allí pasaremos buenos días. ¡Qué señal tan buena, tan bien pintada, tan inspiradora, tan clarificadora...!» Hubiera sido estúpido actuar así, quedándonos en ese lugar sin continuar hacia el destino que la señal indicaba. La señal nos dio alegría, pero también ánimo y seguridad para continuar el viaje y así llegar al final.

Si el apóstol Pablo hubiera tomado esta actitud, su vida y los frutos de su ministerio hubieran sido verdaderamente diferentes. Con esta actitud, Pablo se hubiera quedado para siempre en Damasco, porque allí Dios le había dado una señal asombrosa. Se hubiera dedicado a construir un santuario en el lugar donde cayópostrado por el rayo de luz y hubiera hecho de aquel sitio un lugar de peregrinaje, esperando que lo que un día ocurrió volviera a repetirse. Nada de llevar el Evangelio a los gentiles, nada de dar testimonio por todo el imperio, nada de dejarse guiar por el Espíritu... ¡Que pena! En este caso la señal, y no Cristo, se hubiera convertido en el centro de su vida. Gracias a Dios no fue así, y la señal sirvió para lo cual fue creada, para indicar el camino, para animar, para convencer, para dar seguridad... para que Pablo se convirtiera en un siervo de Dios.

A ver si nos espabilamos y dejamos que en nuestro camino las señales nos conduzcan hacia donde Dios quiere llevarnos, que para eso están, y no para convertirse en protagonistas y objetivos finales de nuestro peregrinaje.

 
  Copyright © 2001 Agustín Melguizo