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Doctrinas sobre el fin del mundo La diversidad de doctrinas sobre Introducción Se acerca en pocas semanas el año 2000 y hay en el mercado literario, especialmente el evangélico, cierto número de libros que intentan descubrir el significado del fin del milenio, que curiosamente coincide en el tiempo con el resurgir en los últimos 50 años, del estado de Israel. La coincidencia temporal de estas dos circunstancias a muchos les parece que no puede achacarse a una mera coincidencia. A la vez, si Dios piensa hacer algo fundamentalmente nuevo o de importancia histórica en estos días, hay que suponer que, sea lo que sea, ya esté predicho en la Biblia. El concepto del milenio, precisamente, es uno que sí viene mencionado en la Biblia, donde una era de mil años figura como antecedente directo del fin del mundo (Ap 20,2-7). Como cabe imaginar, la especulación acerca del fin del mundo que tienta a tantos hoy día, no es nada en comparación con la que sucedió cuando se aproximaba el año 1000 d.C. Después de todo, parecería lógico suponer que la fecha de inicio del milenio bíblico debería haber sido o bien cuando el nacimiento de Jesús o cuando su resurrección (o en todo caso cuando Pentecostés). A través de los siglos, los cristianos hemos desarrollado doctrinas muy diversas acerca del fin de la Historia y del mundo. Todas ellas se basan en los mismos textos bíblicos, que se interpretan de maneras muy variadas. Como todas estas doctrinas pretenden basarse en la Biblia, son todas ellas dignas de respetar (¡si bien no pueden ser todas ellas ciertas a la vez!). La enorme variedad de ideas acerca del fin de la Historia y de este mundo, se dividen entre milenialistas y amilenialistas, conforme se entienda o no que el período de mil años profetizado en la Biblia debe tomarse literalmente como mil años solares, que no figurativamente como una gran cantidad de tiempo (pero de duración en el fondo indefinida). Entre los milenialistas hay dos variaciones fundamentales. Unos creen que Cristo volverá cuando haya acabado la era de mil años solares: son los postmilenialistas. Otros creen que Cristo vendrá primero, inaugurando así el milenio: son los premilenialistas. Examinemos más detalladamente, para empezar, el postmilenialismo y el premilenialismo.
El postmilenialismo Obsérvese respecto a este gráfico y todos los demás. La gama de grises indica el estado moral: cuanto más oscuro, más maldad, inmoralidad y caos; cuanto más claro, más bien, moralidad y sometimiento al orden divino. Según el postmilenialismo, los cristianos, con la ayuda de Dios, podrán poco a poco ir convirtiendo y reformando a la sociedad entera hasta que ésta alcance un grado de enorme bendición, si bien sin alcanzar la perfección que sólo se conseguirá con el regreso de Cristo y la inauguración de la Nueva Creación: cielos nuevos y tierra nueva. Para que el postmilenialismo prospere como opinión acerca del fin de la Historia, la iglesia tiene que poder verse triunfante y poderosa, creyéndose con posibilidades reales de transformar el mundo y la sociedad a su alrededor. En otras palabras, es una doctrina que suele prevalecer en épocas de optimismo acerca de la cultura y la religión. Una vez transcurridos los mil años iniciales del cristianismo sin que regresara Cristo para dar fin a la Historia e iniciar la Nueva Creación, ya no cabe suponer que el milenio hubo empezado con el nacimiento o la resurrección de Jesús. Entonces una de las características del postmilenialismo es la convicción de que en determinado momento, y gracias a la actividad del líder iluminado de turno, ahora por fin empieza el milenio. Alternativamente, se entiende que el milenio no es literalmente de mil años, aunque sí será un período extenso de bienestar, prosperidad, bondad y moralidad ejemplares, que llegará como resultado de la influencia de la Iglesia. El postmilenialismo puede pecar de una enorme arrogancia. En el transcurso de los siglos, a veces los líderes cristianos que han sostenido esta opinión se han creído con el derecho o deber de imponer sus particulares teocracias, donde «el fin justifica los medios» y los medios suelen ser represivos. Creyendo que con ellos, personalmente, ha llegado por fin el milenio, ¡pobre de aquel que no se pliegue al gobierno milenario que pretenden instituir! Hubo por ejemplo entre los anabaptistas de la primera mitad del Siglo XVI un movimiento milenario en la ciudad de Münster, que acabó en ríos de sangre y enorme desprestigio para el anabaptismo en general hasta el día de hoy. Fue al observar los estragos morales y militares que sobrevenían a los anabaptistas de su día que Menno Simons, apenado al ver que en su ignorancia y fanatismo eran «como ovejas sin pastor», abandonó por fin el sacerdocio católico para dedicarse a instruir a los anabaptistas con principios más sólidos, dando lugar así a los menonitas, que con su pacifismo bíblico vienen a constituir entonces una reacción contra el postmilenialismo militarizado y fanatizado. Otro ejemplo de postmilenialismo fue el de los puritanos norteamericanos de los Siglos XVII y XVIII. Huyendo de Inglaterra tras el fracaso político allí, cruzaron el océano y fundaron sus teocracias en aquellas tierras, extirpando por la fuerza e incluso con la pena capital todo pecado que pudiera mancillar su proyecto de perfección moral. Sin embargo el postmilenialismo no tiene por qué acabar obligatoriamente en teocracias crueles e intolerantes. De hecho el postmilenialismo fue la opinión ampliamente mayoritaria entre todos los evangélicos del Siglo XIX, un siglo caracterizado por un enorme optimismo acerca del progreso en la ciencia, la civilización, y la evangelización mundial. Existen hoy día formas del postmilenialismo que, puesto que no se resignan a que la humanidad tenga forzosamente que ir de mal en peor, luchan denodadamente por el «progreso» en todos los sentidos: científico, moral, ético, ecológico, pacifista, etc., etc. Sin duda pecan de ingenuos acerca de las posibilidades reales de reformar a la humanidad; y sin embargo su firme compromiso ético, pacifista y ecologista es (me parece a mí) digno de admirar.
