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Ser sanados para sanar
Ser sanados, para sanar a un mundo enfermo
por José Luis Suárez
8º Encuentro Menonita Español, Benalmádena (Málaga)
14 de octubre, 2006
Para este encuentro, hemos escogido un tema, a mi entender apasionante, que nos afecta a todos. Es un tema abierto, que puede dar mucho de sí y que nos ofrece múltiples posibilidades de acercamiento.
Al ser un tema tan amplio, mi objetivo es muy sencillo: Compartir herramientas, propuestas y caminos para explorar, dejando espacios para que todos podamos seguir reflexionando. Al ir poniendo pensamientos en el papel, me he dado cuenta que el tiempo que se me ha otorgado no es suficiente. Y como además, me gustaría tener un tiempo para preguntas, testimonios y observaciones sobre el tema, dejaré el material por escrito para poder ir más allá del texto, saltando a diferentes párrafos y añadiendo algunos pensamientos que no están reflejados en el material.
Este tema lo desarrollaré en seis puntos que se desprenden del enunciado: “Ser sanados para sanar a un mundo enfermo”.
- Definir lo que entendemos por enfermedad y curación
- La unidad que existe entre ser sanado y sanar
- Los caminantes de Emaús: (Lucas 24:1-35)
- Los desafíos que se desprenden de este relato y nuestra misión sanadora
- La enfermedad del mundo actual
- Jesús, el sanador
- Algunas conclusione
I. Definir lo que entendemos por enfermedad y curación
Aunque a lo largo de la exposición estos términos quedarán explicados, quiero adelantar un par de ideas para definirlos. Me atrevo a afirmar, desde el relato bíblico, que la enfermedad es no vivir de acuerdo con el designio de Dios para la humanidad, que es armonía en todas las dimensiones de su creación.
En el relato de la Creación, se nos dice, después de que Dios creara los cielos y la tierra, en Génesis 1:1, que «la tierra estaba sin orden y vacía». Observamos cómo el relato continúa exponiendo que la creación estaba incompleta, desordenada, vacía… le faltaba algo. Después de este primer acto creador, Dios dijo esa frase tan bonita: «y vio Dios que era bueno» que se repite seis veces, después de cada acto creador, y que culmina con «Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera» (Génesis 1:31). Desorden, caos, vacío… es la primera forma de definir la enfermedad.
Continuamos con el libro de Génesis y nos acercamos ahora a la creación del hombre y la mujer. En el capítulo 2, versículo 17, leemos la indicación de Dios «pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás». Adán y Eva no murieron de forma física cuando comieron del árbol prohibido, pero la desobediencia a Dios provocó la ruptura de la relación con Él, la desarmonía con el creador y la consecuencia última, la muerte. Este no vivir con el designio de Dios, por parte de Adán y Eva, es una ruptura no sólo con su creador, sino que crea una desarmonía entre ellos, hasta echarse las culpas el uno al otro, primero, y a la serpiente, después, de lo acontecido. Y esto es enfermedad, es desequilibrio, es un estado anormal. Es una manera también de definir el pecado.
Entonces, podemos decir que la sanidad es volver al proyecto de Dios, que es lo mismo que hacer desaparecer el caos, el desorden, la desarmonía, y volver al encuentro con el creador, entre los eres humanos, con toda la creación.
Si seguimos con este pensamiento y nos acercamos a Jesús, descubrimos, al principio de su ministerio, que su anuncio del Reino de Dios empieza con la expresión: «El Espíritu del Señor está sobre mi, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres, me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos: para poner en libertad a los oprimidos», Lucas 4:16-19. Con este mensaje de Jesús, volvemos de nuevo al desorden del Génesis, aunque Jesús lo expresa en otros términos: Pobreza, esclavitud, ceguera, todo es una enfermedad no deseada por Dios. El reino de Dios trae consigo la restauración de todas estas anomalías y muchas más. Así, la misión del Mesías es que el ser humano encuentre la salud en el sentido amplio de la palabra. Una salud que no es otro cosa que la vida y una vida en su plenitud —que sólo se consigue, desde la perspectiva bíblica, cuando se vive de acuerdo al designio de Dios para sus criaturas.
