El Mensajero
  Diccionario de términos bíblicos y teológicos


profecía — Declaración de cómo ve Dios las acciones y vidas de las personas y las consecuencias futuras en caso de no producirse un arrepentimiento o cambio de dirección.

José en Egipto actúa como los profetas en todas las civilizaciones de la antigüedad.  Es un gran sabio y además puede adivinar el futuro.
Es emblemático el caso de Balaam, recordado hoy día especialmente por la historia de que le reprendió su burra.  Como José, es una persona que presta servicios a sueldo a los reyes de la tierra, como agorero y pronosticador.  A sus palabras se les presupone el poder de determinar —que no solamente adivinar— el futuro.  Tanto el rey Balac que lo contrata, como los propios escribas que nos legaron la historia bíblica, parecen dar por supuesto que este es el caso.  Como Balaam se limitó a bendecir al pueblo que Dios deseaba bendecir —en lugar de maldecirlo— Israel sortea airosamente el peligro.  La historia sólo reviste de interés, sin embargo, precisamente si se entiende que existió un peligro real de que Balaam maldijera en lugar de bendecir, lo cual habría supuesto un contratiempo insuperable para el futuro de Israel.

El papel de agoreros, pronosticadores del futuro, astrólogos, magos, etc., en las cortes de todos los reyes y poderosos de la antigüedad está sobradamente documentado, así como su especial vinculación con los dioses y los templos.  Tanto de Elías como de Eliseo se dijo: «¡Padre mío, padre mío: los carros de Israel y su gente de a caballo!»  Es decir que eran reconocidos como los auténticos defensores del reino, a pesar de que a veces le llevaban la contraria al rey.  Desde luego no había en la antigüedad ninguna corte que se preciara, que careciera de los servicios de este tipo de persona.  Según los relatos del libro de Daniel, los reyes de Babilonia y Persia contaban con un gran plantel de magos, astrólogos y adivinos a su servicio, entre los cuales no podía menos que destacar el propio Daniel.

Los adivinos —en aquel entonces, al igual que hoy— contaban con una enorme diversidad de artes mánticas para el ejercicio de su profesión.  Hasta tenemos en la Biblia el relato de una sesión de espiritismo, donde el rey Saúl interroga al alma difunta de Samuel.  Como sucede tantas veces en la Biblia, el autor de este relato se limita a repetir lo que se dice que sucedió, sin afirmar rotundamente que esto sea en efecto posible o si tal vez la médium estaba engañando a mentes débiles y sugestionables, como sucede también hoy.  Por su parte, sabemos que David no solía emprender ninguna acción militar sin que antes un sacerdote o profeta consultara al Señor mediante el urim y tumim —una especie de dados que echaban.  El caso es que en Israel, como en todo el mundo de su entorno en la antigüedad, los profetas, adivinos, agoreros y magos de toda índole, tenían un amplio abanico de artes de las que podían echar mano para su labor al servicio de quien les pagaba para conocer el futuro.

Donde sí hallamos una diferencia notable y esencial entre los profetas bíblicos y los agoreros, magos, brujos, curanderos y adivinos de todo el mundo, es en su compromiso inquebrantable con el Dios de Israel.  Y sus promesas y la esperanza que infunden, no están dirigidas solamente a los reyes y a la nobleza sino típicamente a los pobres y marginados.

En el Nuevo Testamento, Pablo recomienda el de profetizar como el más útil de todos los dones del Espíritu; y por tanto el que deben aspirar a ejercer todos los cristianos.  Es difícil imaginar que lo que tuviera en mente Pablo es que todo el mundo se dedicara a adivinar el futuro.  La profecía bíblica siempre había sido, antes que nada, la declaración de cómo ve Dios el presente (aunque eso tiene, naturalmente, consecuencias futuras).

Si el libro de Apocalipsis es típico de las profecías que aceptaban como válidas los primeros cristianos, es menester observar la enorme continuidad con los profetas del Antiguo Testamento.  El Apocalipsis versa con gran claridad y contundencia sobre la perversidad del Imperio Romano y revela el veredicto divino contra esa cumbre de la civilización humana.  ¿Qué es esto, si no una actualización de cómo los profetas bíblicos habían pronunciado un veredicto divino negativo sobre la monarquía en Israel y Judá y con­tra las demás cumbres de la civilización de la antigüedad: los egipcios, fenicios, asirios, babilonios y persas?  En cambio sus visiones infunden una esperanza maravillosa a los que hoy tal vez sufran, pero aman a Dios y siguen al Cordero.

Toda la tradición profética de la Biblia, entonces, viene a desembocar en un mismo mensaje.  Dios anhela darnos un futuro diferente que el futuro que nos prometen nuestros gobernantes y nuestras civilizaciones corruptas.  Un futuro de luz y de paz, de igualdad, hermandad, salud, perdón… y alegría infinita.  Un futuro donde habrán cesado las guerras, las calamidades y la maldad; y donde Dios habrá secado nuestras lágrimas, sosteniéndonos a todos y cada una, en un mismo tierno abrazo maternal.

—D.B.

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Publicado en
El Mensajero Nº 85


 

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