Cristo y la mujer cananea. Cuadro de Drouais (1784)
Me enseñaron que....
Julián Mellado
Me enseñaron que éramos los mejores, que los demás no eran tan buenos, que sólo nosotros sabíamos la verdad mientras que otros servían a la mentira.
Me enseñaron que no había que tener comunión con la gente de otras religiones, porque eso era una traición a Dios, o quizás una apostasía.
Me enseñaron que sólo había que acercarse a los otros creyentes, agnósticos o ateos, para convertirlos a nuestro grupo; porque así se salvarían, ya que de otro modo se irían al tormento eterno.
Me enseñaron que sólo nosotros teníamos razón en materia de sexualidad considerando a cualquiera que fuera diferente como un perverso…
Y poco a poco mi corazón se fue estrechando. Cada vez había menos sitio para mi prójimo y me fui asfixiando, viendo cómo moría el amor en mí.
Hasta que decidí fijarme en Aquel que fue enseñado por una mujer pagana, el que dijo que el centurión romano tenía más fe que todos aquellos que se consideraban fieles de la Tradición Oficial. Miré cómo se comportaba con aquellas mujeres de sexualidad reprobable y cómo las ponía delante de todos en el Reino de su Padre. Me sentí desafiado en cómo derribaba todos los muros de separación, de cómo dignificaba a todo ser humano sin importarle sus orígenes o caminos escogidos. Aprendí con él que todo ser humano es mi hermano, mi hermana, que sólo el Dios de la vida es universal, y no el dios tribal de mi grupo.
Y mi corazón comenzó a ampliarse. Entró un aire nuevo, apareció una mirada diferente sobre el mundo. Y me sentí prójimo de mis hermanos, creyentes o no, de diferentes credos, de diferentes ideas; y comprendí al fin, que yo no era mejor que nadie y que no sabía más que otros.
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La humildad personal cuando testificamos, y la habilidad para valorar la vida y experiencia del prójimo, no están reñidas, naturalmente, con la evangelización. Siempre es posible dar testimonio de cómo nuestra vida ha mejorado gracias a esta relación con Dios.
El testimonio personal se constituye en invitación, sin juzgar ni menospreciara nadie. [El Mensajero] |
Tuve que desaprender lo que me enseñaron, y volver a aprender a los pies de Aquel que recibía a todos sin condición alguna. Vivió la compasión hasta el extremo de morir en manos de los que se consideraban mejores. Fue él, el hombre libre y liberador, que nos enseñó el camino a andar, reconociendo a los compañeros de viaje.
Me enseñaron a odiar piadosamente, pero el amor se fue abriendo camino y pude encontrar en el rostro de mis hermanos, creyentes o no, mi propio rostro, con una voz interior que grita: ¡Soy vuestro! |