Colección de lecturas
 

PDF Médico cúrate a ti mismo

«Médico cúrate a ti mismo» [1]
por Dionisio Byler

Quiero sugeriros un cuadro de Jesús para vuestra consideración y edificación, incluso para que nos identifiquemos con él.

Pero quiero que sepáis que yo sé muy bien que lo que voy a decir es pura especulación mía y no debe recibirse como dogma.

Acerca de la vida de Jesús los evangelios guardan un silencio escrupuloso.  Los cuatro evangelistas cuyos evangelios han sido aceptados por la Iglesia, coinciden en querer respetar la intimidad personal de Jesús y no darnos el tipo de información humana y personal que hoy día solemos valorar tan altamente.

Sin embargo y a pesar de ese escrupuloso respeto de la intimidad personal de Jesús —donde los evangelios se han querido centrar única y exclusivamente en su ministerio con otros sin contarnos prácticamente nada acerca de su familia— hay dos o tres cosas que sí nos dicen… y el propio silencio también puede ser una manera de decir algo.

En vista del silencio bíblico acerca de la vida personal y familiar de Jesús, desde la más remota antigüedad se ha dado en imaginar que Jesús siempre fue soltero y nunca se casó.  Aunque esta idea ha adquirido prácticamente el rango de dogma en la Iglesia, el caso es que la Biblia nunca dice expresamente que Jesús fuese soltero durante sus años de ministerio; ni mucho menos, que nunca se hubiera casado.  Sabemos claramente que Pedro tenía suegra, por lo que sabemos que tenía esposa y tal vez también hijos.  Sabemos claramente que durante sus años de ministerio, Pablo fue soltero; aunque no sabemos si antes había estado casado.  Solamente os pido que reflexionéis que hay más de una manera de ser soletero y una de ellas es la de nunca casarse; pero también existe la posibilidad del divorcio y de quedarse viudo.  En aquella era también se podía ser soltero por el hecho de ser un esclavo, que por definición no podía ser legalmente ni esposo ni cabeza de una familia.

Ahora bien: la iglesia primitiva adoptó en los primeros siglos algunas de las presuposiciones filosóficas del platonismo y del estoicismo.

En el platonismo lo más importante era el espíritu.  Se entendía que todo lo concerniente al cuerpo era corrupto.  Desde luego con esas ideas, un asceta medio muerto de hambre por el ayuno y además virgen, se entendía mil veces más santo que alguien que disfruta del vino, la comida y las relaciones matrimoniales.

Mientras tanto en el estoicismo lo que primaba era el deber; y uno de los deberes más sagrados de todo ciudadano era darle hijos a Roma.  Pero también se entendía que harto frecuentemente las pasiones e instintos del cuerpo estorban el ejercicio del deber.  Por eso, para los estoicos todo aquel que sabía dominar sus pasiones era virtuoso por excelencia.  Y con esas ideas también podía ofender la sensibilidad, quizá, imaginar que Jesús hubiera gozado del lecho matrimonial.

Aunque desde luego también es muy posible que la Iglesia de los primeros siglos recordase con fidelidad ciertos datos acerca de Jesús que no fueron recogidos en ningunos de los evangelios; como por ejemplo, el que Jesús jamás se haya casado.

Sea por el motivo que fuere, el caso es que la presuposición de que Jesús jamás se casó es poco menos que dogma en la Iglesia cristiana.

Desde el silencio de la Biblia no se puede decir nunca nada positivo.  Tenemos de sobra para la obediencia con lo que el Espíritu Santo nos ha revelado a través de las Escrituras, como para ponernos a elaborar especulaciones baldías en base a lo que no nos ha sido revelado.  Pero quiero, sí, que veamos tres pistas acerca de Jesús, que creo que tienen mucho que ver con el tema de este Encuentro: «Ser sanados para sanar a un mundo enfermo.»

Antes de ver esas tres pistas acerca de la vida personal de Jesús, quiero recoger un principio espiritual que me parece bastante importante de señalar:  Nadie ministra mejor a los necesitados, a los quebrantados y afligidos de corazón, que la mujer o el varón que han sufrido y han pasado por experiencias propias de aflicción y quebrantamiento de corazón.  Este es un principio que creo que podemos observar en general en la Biblia, en personajes como Ezequiel, Oseas, Jeremías —y todos los apóstoles de Jesús.  [Ayer volvíamos a recordar el terrible tormento emocional de dos de los seguidores de Jesús, de camino a Emaús.]  Pero es a la vez un principio que me parece que no es nada difícil de observar en las personas que nos sirven en el ministerio en nuestras comunidades y en las iglesias cristianas a nuestro alrededor.  ¿Quién de nosotros no ha tenido que admitir, como el apóstol Pablo, que es frecuentemente en nuestra peor y más inquietante debilidad personal, que Dios escoge manifestar con mayor claridad su poder y su gloria para reconfortar, consolar y bendecir a nuestros hermanos y hermanas?