Esta idea que estoy expresando surge del texto bíblico, pero también de la propia vida: hace unos años escuché a un ejecutivo decirme: «caí enfermo y descubrí que mi ataque al corazón tenía un significado mayor que el de un problema eléctrico de mi sistema coronario. Entonces, me di cuenta del desorden que tenía en las prioridades de mi vida; lo único que contaba en mi vivir, era tener cada día más». Jesús vino para sacar al ser humano de todo aquello que lo tiene cautivo, de su rebelión contra el creador, de sus preocupaciones excesivas por el tener cada vez más, de sus egoísmos, de sus deseos de poder, etc.
II. La Unidad que existe entre el ser sanado y sanar
Quiero tomar como punto de partida de esta unidad, el gran mandamiento que todos conocemos. Allí, se nos dice que además de amar a Dios, debemos amar al prójimo, como a nosotros mismos (Mateo 22:39). El amor al prójimo debe ser igual que el que nos tenemos a nosotros mismos. Si este pensamiento lo relacionamos con el tema que nos ocupa hoy, podemos decir que nuestra preocupación por el bien, la salud, la restauración, la sanidad de nuestro prójimo, debe ser la misma que la preocupación por nuestra propia salud, nuestro propio bien, nuestra propia restauración. La expresión popular de esta idea la encontramos en: «Si no te amas ti mismo, no puedes amar a los demás». Lo interno y lo externo forma una misma pieza.
No podemos diagnosticar la enfermedad de nuestro mundo —y menos intentar curarla— sin asumir esta realidad, unida a la de que no se trata de una lucha entre buenos y malos, sanos y enfermos, santos y pecadores, perdidos y salvados. Demonizar al otro porque no está donde nosotros estamos, porque no entiende la vida como nosotros la entendemos, usando palabras tan conocidas como las de referirnos al otro como «Eje del mal» y a nosotros como el «Eje del bien», es un viejo recurso muy conocido por los grandes imperios que, sin embargo, nos lleva a un callejón sin salida. Debemos recordar que todos vemos la paja en el ojo ajeno, mientras ignoramos la viga en el nuestro. Así, la verdadera sabiduría no estriba en interpretar los males ajenos sino los propios.
El modelo de equilibrio entre la vida personal y el servicio que prestamos a los demás, lo encontramos en la persona de Jesús. La unidad entre el darse a los demás y trabajar con las dificultades que uno mismo tiene, se refleja en la vida de Jesús de forma constante. Basten para ello dos ejemplos. El primero de ellos se encuentra en el evangelio de San Mateo (4:12). Jesús empieza su ministerio llamando a la gente a seguirle y continúa su misión salvadora con el Sermón del Monte, seguido de sus primeras curaciones. Sin embargo, es significativo que antes de llamar, predicar y sanar enfermos, encontramos el relato de las tentaciones. Lo que está en juego en ellas, es la clase de Mesías que Jesús sería. Dicho de otra forma, estaba en juego la clase de vida que viviría y, en consecuencia, la que propondría a sus seguidores. El ser, antes que el hacer. Antes que llamar a otros a seguirle, Jesús hace el mismo camino que propone a los demás.
El segundo ejemplo lo encontramos en el Evangelio de San Mateo. En el capítulo catorce, se nos narra, de forma brutal, la muerte de su primo, Juan el Bautista. Al enterarse Jesús, nos dice el texto bíblico que «se retiró de allí, a un lugar desierto». Jesús necesitaba una curación emocional, necesitaba estar con el Padre para recobrar fuerzas, para asimilar lo ocurrido. La multitud se entera donde está y va a buscarlo. Nos dice el texto sobre Jesús en aquel momento: «al desembarcar, vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos». A continuación, se nos relata la multiplicación de los panes y los peces. Aquí encontramos de nuevo esa unidad entre sanarse y sanar a los demás. Es curioso observar cómo después de haber dado de comer a la multitud, Jesús se retira de nuevo a solas para orar. Diríamos que su recuperación por la muerte de su primo no había sido completa, pues tuvo que hacer un alto en el camino para atender las necesidades de la gente.
La tensión entre la vida personal y el testimonio que intentamos dar, es constante. Mientras que un médico puede seguir siendo un buen médico aún siendo su vida personal un auténtico desastre, no es así para los seguidores de Jesús.
Sanarnos es observarnos, es recogernos en oración y silencio, es escuchar a Dios, es hacernos preguntas como: ¿Qué piensa Dios de cómo llevo mi vida, mi trabajo, mi tiempo, el uso del dinero, mis relaciones?
