Historias bíblicas no aptas para niños
19 de agosto de 2019 • Lectura: 6 min.
Uno de mis recuerdos más tempranos es estar sentado alrededor de la mesa de la cocina al atardecer, antes de que nos mandaran a la cama, oyendo a mi madre leernos historias bíblicas. No nos las leía desde la Biblia en sí, sino en versión para niños, desde un libro enorme lleno de ilustraciones, con lenguaje sencillo y redactadas para que no decayera el interés. (Bien es sabido que la Biblia en sí trae muchos capítulos aburridísimos, como las listas interminables de genealogía o de disposiciones legales.)
Lo que no recuerdo —ni tampoco recuerdo ahora cómo lo hacían las adaptaciones de historias bíblicas que leí para nuestros hijos yo— es cómo se lo montaban para que el contenido «adulto» quedase descafeinado y apto para niños.
La forma que Rut seduce a Booz, sorprendiéndole cuando está ebrio para después, por la mañana cuando despierta, hallarse desnudo con ella(( Hay diferentes pasajes de la Biblia donde «los pies» figura como eufemismo para referirse a los órganos genitales. Booz despierta para hallar a Rut acostada junto a sus «pies».)) y sentirse responsable de hacerse cargo de ella, encaja en el relato bíblico con el estereotipo de las mujeres moabitas. Moab, al fin y al cabo, había nacido de una escena parecida cuando dos hijas emborrachan a su padre para seducirlo y quedar así preñadas. Por cierto, aquella escena de incesto también me la leyeron de niño, y no sé cómo es que a mí me pareció perfectamente normal. Puede ser que de niños tenemos más flexibilidad para este tipo de cosa que de adultos; no sé.
También me leyeron sobre Jefté, lleno del Espíritu del Señor, que al regresar de la batalla ofrece a su hija a Dios como sacrificio humano porque sería pecado horrendo no cumplir con lo prometido al Señor. O sobre el jovencísimo David que no toma prisionero a Goliat después de derrotarlo, como mandaría hoy la Convención de Ginebra, sino que lo degüella. Es escalofriante el salvajismo inhumano en general de las costumbres de guerra de Israel. ¡No solo cometen atrocidades; presumen de estar obedeciendo con ello a Dios!
¿Cómo se atrevía mi madre a meter estas cosas en las cabezas de sus hijos?
Estos días en mi lectura del Antiguo Testamento, estoy con el libro de Ester. No recuerdo ningún tiempo cuando yo no conociera esta historia. Me parece haberla oído desde que tengo memoria. No solo en las lecturas vespertinas de mi madre; también me suena haberla oído en la escuela dominical desde muy pequeño.
Decir que recuerdo que me parecía bonito —tendría que decir que hasta romántico— que Ester participara en un concurso de belleza para reina de Persia. Lo de pasar una noche cada una de las vírgenes concursantes con el rey me parecía lógico. Creo que entendía que se pasaban la tarde charlando y conociéndose, además de dar oportunidad al rey a fijarse en la belleza de la chica y hacer comparaciones mentales con las demás concursantes. No se me ocurrió hasta muchos años más tarde, darme cuenta que aquello consistía en la real desfloración en serie de las niñas más guapas del reino, para descartarlas entonces al harén y nunca más acordarse de ellas. ¡Qué sería de ellas, de sus sueños y aspiraciones personales, su capacidad de amar y ser amada… nada de eso se me pasó por la mente cuando pequeño! Distraído hábilmente por el objetivo de declarar vencedora a Ester, todas esas vidas robadas de todo futuro en la flor de su juventud, desaparecían de mi mente.
¡Tampoco me parecía exagerado y estúpido, por cierto, el ritual de preparar a esas chicas durante todo un año macerándolas seis meses en aceite de mirra y otros seis meses en perfumes! De hecho, tardé muchos años en darme cuenta que esta historia tiene aspectos de farsa, de parodia, de fantasía cómica. De niño yo sabía bien que Caperucita Roja y que Los tres cerditos y el lobo eran ficción. Pero se me enseñó desde pequeño a pensar que si algo figuraba en la Biblia, tenía que ser santísima verdad.
Esa es todavía mi convicción, aunque a un nivel muchísimo más abstracto. Entiendo que las verdades de Dios y del reinado de Dios en Cristo se comunican hábilmente a lo largo de la Biblia, de tal suerte que la Biblia es lectura indispensable para entender cómo actúa Dios en nuestro mundo hoy. Hoy sé que hay maneras innumerables de comunicar la verdad, que no solamente relatar hechos fehacientes. ¡A su manera, hasta Caperucita Roja y Los tres cerditos y el lobo enseñan moralejas con un fondo de verdad! Como es honda la verdad de fondo que enseñan las parábolas de Jesús, aunque sean cuentos que él se inventó.
