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Reflexiones sobre el terrorismo Reflexiones sobre el terrorismo
2. Vemos en la historia bíblica algunas conductas que podrían parecer propias de la mentalidad del terrorista:
De los que son como uno en ese único factor del que se ha decidido que pende lo verdaderamente humano y digno: religión, lengua, clase social, raza, etc. Si lo importante es la religión, la lengua, la clase social y la raza no importan; si lo importante es la raza, no importan la religión ni la lengua ni la clase social; si lo importante es la lengua, no importan ni la religión ni la clase social, etc. Partiendo desde este punto de partida en que se han fijado, entonces…
Todo esto, como he dicho, donde primero se vio fue en la Conquista de Canaán según el relato bíblico, según la lectura más natural y superficial que se suele hacer del texto.
Yo opino que el cristianismo es pacifista en sus raíces, y no me cabe duda de que Jesús murió en la cruz porque se negó a defenderse a sí mismo recurriendo a la violencia. Para Jesús la relación con Dios es lo primero y lo último, el todo de la existencia humana —aunque él, como los demás judíos de su día, no podía separar el amor a Dios del amor al prójimo. A Jesús esa manera de entender la vida le puede impulsar a dejar la vida por el prójimo, pero jamás a tomar la vida del prójimo. Esa diferencia es fundamental, y hace que los terroristas y las fuerzas del orden, que normalmente nos resultan polos opuestos entre sí, ante Jesús parezcan iguales. Las diferencias entre los puntos A y B son importantes cuando se contemplan desde la perspectiva de su posicionamiento en la línea A-B. Pero desde que se postula una segunda línea AB-C, se diría que en la línea AB-C, las diferencias entre A y B son inmateriales, y ambas, A y B, se encuentran a la misma distancia de C. Tanto los terroristas como las fuerzas del orden —y en principio casi todo el mundo— están dispuestos a matar a un ser humano para conseguir un objetivo que se considere suficientemente importante. A nosotros nos resulta inmensamente superior el objetivo de la paz, la libertad, la protección de ciudadanos indefensos y desarmados, en fin, los motivos por los que las fuerzas del orden están dispuestas a matar para protegernos. Aunque en su disposición a dar la vida propia por el prójimo se parecía tanto a las fuerzas del orden como a los terroristas, Jesús manifiesta ser el polo opuesto de ambos al negarse a recurrir a las armas y a la violencia en ninguna circunstancia y por ningún motivo. El pensamiento de Jesús resultaba incómodo y desconcertante en su día, y sigue resultándonos incómodo y desconcertante hoy. Jesús tenía y sigue teniendo hoy una capacidad de darles la vuelta a las cosas que todos pensamos saber. Como en el caso que ahora tenemos entre manos: ¡Justo cuando todos teníamos perfectamente dividido el mundo entre buenos y malos, en este caso los terroristas eran los malos y nosotros los buenos, va Jesús y nos acusa a todos, terroristas y víctimas del terrorismo por igual, de ser pecadores!
Esto requiere explicación. Hay un sentido general, popular, que le damos a la palabra «ídolo», donde «ídolo» viene a ser aquella persona que es especialmente admirada por su música, por su forma de jugar al futbol, etc. Pero existe también un sentido mucho más técnico que se le da a esta palabra en la tradición judeocristiana: aquí «ídolo» sería todo aquello que se postula como Dios, pero que resulta ser un dios falso, un dios de mentira o mentiroso —da igual—, que promete la vida y la felicidad pero produce la desdicha y la muerte. Desde que el cristianismo es monoteísta, es decir que cree que sólo existe un único Dios, todo aquel que se postula como otro dios, distinto al Dios único, es un ídolo en este sentido: es un dios falso, un dios de mentiras y de muerte. Son ídolos en este sentido, dioses falsos, todos aquello valores y principios; todas las ideas, cosas, personas; toda cosa aparte de Dios mismo, en donde el ser humano pueda pretender hallar el sentido último de su existencia, su identidad y su felicidad. Ninguna cosa creada puede soportar la carga emocional, las esperanzas y la profundidad del anhelo humano, como para satisfacer plenamente las aspiraciones que el ser humano legítimamente sólo puede poner en Dios. Es todo un tópico de la literatura, esa figura de la persona que busca la felicidad en el dinero, o en la fama, o en el sexo o las drogas o lo que sea, pero que habiendo alcanzado todo aquello a que podía aspirar, se siente tan vacío como antes y más desdichado que nunca. Lo malo es que muchas veces, en el