Siempre se mide la grandeza de aquellos que curan, por la intensidad de sus propias curaciones. Y estas luchas constantes para superar sus heridas, son las que les otorgan un poder y una autoridad que no dan las palabras, por muy ciertas y bonitas que sean. El sanador herido posee una fuerza que ninguna palabra puede superar. Y cuando uno habla desde aquel que esta curando sus propias heridas, es digno de confianza y respeto, siendo sus palabras casi incuestionables. Sanarnos, no habla de otra cosa que de vivir el Reino de Dios. Se trata de un estilo de vida donde lo que una persona vive es más importante que lo que sabe, que lo que dice. Es mucho más que una colección de técnicas o soluciones que uno da a otras personas para ayudarles a superar los problemas. Es una cosmovisión de la vida en todas sus dimensiones. «Quien me ha visto a mi, ha visto al padre», dijo Jesús en Juan 14:9. Con estas palabras, se presenta como la foto más perfecta que podemos tener de Dios.
III. Los caminantes de Emaús
El Evangelio de Lucas narra, en el capítulo 24, versículos del 13 al 35, un caso modélico de curación en una situación de crisis vital. La narración de este relato es mucho más que un informe histórico del pasado. Este relato refleja, a través de una escena conmovedora, cómo se puede afrontar el haber perdido el sentido de la vida, cómo se puede vivir una situación en la que se ha perdido toda esperanza —o dicho en los términos de nuestro estudio, una enfermada profunda y vital. Este relato nos da pistas para entender las crisis, la enfermedad del hombre y la mujer de ayer y de hoy porque no sólo nos cuenta la aparición del resucitado, sino que nos describe, detalladamente, el proceso de curación de dos hombres desorientados y perdidos.
Intentaré, a partir de este relato, construir un puente desde la experiencia de los caminantes de Emaús a los caminantes de hoy, que somos cada uno de nosotros.
Si somos receptivos, encontraremos en esta historia, el dolor del ser humano ante el caos, ante el fracaso, ante la desilusión, ante el vacío de la vida. Encontraremos sentimientos que, espero despierten en nosotros inquietud y permitan vernos en el espejo de este relato.
1. En el camino
Aquí encontramos dos personas caminando desde Jerusalén a Emaús. Estos dos caminantes tienen motivos muy reales y profundos para alejarse de Jerusalén. Ya nada les retiene en esa ciudad, todo ha terminado. Fue un sueño muy bonito que acabó mal, todo lo que hasta ese momento contaba en sus vidas se había hundido; y por ello, nada mejor que dejar ese lugar de desilusión. Jesús, aquél en quien ellos y muchos más pusieron toda su esperanza, con quien imaginaron un futuro diferente, se mostró incapaz de salvarlos de su miseria y de salvarse a sí mismo de la muerte. Nada ya tenía sentido. Se sienten como hombres a los que se les ha tomado el pelo. Apostaron fuerte por alguien que ya no estaba y su vida ya había perdido todo significado. En su desengaño, se mezcla la ira hacia ellos mismos, por ser tan ingenuos; hacia Jesús que les vendió una ilusión, que destruyó con su muerte; hacia las autoridades que mataron a Jesús; y hacia el destino que les había jugado una mala pasada.
Aquí encontramos a dos hombres en plena crisis existencial; tristes y enfermos por dentro. Jesús, que les había hecho creer lo imposible y con el que habían vivido momentos sublimes, estaba muerto y ellos, solos. La confusión de estos hombres es total. Tristeza, dolor, miedo, ira, vacío... Su mundo se ha hundido, su vida no es más que un montón de escombros, incluso tienen la sensación de sentirse abandonados por Dios. Este relato es una huída, es alejarse del pasado aunque no haya ninguna alternativa hacia delante. Desengaño, tristeza, ira, vida sin sentido... ¿No os parece que podemos identificar este relato con la situación del hombre y la mujer de hoy? Es la situación de haber perdido el sentido de la existencia, de viajar hacia no se sabe dónde, de vivir en un mundo donde nada tiene ya un significado, donde ya no hay referencias para vivir.