Pensándolo bien, entonces, bien pudiera ser que esas historias bíblicas que a primera vista parecen tan poco aptas para niños, tal vez lo que son es no aptas para adultos.
Cuando hemos perdido la capacidad de imaginación y fantasía propia de la niñez —y de muchas de las historias bíblicas— empieza la distorsión religiosa. Cae entonces sobre la Biblia la losa pesada de la interpretación pretendidamente literal de los textos, donde se pretende que la única forma de decir verdades es lo mismo que haber grabado en vídeo la escena que cuentan.
Algunas disquisiciones sobre la Biblia suenan a como si nos pusiésemos a defender que tienen que ser tres los cerditos, y que tienen que haber construido necesariamente con paja, madera y ladrillo; que no cuatro, con juncos, cañas de bambú, adobes y piedra. Al final uno acaba desesperando de que entre tanta necedad pueda aparecer algún brote de inteligencia.
¡A ver! ¡Que venga un niño y nos lo explique por favor, que estos adultos me empiezan a hartar!
Me parece interesantísimo observar que históricamente, la idea de la inspiración de la Biblia surge en el mundo helenista, cuando los judíos procuraban mantener sus valores y tradiciones diferentes ante el asalto de la cultura griega. El mundo griego tenía su literatura inspirada que daba sentido y coherencia a su cultura aunque dispersa desde Persia hasta España y Mauritania. Homero: la Ilíada y la Odisea. Ante la pujanza del atractivo entre los judíos de la cultura helenista que atestigua, por ejemplo, el inicio de 1 Macabeos, el judaísmo contesta: Si Homero es literatura inspirada, Moisés más. Si la Ilíada y la Odisea son palabras divinas, los Profetas y la Escritura más. ¡Toma! ¡Que a inspiración no nos va a ganar nadie!(( La Carta de Aristeas eleva esta rivalidad literaria a otro nivel. Explicando detalladamente el cómo y cuándo de la divina inspiración de la traducción de la Biblia Hebrea al griego, da a entender que la Biblia de los judíos en griego es más claramente inspirada que la obra griega emblemática de Homero.))
Cuando transformamos el alegato de inspiración en otra cosa, en la declaración por ejemplo de la inerrancia objetiva y exacta de cualquier afirmación que allí aparece, hacemos que los relatos bíblicos ya no sean aptos para adultos.
En cuanto hacemos del concepto de «inspiración» un concepto absoluto en abstracto, hemos olvidado que el concepto de inspiración primero se empleó para describir a Homero. Entonces, cuando hemos perdido de vista el efecto comparativo del alegato de inspiración bíblica con respecto a los griegos y Homero, perdemos también de vista que lo que estamos comparando son dos legados literarios, de dos culturas que rivalizaban por el corazón de la juventud judía. Pero si estamos hablando de legados literarios, entonces estamos hablando de historia, pero también de leyendas y mitos; fantasías, parodias, comedias, y hasta poemas eróticos; vuelos de imaginación desbocada, creatividad literaria, y esa inspiración literaria que inspira, a su vez, reflexiones inspiradas en quien lee.
La Biblia tiene efectos mucho más profundos en nosotros, sin embargo, tanto más permitamos que nos impacte subliminalmente, en actitudes y despertando fe en Dios.
La teología y la reflexión sobre el sentido último de nuestras afirmaciones sobre Cristo y sobre Dios es importante, por supuesto. Pero al final sospecho que lo que más nos transforma al leer estos textos es la imaginación. Imaginarnos, ante la situación imposible que nos agobia, en el papel de Israel frente al mar Rojo esperando que el Señor nos separe las aguas. Imaginarnos como Israel en el exilio, sufriendo el castigo por nuestros pecados, pero clamando a Dios y esperando alcanzar a ver que un día se reconstruya Jerusalén. Imaginarnos en nuestro desahucio médico como aquella mujer que tan solo aspiraba a tocar el borde del manto de Jesús.
O reconocernos como Ester y Mardoqueo y todo el pueblo judío ante la tiranía de un gobernante como Asuero, procurando sobrevivir pero al final perfectamente dispuestos a cometer los mismos crímenes y atrocidades que pretendían nuestros enemigos.