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Diccionario de términos bíblicos y teológicos
confianza — Una sentimiento de seguridad y tranquilidad con respecto a la posibilidad de evitar lo que se considera negativo, perjudicial o desagradable. El mismo sentimiento de seguridad y tranquilidad en cuanto a alcanzar o seguir disfrutando de lo que es positivo, agradable o placentero.
La Biblia contrasta dos clases de confianza, una falsa y otra verdadera.
La confianza falsa —que podríamos describir como hacerse ilusiones, pensarse seguro (pero por torpeza, ignorando peligros inminentes y desastres que están por suceder)— es la que se produce de dos maneras. Puede ser confianza en las cosas: confianza en las riquezas y posesiones, en obtener una buena cosecha del campo; confianza en las murallas de la ciudad, en carros y caballos (un ejército potente), en la habilidad para engañar a la gente y sacar ventaja. Puede ser también confianza en personas que prometen proteger y proveer: confianza en el rey o los nobles, confianza en diversos dioses a quienes se encomiendan típicamente los idólatras paganos.
Pero la confianza que instruye y recomienda la Biblia es confianza en Dios —el Dios verdadero, el Señor de Israel.
Es enorme en la Biblia ese contraste entre una forma de confianza y otra.
Las personas, especialmente la clase dominante que gobierna, no dan jamás la talla. Prometen pero no cumplen. (De lo cual sabemos algo los españoles con nuestra clase política.) Si no cumplen no es necesariamente porque no quieran o porque engañen y mientan —aunque también— sino porque no pueden. Las cosas siempre se les acaban escapando de las manos, son más complicadas de lo que se figuraban, hay siempre otros factores que no habían tenido en cuenta… Su discurso con que se presentan es de poder, capacidad y eficacia, dominio y autoridad; pero la realidad es que es muy poco lo que dominan, su autoridad es mucho más limitada de lo que se figuran, su poder también. Una crisis internacional que desemboca en guerra o invasión enemiga, uno o varios años seguidos de malas lluvias y pésimas cosechas, impuestos demasiado severos que ahogan la economía de la que se sostienen y de cuyos ingresos dependen… y todo se les viene abajo como un castillo de naipes.
Las cosas —y el mensaje bíblico es que especialmente las riquezas— tampoco brindan la seguridad que les atribuimos. Esta es una realidad que tienen que volver a descubrir las personas de cada generación. El dinero es traicionero; así como llega se puede esfumar. Los bienes, propiedades y cosas adquiridas también. Nos creemos seguros y confiamos en tener previsto un futuro tranquilo, con unas inversiones prudentes y pensiones de jubilación suficientes… y cualquier crisis económica que empieza tontamente en algún lugar remoto del mundo puede acabar con todas las previsiones y dejar a toda una generación de todo un país en la ruina.
La Biblia entera nos exhorta confiar, sí, confiar desde luego, pero confiar… en Dios. Encomendarle a él nuestro presente y nuestro futuro, nuestra prosperidad y nuestra vida. Esta vida y la que haya después de la muerte. Nuestra economía, nuestra casa, nuestra familia, nuestra seguridad en los viajes y protección de accidentes y tragedias, en medio de guerras y el derrumbe de sistemas económicos enteros de alcance mundial. Confiar en Dios. Confiar siempre en Dios, solamente en Dios. No hay otra seguridad que la que Dios ofrece. No hay otro futuro que el que nos quiera dar él. No hay pan mañana si no lo da él, no importa qué otras previsiones hayamos hecho ni cuánto acopio de bienes. No hay que no te diagnostiquen un cáncer terminal mañana si Dios no te sigue concediendo salud. No hay librarte de la muerte a no ser que él quiera que sigas vivo.
Se puede vivir seguro, tranquilo, en calma y paz interior, sin miedo del mañana. ¡Claro que sí! Pero no por confiar en que no nos pase nada de las muchísimas cosas malas que son posibles; ni tampoco por ilusionarnos de que sí nos pasarán las cosas buenas que soñamos. La confianza, tranquilidad y seguridad vienen de saber que pase lo que pase, Dios es nuestro Compañero Invisible, nuestra fortaleza, escudo y baluarte, nuestro fiel refugio en la tormenta y en la tribulación. Es él nuestra esperanza y alegría y una dicha tan honda que no hay palabras que lo describan. Es la nana tierna, melodiosa y maternal que arrulla nuestro acostarnos y nos permite dormir sin miedo; el gorjeo de las aves que nos despierta con felicidad por la mañana.
No hay otra seguridad, no hay otra confianza ni tranquilidad ni paz que la que nos viene de Dios.
Y es suficiente. No hace falta más.
—D.B. |
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