2. La esperanza
Jesús se les acercó y se puso a caminar con ellos. En este camino de desilusión, qué bueno es encontrar a un caminante, un viajero con quien hablar, un viajero que está dispuesto a escuchar. El sufrimiento, compartido, es la mitad de sufrimiento. El caminante que se une a ellos se acomoda a su ritmo, va a su lado; aunque es un extraño, se pone a caminar a su lado. Es la imagen del Señor caminando a nuestro lado, aun sin nosotros saberlo. Esto es ya la buena noticia, el principio de la curación.
En las horas oscuras de la vida, cuando uno llega el punto cero, cuando el sufrimiento se hace insoportable, cuando se ha perdido el sentido de la vida, Dios se encarna en la persona de Jesús y se pone a caminar al lado del ser humano. Él está presente, incluso en los momentos oscuros de la vida de los individuos, de la comunidad, de los pueblos, aun cuando no seamos conscientes de ello, como en el caso de estos dos caminantes. Este es uno de los elementos clave de la fe del pueblo de Dios, y es que Él nos acompaña, aun cuando nuestro camino transcurre a través de desengaños, tristezas, fracasos, dudas, enfermedades, depresiones, pecado. Esta es la experiencia de estos caminantes y la del pueblo de Dios a lo largo de su historia. El Señor acompaña a su pueblo a través del desierto en forma de una nube, y ahora, lo hace con la presencia de su Espíritu y yo añadiría, con la presencia de otros a nuestro lado. Carl Jung, el psiquiatra suizo que siempre he admirado, estaba tan convencido de esta verdad que colocó en la puerta de su despacho la frase «llamado o sin ser llamado, Dios está aquí». Incluso cuando nos creemos abandonados, en los fracasos de la vida, en las noches oscuras del alma de las que habla San Juan de la Cruz.
3. «Pero sus ojos estaban velados»
En los momentos de oscuridad, se hace difícil al ser humano saber sentirse acompañado; al contrario, uno se siento solo. Sin embargo, Dios nos acompaña de forma oculta y desconocida. En el relato, solo al final del camino veremos cómo se dan cuenta de su presencia.
4. Jesús les pregunta
El caminante desconocido se interesa por la vida de sus compañeros de camino y les pregunta. Sus palabras son directas y claras. Van directamente al corazón, a aquello que les preocupa y el significado que tiene para ellos. Las preguntas van más allá del hecho de obtener información. Son preguntas que plantean el significado de la vida, preguntas que dan para pensar. Es una invitación a buscar la raíz del problema. Aquí encontramos el arte de hacer preguntas significativas, porque van al corazón del problema, van a la crisis, van a la enfermedad, van al desengaño.
5. Se detuvieron con semblante triste
Ante estas preguntas se percatan de la realidad. Este es el primer paso para curarse, para sanar: el tomar conciencia de lo que ha pasado, de dónde están, hacia dónde van. Detenerse es el primer paso del saber, del descubrir, del cambiar: «Estad quietos y conoced que yo soy Dios» (Salmo 46:10). Esto permite tomar conciencia de las equivocaciones, de los pecados, de la falta de discernimiento, etc.
6. «Pero nosotros esperábamos…»
La esperanza que pusimos en Jesús se rompió. Fue un error, nos equivocamos. Lo tomamos como un Mesías político, no entendimos su mensaje. Le tomamos como un mago religioso, como un revolucionario. Tomaron conciencia de su equivocación. Ahora estaban empezando a elaborar lo que había pasado, a descubrir el origen de su fracaso, con la ayuda del caminante a su lado.
7. «¿No debía el Mesías padecer todo esto?»
Con esta frase volvemos a nuestra preocupación de unir lo que uno hace, con lo que uno vive. Solo aquel que ha pasado por el sufrimiento y que ha sido curado, es capaz de curar a otros. Dios es aquel que se identifica con el destino del ser humano, de tal forma, que da su vida por esta causa. Esta fue la verdad que los caminantes de Emaús no entendieron. La ayuda no viene desde arriba, desde el poder, desde la fuerza, sino desde el sacrifico, desde la debilidad, desde la muerte.
8. Les explicó lo referente a Él en todas las Escrituras
Jesús lee e intenta contextualizar las Escrituras. Da vida al texto antiguo. Esto exige un esfuerzo enorme de creatividad e imaginación. Dar vida a las historias del pasado. Dando vida al texto antiguo, el hombre y la mujer de hoy pueden encontrar la luz para entender sus problemas y hallar una nueva perspectiva para el camino.
