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Nº 110
Abril 2012

resucitado

¡Hola qué tal!
Jesús resucitado, según Juan 20,19-31

Hay tantas cosas que me llaman la atención en estos versículos, que me cuesta saber por dónde empezar.

Quizá habría que empezar con el saludo inicial de Jesús, por lo absurdamente informal y poco pretencioso que resulta.  Desde luego si alguien hoy día nos soltara «¡Paz a vosotros!» cuando le saludamos, sí que nos parecería pretencioso y pomposo.  Pero lo más probable es que lo que dijo Jesús fue Shalom —un saludo multiusos que se estila hasta el día de hoy en Israel a manera de Hola o Adiós.  Quizá el saludo castellano que más se aproxima al significado de Shalom sea «Qué tal».  Un Qué tal, que en cuanto saludo, ha perdido todo su contenido como pregunta.  No saludamos «Qué tal» porque de verdad queremos que nos cuenten con pelos y señales cómo se sienten o cómo lo han estado pasando desde la última vez que nos vimos.  «Qué tal», o intercambiablemente, «Hola qué tal», es sencillamente el gesto de cortesía que anuncia: «Aquí estoy yo y aquí estás tú, y es socialmente importante que reconozcamos nuestra presencia uno con el otro».  El saludo puede dar lugar a una conversación si ambas personas están dispuestas a ello, pero no necesariamente.  De hecho, el mismo reconocimiento de que estamos los dos en un mismo espacio social se puede hacer sin palabras —alzando una mano, por ejemplo.

El saludo Shalom, entonces, llama la atención por ser un saludo tan absolutamente ordinario en una situación tan absolutamente extraordinaria.  ¡No es todos los días que uno resucita después de que lo han matado!  ¡Ni es todos los días que se nos aparece un amigo que ya habíamos enterrado!

Juan empieza por explicar que esto sucedió al anochecer el día de la resurrección.  ¿Dónde había estado Jesús todo el día?  Os voy a decir cómo se pasó el día entero.  Se lo pasó paseando a solas por el campo, tratando de decidir con qué palabras históricas saludar a sus discípulos.

Todos sabemos las primeras palabras de Neil Armstrong cuando fue el primer hombre en pisar la luna.  Yo lo vi en directo en 1969 y recuerdo que dijo: «One small step for a man, one giant leap for mankind».  Bueno… esa misma fue una de las frases que estuvo barajando Jesús.

Me les aparezco cuando menos se lo imaginan y les suelto: «Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad.»  ¡Qué bien suena!  Seguro que me la anotan en los cuatro evangelios canónicos y hasta en los evangelios apócrifos.

Pero no.  Shalom.  «Qué tal.»

Bueno, esa es la primera cosa que me llama la atención.  La segunda es la incongruencia entre lo que hace Jesús y la reacción de los discípulos.  Para entender esto hay que tener en mente cómo concebían de la resurrección los judíos de aquella era, puesto que es así como lo describe Juan.  Resucitar de entre los muertos significa que antes estabas muerto pero ahora estás vivo.  Nada más.  Si te has muerto desangrado y hecho un cisco porque te han azotado y clavado a una cruz y has padecido horas y horas de torturas inhumanas, ahora puede que estés vivo pero todavía tienes todas las heridas abiertas —en tanto que no te las venden y se te curen, claro está— y sientes todas las agujetas de músculos que se retorcían de dolor hasta desencajar los huesos.

Entonces el bueno de Jesús, nada más saludar, hace lo que haríamos cualquiera de nosotros.  ¡Les muestra las heridas!

¡Ay Mama!  Hay que ver lo que duele una crucifixión.  Estoy molido, chicos.  Mirad lo que me han hecho con los clavos.  Y esto… Mirad esto.  ¡Un listillo me clavó una lanza por aquí cuando ya estaba muerto!  En el momento, como estaba muerto, no sentí nada.  ¡Pero Dios mío, lo que duele ahora!

Vamos, lo normal.  Uno ha pasado un trago durísimo y quiere contárselo a los amigos.  Pero ellos, en lugar de interesarse, en lugar de escuchar con paciencia mientras les muestra las heridas, se echan a reír y bailan de alegría.  Bueno, desde el punto de vista de ellos, también es natural.  Pensaban que estaba muerto y no… aquí está.  Está vivo y está mostrándoles lo que le han hecho.  Ellos no se fijan en sus quejas ni tienen interés en su heridas.  Sólo celebran el que esté vivo.  La escena es absolutamente rocambolesca:  Jesús les muestra la espalda hecha jirones y ellos, ¡Ja ja ja!  Les muestra las manos y ellos ¡Olé!  Les muestra el boquete que le han abierto en el costado y ellos venga reírse y pidiendo una botella de cava para celebrarlo.

Al final todo este guirigay se calma y se hace silencio.  Entonces, por fin, Jesús puede soltar el discurso que había estado preparando todo el día:  Hola colegas, qué tal —repite. […]

—Dionisio Byler

 
[Primera parte de un sermón predicado en la Capilla de la Facultad SEUT, el 7 de abril, 2010.  Si quieres seguir hasta el final, lo puedes hallar AQUÍ.]
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