Recogido entonces, en principio, esta observación acerca del tipo de persona que con mayor claridad representa el poder y la autoridad y la gloria de Dios, hago memoria con vosotros esta mañana de estas tres pistas obscuras acerca de la intimidad personal de la vida de Jesús.

Estas pistas nos indican, me parece a mí, que Jesús padeció un terrible sufrimiento antes de empezar su ministerio de predicación del reino de Dios a los pobres y marginados, con sus curaciones milagrosas y liberación de endemoniados.

Pista 1.  La inquietud de la madre y los hermanos de Jesús

Mt 12,46-50; Mr 3,31-35; Lc 8,19-21.

La madre y los hermanos de Jesús quieren hablar con él pero él afirma que no son ellos su verdadera familia sino sus discípulos, quienes hacen la voluntad del Padre.  Mateo, Marcos y Lucas coinciden en reflejar esta tensión entre Jesús y su familia.  En Juan tenemos unos pocos detalles más acerca de la relación entre Jesús y su madre y hermanos; pero el panorama es parecido.  Juan dice claramente que sus hermanos no creían en él.  A mí me parece que lo que indica este episodio (en los sinópticos) es que María y sus otros hijos sentían una viva preocupación por Jesús.  Algo le había pasado que le había impulsado repentinamente, en una especie de «crisis de los cuarenta», a abandonar su vida normal y dedicarse a la predicación vagabunda.

¿Crisis de los cuarenta?

Sabemos que Jesús inició su ministerio no con cuarenta años sino con treinta.  Piénsese, sin embargo, que en aquel entonces una persona de treinta años no era en absoluto un joven sino una persona en plena madurez, más bien al comienzo de los años de declive. La esperanza de vida difícilmente superaba los cincuenta años, aunque había personas excepcionales que podían superar los ochenta y hasta los cien.

El caso es que algo inquietaba y preocupaba a la familia de Jesús.  Algo que les impulsó a intentar interrumpirle cuando él se encontraba en plena faena, enseñando a sus discípulos que había reunido. Algo les llevó a querer intervenir, quizá con la idea de llevárselo a casa.  Pero sabemos que Jesús no quiso escucharles, que les dio la espalda y siguió con este nuevo camino que había emprendido.

Quién sabe…  Quizá su madre y hermanos estaban muy al tanto de una terrible crisis personal, de un sufrimiento intolerable que pudo haber sufrido Jesús y que ellos temían podía haberle desestabilizado mental y emocionalmente.  Los evangelios lo callan.  Sólo nos permiten adivinar la inquietud de la madre y de los hermanos de Jesús.

Pista 2.  Jesús en Nazaret

Mt 13,53-56; Lc 4,16-30.

Este episodio sólo viene recogido en dos evangelios.  En Mateo parece suceder posteriormente al intento de intervención de la familia de Jesús; en Lucas parece suceder antes, en cuanto Jesús volvió de sus cuarenta días de ayuno en el desierto.  Hay otras diferencias, algunas de ellas notables, entre cómo nos lo cuentan Mateo y Lucas.

Pero en cualquier caso la situación es parecida a lo que hemos observado en el otro episodio.  Sus vecinos de Nazaret sabían bien cómo habían sido los primeros treinta años de vida de Jesús.  Nazaret nunca llegó a tener más que unos pocos cientos de habitantes.  En tiempos de Jesús era un asentamiento judío relativamente reciente (llevaba poco más de un siglo de existencia) donde probablemente todos estaban más o menos emparentados.  Sabemos que José, el esposo de María, había nacido en Belén —lo cual concuerda con la idea de un asentamiento judío de poco tiempo, al que seguían llegando inmigrantes desde cerca de Jerusalén, inmigrantes que con toda probabilidad eran parientes de los que ya se habían asentado allí.

Quiero que reflexionéis que es imposible mantener secretos, viviendo treinta años en un caserío de entre ciento cincuenta y doscientas personas más o menos emparentadas entre sí.  Lo que tus vecinos no han visto con sus propios ojos, se lo contarán sus hijos, hermanos o esposos.

¡Todos lo saben todo sobre todos!

Según Lucas, Jesús estaba convencido de que sus vecinos y parientes de Nazaret no podían creer en él porque cada uno de ellos estaba pensando para sus adentros: «Médico, cúrate primero a ti mismo».  Es la frase que he escogido como título para la presente reflexión.

¿Qué sabían sus vecinos de Nazaret acerca de Jesús, que ignoramos nosotros?  ¿De qué maneras le vieron a él padecer, sufrir y no hallar ayuda ni consolación, ni en su familia ni entre sus amigos —ni siquiera en Dios?  ¿Por qué no pudieron jamás ver a Jesús como un sanador en lugar de como un herido necesitado él mismo de ser sanado?

Algo terrible tuvo que haberle sucedido, algo que todos ellos sabían pero que nosotros ignoramos.