9. Jesús partió el pan y en ese momento lo reconocieron
Este es el momento cumbre del relato, además de sorprendente. Aquellos que han caminado a gusto con el caminante, se sientan a la mesa y en el momento de partir el pan, en el momento de la comunión, se les cae la venda de los ojos y reconocen al caminante, lo reconocen al partir el pan. Así, el pan se convierte en la cercanía de Dios.
El acto de compartir el pan habla de una cultura de comunión, basada en un cuadro de valores humanos y evangélicos, capaces de renovar desde dentro la vida de los seres humanos. Al experimentar la comunión, un mundo nuevo empieza. Emaús no es el final del trayecto, sino un nuevo comienzo. El encuentro con el resucitado les hace ponerse en marcha de nuevo. No para huir, sino para iniciar la vuelta hacia al lugar de donde venían. Han encontrado de nuevo la vida, han sido curados de su crisis y deben volver a los suyos. Un suceso individual se convierte en un suceso social, comunitario. Vuelven a Jerusalén, vuelven a la comunión. Estos caminantes descubrieron que el inicio de toda curación empieza con alguien que se acerca a ellos y, una vez curados, les lleva a la comunión con otros. Estos pensamientos son los que descubrí al principio de mi itinerario de la fe menonita. Fue lo que aprendí, entre otras personas de Juan Driver, acerca de la historia de los anabautistas del siglo XVI. La fe en Cristo para esta gente era vida compartida, vida comunitaria.
IV. Los desafíos que se desprende de este relato y nuestra misión sanadora
Este relato nos habla de la necesidad de entrar en diálogo con nuestras propias enfermedades, dificultades, dudas, desengaños, etc. No es algo que podamos hacer solos, así que lo hacemos con otras personas a nuestro lado, además de tener la presencia del Espíritu Santo. En los caminantes de Emaús, encontramos tres momentos claves en su curación y sugiero que lo son, igualmente, para nuestra misión sanadora en el mundo de hoy.
1. Diaconía
Todo empezó cuando el Jesús resucitado, se puso a caminar al lado de los caminantes perdidos y desorientados. El servicio a los demás, el servicio de caminar al lado del otro, no dejándolo atrás, ni yendo delante como un ser superior. Un servicio que son preguntas, son sugerencias... abriendo caminos de búsqueda. Es permitir, en primer lugar, que los que nos rodean puedan desenterrar sus historias pasadas, sus miedos, sus luchas, sus fracasos, sus esperanzas.
2. Koinonía
La curación de cualquiera de nuestros males, no se da en nuestra soledad, se da en comunión, en relación con otros. Los demás necesitan nuestro caminar a su lado para sanarse.
3. Liturgia
Por liturgia yo entiendo los símbolos de la fe. Cada generación debe descubrir su poder curativo, debe descubrir cómo vivirlos. Debe entender que son momentos de culto, de celebración, de comunión, de escucha de la Palabra.
Emaús nos recuerda que todos atravesamos a lo largo de nuestra vida momentos de tristeza, de conflictos, de frustraciones, de desilusiones y de fracasos que trastocan nuestra existencia. Todos esos momentos no son extraordinarios, pues forman parte de la vida de los seres humanos y de los pueblos. Podemos salir de estas situaciones si tomamos conciencia de ellas. Y después, con la presencia de otros a nuestro lado, al contarles nuestra historia ocurren muy a menudo milagros, curaciones. Estar disponibles para los demás, es estar primero disponibles para nosotros mismos. Recuerdo haber leído la historia de aquel juez que, poco antes de condenar a muerte a un asesino, reconoció en los ojos del condenado sus propios impulsos criminales, haciéndole volver 20 años atrás en su propia vida, recordándole episodios duros que había vivido hacia los demás, fruto de su soledad. Le removió tanto aquella mirada que decidió reorganizar su vida.
Curarnos es un proceso que no termina nunca, que nos tomará toda la vida. No se logra a través de un paquete de soluciones instantáneas. El proceso de curación es una aventura emocionante y a veces perturbadora. Siempre inacabable en uno y en la ayuda que ofrecemos a los demás. El estar curándonos y curar al mismo tiempo a los demás, es el gran desafío. Tarea nada fácil pero que, a mí entender, es el camino a recorrer. Curar es un desafío que implica ser luz y ser modelo, no un juez o un criticón. Es tomar conciencia que lo que soy y vivo, comunica de forma mucho más elocuente, que todo aquello que puedo decir.
