Necesitamos conjugar «verbos ungidos»
Connie Bentson Byler
Según un diagrama que nos presentó Agustín Melguizo hace tiempo, Dios tiene sólo una estrategia para llevar a todas las personas del mundo hacia el centro de su corazón. Su estrategia se llama Amor. Y aunque los propósitos gloriosos y grandísimos de Dios para toda la humanidad nos quedan a nosotros como un calzado del número 56, la estrategia de Dios incluye hacernos a nosotros útiles para él. Su intención es llevarnos cada vez más cerca de sí, y hacernos más útiles para él. Su intención es que nuestra vocación y elección sean amarle a él sobre todas las cosas y amar y servir a los que nos rodean.
La iglesia, entendiéndose la comunidad de discípulos de Jesús, es el instrumento elegido por Dios. Dios no tiene otra que usarnos a nosotros. Por eso la importancia de vivir vidas llenas de su Santo Espíritu.
Dios no puede hacer todo lo que quiere hacer, sin nosotros. Ni nosotros, sin el Espíritu de poder que actúa en nosotros. Dios siempre nos está llamando como individuos y como iglesia, a un mayor compromiso con él y sus más grandes propósitos.
Lo que se escribió acerca de David después de morir, puede y debe llegar a ser también nuestro epitafio. Dice en Hechos 13,36: «David, después de servir a su propia generación conforme al propósito de Dios, murió».
Podemos saber cuáles son los grandes propósitos de Dios, pero he llegado a una conclusión recientemente: No tengo ni idea de cómo lo va a hacer en mi generación y en mi ámbito. Ni cómo, ni cuándo. Sólo he llegado a sentir el punto de mi gran necesidad. Siento que pertenezco en el suelo, totalmente rendida a él, sintiendo mi total y absoluta dependencia de él, mi gran necesidad personal de él. Dios nos lleva tiempo diciendo que necesitamos estar necesitados de él para que él se pueda manifestar en esta generación.
Con espíritu humilde, aunque parezca una contradicción, necesitamos entender que no podemos darnos el lujo de vivir sentados mientras esperamos en las maravillosas promesas de Dios. Debemos ocuparnos en hacer todo lo que nos corresponde a nosotros hacer para que se cumplan. Tenemos que entender que nos toca estar preparados. Adiestrados. Haciendo prácticas. Incluso, arriesgándonos a fracasar. Pero siempre esperando con expectación y con fe lo que Dios ha prometido hacer en los tiempos que nos tocan vivir.
A la vez, Dios nos está enseñando, puliendo, perfeccionando, corrigiendo y madurando. Estamos siendo pulidos constantemente como la plata, porque: «Las palabras de Dios son palabras puras, plata probada en un crisol en la tierra, siete veces refinada» —como dice el salmista.
No es lo mismo vivir esperando que esperar a ver qué va a pasar. Dios nos ha dicho muchas cosas: que él desea cumplir todos sus propósitos en nosotros; que no descuidemos nuestro primer amor; que mantengamos nuestras lámparas llenas de aceite; que llenemos los graneros. Lo que nos toca es algo como la situación que le tocó a Noé: que construyamos un arca. Que construyamos en el presente lo que Dios va a usar en el futuro.
Cuando escuchamos conmovidos un testimonio de que Dios está cerca de alguien, haciendo su obra, yo me voy a casa pensando que nuestros testimonios son lo más precioso y valioso que tenemos para dar a otros.
Y antes de que el mundo alrededor nuestro acepte la Palabra de Dios como creíble, quieren comprobar lo creíbles que somos nosotros. Por eso se nos dice: «Asegúrate de vivir de una manera que traiga honor al evangelio de Cristo» (Fil 1,27).
Quiero ofreceros la idea de que esto incluye una manera de pensar y hablar, conjugando ciertos verbos con una mente clara. Recuerdo cuando aprendí a conjugar los verbos irregulares en la niñez, algo que podía ser tan pesado como divertido. Quizás necesitamos aprender a conjugar otros verbos, unos verbos ungidos. Necesitamos revelación de Dios para conjugar verbos para Su gloria, y renovar nuestra mente y corazón, incluyendo nuestras bocas y propias vidas.
Mirad cómo podemos empezar a conjugar verbos:
1. Yo necesito un Salvador.
Tú necesitas un Salvador.
El mundo necesita un Salvador.
2. Yo necesito perdonar.
Tú necesitas perdonar.
El mundo necesita perdonar.
Debo entender con toda mi mente y todo mi corazón que lo que Dios me ha dado a mí es también para otros. Estuve reflexionando acerca de lo que ha significado para mí tener a Jesucristo como Señor y Salvador de mi vida. En especial, pude ver que mi visión de Jesús como mi Salvador era incompleta. Le aclamaba como mi Salvador porque me había salvado del mundo y del pecado, del infierno y de la condenación; pero he descubierto que necesito su salvación en otras áreas de mi vida y he entendido un poco más aquella palabra que nos dice: «Ocupaos de vuestra salvación». Yo necesito a un Salvador cada día. El Salvador que me salve de mis tendencias negativas, de mis temores, mis inseguridades, mi rebeldía, mi dureza, mi incompetencia, mis depres, mis enfermedades, y un largo etc.
También he entendido que al reconocer que necesito un Salvador permanentemente me pongo a la misma altura de los que nunca han experimentado a Jesús como Señor y Salvador. Me hago como ellos, como hacía San Pablo para ganar a los inconversos para Cristo. Cuando más débil y atacada me sentía, venían mis vecinas a visitarme, preguntándose cómo podía mantenerme con una sonrisa en medio de mis aflicciones. Les pude responder: «Yo puedo tener los mismos problemas que otros, pero tengo a Jesús en mi vida y corazón; y eso marca la diferencia que veis. Sólo él es mi Salvador. Él me va a ayudar».
La Biblia al Día dice así en 1 Corintios 9,22: «En otras palabras, trato de acomodarme en lo posible a las personas para que me dejen hablarles de Cristo, para que Cristo pueda salvarles». No seamos unos santurrones imposibles de imitar, lejos del alcance de otros, sino que cualquiera pueda identificarse con nuestra propia condición y necesidad de un Salvador personal. Quitemos nuestras máscaras de santitos. Seamos trasparentes y reconozcamos nuestras luchas para darle lugar a la gloria de Dios.
Yo necesito, tú necesitas… Si yo no necesito nada, ¿cómo podré saber lo que necesitas tú? ¿Y cómo vamos a llevar a otros a Dios si no vamos nosotros mismos a él?
Necesitamos vivir una Salvación constante, activa, desafiante, integral; que se evidencie en nuestro clamor y oración. Hemos de reconocer nuestra necesidad de él también en nuestros testimonios: reconociendo su obra y su respuesta. Aprendamos a compartir nuestros testimonios, dando gloria a Dios por cada obra suya porque él no hace nada insignificante.
Hay otro verbo ungido:
Yo necesito tu testimonio.
Tú necesitas mi testimonio.
El mundo necesita nuestros testimonios.
Si estos pensamientos te han bendecido, te invito a leer el Salmo 116 y Salmo 118,1-21, para que te bendiga el testimonio de David. Que Dios nos enseñe a vivir con verbos ungidos en nuestras bocas. |