servicio de esos ídolos, procurando esa riqueza, o fama o el placer o lo que sea, las personas empiezan a volverse egoístas, violentas, propensas a no sólo ser desdichados ellos mismos, sino a hacer desdichados a todos los que les rodean. Como si a la humanidad nos faltaran ídolos antes, hace unos pocos siglos surgió uno nuevo, terrible y poderoso sin par, que cautiva las mentes de millones de adeptos inspirándoles amor, lealtad, y la disposición incondicional a entregarle la vida. Es el ídolo que ha estado detrás de casi todas las guerras de los últimos dos o tres siglos: el ídolo del nacionalismo étnico. Por amor a los que son como uno mismo, en ese aspecto de la humanidad que se ha decidido que es el fundamental (sea la religión, el color de la piel, la clase social, la lengua materna, o el mero hecho de haber nacido en un lugar y no en otro), la gente se vuelve terrible en su desprecio homicida de los que en ese particular son distintos, y nos tornamos capaces de cometer atrocidades como los campos de concentración nazis, los campos de muerte de Camboya o de Ruanda, las limpiezas étnicas de Bosnia o de Croacia o de Kosovo y sí, también, los coches bomba y los tiros en la nuca de ETA. El legítimo amor al prójimo, en este caso a los que son como uno en ese particular que se ha decidido que es el importante, se transforma en motivo de odio, muerte, dolor y destrucción. Existe un buen motivo y muy sencillo, por qué el terrorismo y la religión se pueden parecer tanto. El terrorismo es en el fondo una religión: aunque una religión falsa, una religión de la muerte. Es el culto de lo negativo y oscuro en la humanidad, aquello que nos separa unos de otros en lugar de unirnos a todos en una única humanidad gozosa, plural y diversa. En la intensidad de los sentimientos que inspira, en la lealtad incondicional, en el fanatismo y la disposición homicida que despierta, los terroristas se manifiestan adeptos a una religión terrible y macabra, que les chupa el alma mientras les obliga a cometer sus crímenes y atrocidades. El terrorismo es entonces, si me lo permitís, el anticristo. Anticristo en el sentido de que es el polo opuesto, lo absolutamente contrario a Cristo.
Si se pretende acabar con la idolatría —el culto a la muerte y a la mentira—, es contraproducente recurrir también a la destrucción y la muerte. Quien mata a los que rinden culto a la muerte, da razón a la muerte y se manifiesta tan engañado por la idolatría de la muerte, como aquel a quien pretende exterminar. La única manera de combatir contra la mentira es con la verdad. La única manera de luchar contra la oscuridad es encender una luz. La única manera de acabar con la idolatría del terror es dedicar la vida al amor, y a Aquel que es amor, al Dios y Padre de Jesucristo, Padre nuestro también al fin, quien está siempre dispuesto a perdonar nuestros pecados en lugar de darnos nuestro justo castigo.
Paradójicamente, entonces, las víctimas del terrorismo son siempre relativamente pocas. Aquí en España es infinitamente más peligrosa y asesina la carretera que ETA. Es mucho más fácil morir de un accidente laboral que morir a manos de ETA. El SIDA ha matado a más gente en Nueva York que lo que mató el atentado del 11 de septiembre. Con esto en mente, creo que una de las maneras de combatir el terrorismo es no dejar que el horror que nos embarga por el terrorismo resulte precisamente todo lo desproporcionado que procuran los terroristas que sea. Es importante recordar que esta mañana, mientras he estado compartiendo estas pocas ideas sobre el terrorismo, han muerto de hambre más de 100 personas. En estos minutos, miles de personas en África han muerto de enfermedades que aquí en España no matan porque la Seguridad Social nos da los servicios médicos necesarios para salvarnos la vida. Es importante recordar que nosotros nos beneficiamos de un sistema económico mundial que ha conseguido endeudar a la Argentina hasta tal punto que siendo una de las grandes potencias exportadoras de alimentos, la gente se esté muriendo de hambre. Estas cosas no son terrorismo, en el sentido de que nadie las reivindica para sembrar el miedo. Todo lo contrario, se intenta callar y silenciar la muerte y el sufrimiento a gran escala que genera nuestra civilización cruel y egoísta. Que no se piense en ello. Que no afecte nuestra fiebre consumista de la que depende que la economía española siga creciendo más que las del resto de Europa. No, esto no es terrorismo. Sólo es pecado, perversidad, corrupción moral, muerte y crueldad asesina. |
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Copyright © 2002 Dionisio Byler |