Así, la primera tarea que tenemos por delante es el gran mandamiento (amar a Dios, a uno mismo y al prójimo), que es una vida de auténtica espiritualidad, que implica estar dispuestos a explorar áreas desconocidas de nuestra vida, vivir con otros, ser comunidad, y mostrar apertura al mundo en que vivimos. Nuestra misión sanadora hoy, es caminar junto al que queremos curar, ya que compartimos el mismo destino, las mismas preguntas, las mismas inquietudes, las mismas luchas. Y en este caminar, llegar a reconocer aquel que camina al lado de ambos, el Señor resucitado. Tengamos siempre presente que sólo aquel que es capaz de articular los problemas desde su propia experiencia, puede ofrecerse como fuente de salud, porque nadie puede dar aquello que no tiene.
V. La enfermedad del mundo actual
Nuestras enfermedades están estrechamente ligadas con la enfermedad de la colectividad y de la cultura en la que nos ha tocado vivir. Mi primera observación es que todos tenemos una sensación de desconcierto frente a la complejidad del sufrimiento humano, frente a los grandes cambios científicos, culturales, religiosos y éticos que se han producido en los últimos tiempos; pero el mundo sigue sufriendo y para darnos cuenta de ellos, algunos ejemplos son suficientes:
El hambre: ¿Cómo podemos sentarnos a comer tranquilamente cada día, sabiendo que cada año mueren quince millones de niños de hambre y desnutrición?
La guerra: Las guerras ya no son lejanas como en el pasado. Algunas de ellas las vemos en nuestras casas ante la televisión, pero hay otras muchas que no; pero no por ello son menos crueles. Todas ellas, causadas por el deseo de poder, de odio, de venganza, dejan señales de sufrimiento.
La injusticia: Explotación de niños y mujeres, hombres fanáticos religiosos, regímenes totalitarios, persecuciones políticas, torturas... Lo intolerable, existe.
El despilfarro: Muchos de nosotros hemos perdido el contacto con nuestro ser interno y huimos hacia la quimera del consumismo.
La contaminación: Vivimos en un planeta maltratado y violado diariamente. Hemos perdido nuestra relación con la Madre Tierra, a la que debemos nuestro origen.
Y si a este cuadro ya devastador, le añadimos:
- Que vivimos en un mundo que carece de significado, donde las ideologías ya no bastan, donde ya nada nos satisface, donde ya nada de lo que hacemos tiene sentido. La pérdida de valores supone que no haya referencias para vivir, ni siquiera las religiosas. Esto es lo que algunos sociólogos llaman «una generación sin padres». Esta actitud lleva al hombre moderno a la ausencia de compromisos y a vivir sin pensar en la construcción de un mundo futuro.
- Que vivimos en un mundo de inmediatez. La adicción a lo urgente, sin apuntar muchas veces a la calidad, es estar dispuestos a cualquier logro rápido y transformador, sin ningún esfuerzo. Es más cómodo para un enfermo tratar su angustia y desesperación con medicamentos o incluso con una oración, que mostrarle las consecuencias de la conducta que, quizás, le ha llevado a esa angustia o desesperación.
- Que vivimos en un mundo de competitividad. Este es un de los aspectos más destructivos de las relaciones humanas, donde lo importante es ser más que el otro. Para ello, se paga el precio que sea necesario, incluso la pérdida de amistades y de relaciones significativas.
Este cuadro es de tal magnitud que no podemos imaginar cómo resolverlo, cómo sanar tanto sufrimiento. Sin embargo, todos podemos adoptar en nuestro interior una postura contra este sufrimiento. Esto significa elegir cómo deseamos ser y vivir. Es aquí donde la referencia de Jesús, su forma de encarar el sufrimiento humano y curar hasta donde pueda ser posible, nos debe servir como camino para todos nosotros.