El premilenialismo tradicional Aquí, al contrario del postmilenialismo, se entiende que el mundo va de mal en peor. En ese sentido el premilenialismo se impone en épocas de deterioro social o moral, cuando las reglas de juego y la moralidad parece que se desmoronan, crece el ateísmo o alguna religión otra que el cristianismo, arrecia la persecución, y en general los cristianos se sienten arrinconados y ven con preocupación el derrumbamiento de las instituciones tradicionales. Todo este aumento de mal y maldad culminará en la Gran Tribulación, término recogido de la Biblia y que se interpreta literalmente como una era de intensa maldad y caos generalizado. Entonces volverá Cristo, que reinará junto con la Iglesia durante mil años, antes del Juicio Final y la inauguración de la Nueva Creación. Los premilenialistas son los que más literalmente creen que hay que entender cada palabra de esos escasos textos bíblicos que se prestan a especular sobre el fin del mundo. Por eso la convicción premilenialista suele ir de la mano del fundamentalismo en general, aunque muchos evangélicos conservadores de intachable reputación también lo sostienen. Al igual que el postmilenialismo, suele prestarse entre algunos tipos de personas a especulaciones acerca de fechas y pronosticaciones en las que invariablemente el presente es el momento crítico de inflexión de la historia. El premilenialismo ha dado lugar a un tipo de literatura cargada de predicciones bastante arriesgadas por parte de las editoriales evangélicas. Como cada uno es libre de hacer predicciones a su gusto a partir de interpretaciones supuestamente «literales» de la Biblia, es difícil imaginar que toque a su fin la producción de tales libros (salvo que, tarde o temprano, el pueblo de Dios deje de comprarlos).
El premilenialismo dispensacionalista Aquí cobra especial importancia el concepto del «rapto», cuando los cristianos que lo son de verdad, serán llevados al cielo y evitarán así tener que sufrir los desmanes de la Gran Tribulación. La «era de la Iglesia» es en realidad un paréntesis en la historia, durante el cual Dios trata con los gentiles para acoplarlos íntegramente a su plan de salvación, antes de proseguir su trato de preferencia con los judíos. El dispensacionalismo, invento, según tengo entendido, de un tal John Nelson Darby (fundador de lo que en España conocemos como Asambleas de Hermanos) nace a principios o mediados del Siglo XIX y poco a poco se fue imponiendo en el mundo evangélico, a pesar de que al principio nadie dudaba en tacharlo de herejía sectaria. Su gran auge se debió a la enorme popularidad de la Biblia anotada de Scofield, realizada hace un siglo y que hoy sigue publicándose. La idea fundamental aquí es que Dios ha dividido la historia de la humanidad en cierto número de eras, o «dispensaciones». El dispensacionalismo pretende basarse en la Biblia y tomársela al pie de la letra; pero lo que hace es crear un esquema interpretativo por el que forzosamente tienen que pasar todos los textos bíblicos antes de que puedan dar lugar a la «sana doctrina». Algunas enseñanzas típicas de las variantes del premilenialismo dispensacionalista que gozan de popularidad hoy día:
Si en siglos anteriores el milenarismo violento, sectario, peligroso e intolerante era el del postmilenialismo (con sus pretendidos gobiernos teocráticos), hoy en día las sectas peligrosas, a veces militarizadas (y/o suicidas) suelen ser premilenialistas dispensacionalistas. Sin embargo no es justo juzgar a una doctrina por sus extremos desequilibrados o diabólicos. Como ya he comentado, muchos evangélicos de intachable reputación y sensibilidad moral, y sin un pelo de fanatismo ultrasectario, afirman creer en el premilenialismo dispensacionalista.