Pista 3.  «Por lo que padeció aprendió obediencia»

Esta frase viene en Hb 5,8, y por el contexto parecería quedar sobradamente claro que el autor está escribiendo sobre los eventos de Semana Santa.  Jesús clamó al padre con aflicción y lágrimas pidiendo ser liberado de la muerte y el Padre le oyó; aun así —y a pesar de que era Hijo— aprendió mediante la muerte lo que es obedecer; y por eso, perfeccionado en su sufrimiento, llegó a ser la fuente eterna de salvación para todos aquellos que creen en él.

También es posible que el autor de Hebreos supiese de otros padecimientos, otros sufrimientos por los que Jesús aprendió que la única posibilidad de salvación que hay para el hombre es la de confiar incondicionalmente en el Padre Dios, por oscura que sea la noche.  Naturalmente, no es algo que podamos afirmar puesto que el texto no dice nada al respecto.

Aunque… ¿De qué le pudo servir a la postre a Jesús «aprender obediencia» mediante lo que padeció… si su único padecimiento fue el de la crucifixión y muerte?  Para que esa afirmación tenga sentido, para que el aprendizaje tenga consecuencias, parecería exigirse que haya sido un padecimiento anterior a su ministerio terrenal.

Entre otras posibilidades que sugieren estas indicaciones del sufrimiento personal de Jesús, hay una que a mí me parece especialmente natural:

Es posible imaginar que José y María hicieron lo natural y habitual de todo matrimonio con su hijo primogénito: que siendo Jesús aún relativamente joven, le buscaran un buen partido entre las familias de sus mejores amigos y lo casaran.  Esto solía suceder tan pronto como a los 18-19 años de edad para los varones, tan pronto como las primeras menstruaciones para las mujeres.

A mí esta posibilidad me resulta mucho más verosímil que imaginar que José y María no hubieran casado a su hijo primogénito.

Quizá, si eran extremadamente pobres, podían tener que dejar sin casar a un hermano menor.  ¿Pero al primogénito?  ¿Qué clase de padres serían esos, que no hubiesen conseguido una buena esposa para su primogénito?  ¿A qué padres judíos se les hubiera pasado por la cabeza no casar a su primogénito?

Hoy día esa elección, la de casarse o no y la de decidir con quién, queda normalmente en manos del hijo.  Pero Jesús no vivía hoy día, sino hace dos mil años y en una cultura donde los padres adoptaban esas decisiones por sus hijos.

En aquellos tiempos y hasta hace bien poco, eran frecuentes también las muertes en la infancia, niñez y juventud.

Y a una mujer se le podía escapar la vida cualquier año por complicaciones derivadas de los partos.  De eso murió mi abuela, ya en pleno siglo XX.  Y en la literatura de otras generaciones es todo un tópico la tragedia de la mujer amada que muere al dar a luz, en el pleno florecer de su vida.

También se daban casos donde una enfermedad contagiosa arrasaba con toda una familia o todo un poblado.

No nos planteamos nada excepcional, entonces, si suponemos el caso de un hombre de treinta años que habiendo tenido mujer e hijos, los hubiera perdido por una serie de circunstancias desafortunadas, como por ejemplo una enfermedad que avanza inexorablemente por la familia arrebatando la vida a uno tras otro.  Jesús podía haber tenido hijos de hasta diez años y haberlos perdido, a la vez que a su esposa —y todo esto antes de cumplir los treinta años con que sabemos que empezó su ministerio de predicación del Reino de Dios.

No digo que así fuera.  Digo que es posible y que incluso tiene ciertos visos de verosimilitud.  En cualquier caso, el respeto de los evangelios por la intimidad personal de Jesús, hace que jamás lo sabremos.

Y os estaréis preguntando… ¿A dónde quiere ir a parar Dionisio?

Una breve exhortación y con esto concluyo:

No esperes a que tu curación personal haya terminado para empezar a curar las heridas de los demás.  Es posible que Jesús mismo fuese tan compasivo y sintiese tan de cerca el sufrimiento ajeno porque él mismo hubo sufrido y mucho.  Es posible que las lágrimas de su sufrimiento personal no estuviesen del todo secas cuando el Espíritu se lo llevó al desierto para un terrorífico ayuno de cuarenta días y cuarenta noches.  De hecho, un quebrantamiento interior de Jesús es quizá la explicación más sencilla de su sorprendente capacidad para identificarse con los que sufren y para consolar a los que lloran.

Y si a ti hoy,—como a mí— Dios te tiene quebrantado y humillado, teniendo que reconocer humildemente tus limitaciones y tus límites, teniendo que confesarte incapaz de lo que parece que se espera de ti en el servicio a los que están a tu alrededor… te invito a que sirvas a los demás desde esa misma pequeñez personal, desde esa humildad que te ha sido dada como un don de Dios.

Considera que es sólo en cuanto otros puedan observar que lo único que te sostiene es Dios, que puedas tener credibilidad para anunciarles la esperanza que de ellos también se acuerda Dios y que a ellos también —como a ti y a mí— Dios será capaz de sostenerlos en sus amantes brazos un día a la vez… y mientras dure la tormenta.


1. Predicación, 15 de octubre, 2006. 8º Encuentro Menonita Español, Benalmádena, Málaga.

 
 
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