VI. Jesús, el sanador
El Jesús que sana, se presenta en la Biblia bajo tres aspectos, los tres llenos de un gran contenido:
1. El siervo sufriente
Jesús se apropia del relato del profeta Isaías 53:4-5, haciendo de su propio sufrimiento una fuente de curación y salvación: «...Por sus heridas hemos sido sanados». Jesús sufrió nuestras noches oscuras. La participación de Jesús en el destino humano no fue neutra, no fue resignación; se opuso al mal en todas sus formas e intentó liberar al ser humano de sus esclavitudes y de sus males. No se limitó a las curaciones milagrosas sino que intentó integrar al enfermo en su comunidad. Sanar era al tiempo integración social y comunitaria. La enfermedad desintegra y separa; la persona que se sana, se integra. Curar a una sociedad enferma es buscar la sanidad en su totalidad, es invitar a un cambio total en la manera de percibir toda la vida.
2. El buen samaritano
El relato de Lucas 10:30-37, nos enseña lo que implica curar en el sentido amplio de la palabra: riesgo, tiempo, dinero, generosidad. A lo largo de la historia, encontramos muchas obras de amor inspiradas en este relato: hospitales, centro de salud, casas de acogida, etc. Instituciones, todas ellas, abiertas a los más necesitados.
3. Jesús, el promotor de la vida
Jesús no solo curó sino que fue el incansable promotor de la salud. Su amor por el ser humano se traduce en su trato con cada una de las personas que se cruzaba en su camino; dando alimento, ternura, compasión, comunicando la visión de un mundo nuevo. Un mundo, en el que el ser humano tenga vida y vida en abundancia (Juan 10:10).
Jesús anuncia la buena nueva del Reino de Dios como iniciativa gratuita del amor de Dios, una salvación integral de la persona humana. La buena nueva del Reino enseñada y vivida por Jesús, es su victoria sobre el mal. Su acción regeneradora da vida al ser humano restituyéndole la salud y liberándolo del poder del mal. El anuncio de la salvación se convierte así, en una experiencia de salud física, de libertad psicológica y liberación espiritual. En su lucha contra el mal, Jesús no da ningún resquicio a la resignación. Para Jesús, encontrar la salud significaba reorientar al ser humano en su relación con el Creador. Y esto no se limita a lo espiritual. Afecta a la liberación del pecado en todas sus formas y del sin sentido de la vida. Todo esto, y más, es encontrar la salvación.
VII. Algunas conclusiones
Debemos vivir actitudes personales y comunitarias, que sepan conjugar la vida cúltica y fraternal con los muchos problemas que hoy nos plantea el mundo en que vivimos: la burocracia, el legalismo, el anonimato...
Debemos orientar nuestra misión hacia una sanidad que apunta a la presencia de la gracia divina en nuestras comunidades y hacia aquellos con los que queremos compartir nuestra fe.
Una sanidad que acoja las nuevas interpelaciones que nos hace el mundo en el que nos ha tocado vivir.
Y es teniendo en cuenta todo lo expuesto que, cuando hablamos de enfermedad, debemos tener siempre presente la gran variedad de formas que toma, donde cada una de ellas es indicativa, no limitativa. Curar a una sociedad enferma abarca lo fisco, lo intelectual, lo afectivo, lo relacional, lo sociopolítico, lo ecológico. Sugiero que en cada una de estas áreas enfermas, el mensaje de Jesús debe iluminar al ser humano.
Preguntas para poder profundizar de forma personal el tema
- ¿Cómo entro en diálogo con mis propias enfermedades? ¿Qué relaciones de mi vida necesitan curación?
- ¿Cuales son las verdades espirituales con arreglo a las cuales sé que no vivo y necesitaría ser curado?
- ¿Cumplo mi palabra? ¿Cual es mi código de honor personal? ¿Y el ético? ¿Negocio o vendo mis valores éticos según las circunstancias?
- ¿Soy capaz de reconocer cuando no tengo razón? ¿Me muestro receptivo a lo que otras personas dicen sobre mí?
- Describe tu idea de una persona sana espiritualmente. ¿Qué cualidades debe tener de pensamiento, sentimiento y acción? ¿Qué referencias uso para definir mi salud espiritual? Oraciones respondidas, compasión, desapego, paz interior, alegría, unidad, entrega, éxito material…
- ¿Cómo camino con otros, aunque ellos no lo sepan, que buscan luz para vivir? ¿Cómo dejo que otros entren en mi vida para acompañarme en mis noches oscuras?
«No vale la pena caminar para predicar, a menos que nuestro predicar sea nuestro Caminar» (Francisco de Asís). |
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