El amilenisalismo Los amilenialistas no se sienten obligados a entender aquello de «mil años» en el Apocalipsis, en un sentido textual o literal. En su opinión «mil años» no significa ni más ni menos que una enormidad de tiempo, como cuando pone en 2 Pedro que un día es como mil años para Dios. El mundo sigue su curso fijado desde la caída en el Edén, de mal en peor por su rebeldía contra Dios. Entre la primera venida de Cristo y su Retorno, Dios ha dejado sobre la tierra a la Iglesia, cuya misión es salvar a cuantos pueda y paliar dentro de lo posible las consecuencias de la rebeldía humana. El «milenio» es sencillamente otra manera de referirse a la Era de la Iglesia en general. Durará lo que dure el tiempo que Dios haya fijado entre la ascensión de Cristo y su regreso para juzgar a la humanidad entera e inaugurar la Nueva Creación. Esta ha sido desde siempre la opinión tradicional de los cristianos. Es lo que sostenía por ejemplo San Agustín, y lo que sostenían todos los teólogos medievales, tanto occidentales (católicos) como orientales (ortodoxos). Es lo que sostienen las más antiguas confesiones protestantes, como los luteranos, los anglicanos (episcopales), presbiterianos, etc. También, como se corresponde con su antigüedad histórica, es la convicción mayoritaria entre los menonitas. Sin pretender desmarcarme demasiado de tan ilustre compañía, yo tal vez matizaría algún detalle dentro del marco amilenialista en general, optando por lo que aquí he dado en llamar «amilenialismo separatista».
El amilenialismo «separatista» Creo que existen ya hoy y a partir de la primera venida de Cristo, simultáneamente, dos reinos: el de las tinieblas y el de Cristo; y que quienes estamos en Cristo estamos sentados ya a la diestra de Dios con autoridad sobre toda fuerza de maldad en la tierra y en lo espiritual. Espero, sí, una consumación final de todo lo que ya consiguió Cristo en la cruz y resurrección, pero el concepto de «mil años» no me resulta importante en sí. El tema de la Tribulación despierta en mí una reacción parecida. La tribulación, o sea el sufrimiento, me parece que es parte de la experiencia de la humanidad desde la caída en el Edén y hasta que Cristo vuelva. No entiendo que las profecías indiquen un período en particular de caos previo al regreso de Cristo. Me parece que «el mundo» al margen de la Iglesia sigue siempre su propio curso, paralelo tal vez, pero distinto al de la Iglesia. Me parece que el mundo no va ni de mal en peor ni de bien en mejor, sino que va más bien en rachas. A veces las cosas mejoran y otras veces aumenta la crueldad, la maldad y la falta de moralidad. O como hoy en día, algunos aspectos de la moralidad mejoran (derechos humanos) mientras otros se deterioran (aborto, inmoralidad sexual). Tampoco me parece ver una tendencia clara en la Iglesia, por cierto. En ella también veo enormes fluctuaciones, olas de renovación, avivamiento y santidad que se alternan con períodos de indiferencia y corrupción. Por eso la Iglesia aguarda anhelante el Retorno de Cristo, la consumación final y perfecta del Reino de Dios. A pesar de lo cual yo seguiría insistiendo en que mientras tanto la Iglesia siempre es distinta, superior, llamada a mayor pureza y santidad, que lo que el mundo jamás puede experimentar fuera de Cristo. Yo incluso llegaría a opinar que la Iglesia no puede cargarse con la responsabilidad de solucionar los males del mundo; que las soluciones que por obediencia radical a Cristo tendría que ofrecer al mundo la Iglesia, seguramente no funcionarían en el mundo porque parten de la realidad de la conversión y transformación del corazón humano. Me parece que la naturaleza del poder en este mundo es tal, que siempre que la Iglesia intenta imponer el bien, el bien se desvanece en intolerancia, represión y persecución de todo aquel que no esté de acuerdo. Los curas y pastores en la política siempre acaban oponiéndose a la libertad. Por eso he tachado de «separatista» esta mi visión particular del amilenialismo. La Iglesia ha de estar en el mundo sin ser del mundo. Ha de brillar como una luz en medio de las tinieblas, invitando a la humanidad a integrarse en una sociedad alternativa, con distintas reglas de juego. Pero en definitiva una sociedad a la que sólo se puede acceder naciendo de nuevo. Esto no exime a la Iglesia de dar expresión concreta a su amor por el prójimo, incluso por el enemigo. Esa solidaridad humana, ese amor incondicional basado en el de Cristo, se expresará mediante todo tipo de esfuerzo por paliar el sufrimiento humano, defender a los pobres, oprimidos y humillados de la tierra, arriesgar y dar la vida por los desvalidos y marginados en una oposición, tenaz si bien no violenta, contra toda maldad y todo abuso de poder. Conclusiones
Los gráficos están inspirados en los de las pp. 26 y 27 de Christian History 61 (Vol. XVIII, Nº 1). |
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Copyright © 1999 Dionisio Byler |