8 de septiembre de 2021 • Lectura: 4 min.
¡No, estos renglones no van de zombis!
Quiero escribir aquí sobre un concepto que me pareció interesantísimo hace la tira de años cuando lo leí. Ya no me acuerdo dónde lo leí ni de que lugar exacto provenía el concepto. Parecería ser, según lo recuerdo, que hay algunas tribus en África que tenían (¿tienen?) un concepto de «muertos vivientes» como sigue:
La muerte tendría dos etapas. La primera, a continuación de la defunción del organismo biológico, sería cuando permanecen todavía aquellos que recuerdan al difunto. En principio, la familia, los amigos, los enemigos, aquellas personas que trataron con el difunto de alguna manera memorable. Serían muertos vivientes, porque siguen vivos en la memoria de los vivos. La segunda muerte sería la definitiva. Cuando ya nadie se acuerda de que alguien haya existido jamás, entonces sí que ha muerto de verdad; irremediablemente, para siempre.
Algunas personas especialmente importantes, un cacique muy influyente por ejemplo, pueden «inmortalizarse» generación tras generación al recordarse sus gestas y hazañas como parte del legado cultural permanente de su pueblo. La mayoría de los particulares, sin embargo, acaso sean recordados durante dos o tres generaciones de sus descendientes, pero caerán inevitablemente en el olvido —la segunda muerte—.
Hace dos años fue la última vez que nos reunimos con mis hermanas y hermano y cónyuges, reunidos desde Colombia, España y Estados Unidos. Una tarde les comenté este concepto de muertos vivientes, y les sugería que cada uno mencionásemos una persona de nuestro pasado, alguien ya fallecido que fue importante para nosotros, para traer esa persona a la memoria una vez más y que así, de algún modo, la conservásemos «viva» por lo que significaron para nosotros.
Fue emocionante recordar así diversas personas de nuestro pasado que ya no están.
Esta idea me trae una especie de consolación cuando me acuerdo por ejemplo de mi padre o madre, o cuando figuran en mis sueños. Observo que siguen «vivos» allí, en algún rincón de mi cerebro como recuerdo capaz, incluso, de interactuar conmigo en mi subconsciente mientras duermo.
Con el avance de los años son cada vez más las personas que influyeron en mi desarrollo, o sencillamente que me acompañaron con su amistad, que van falleciendo. Es importante para mi recordarles, pensar en ellos, agradecer mentalmente lo que contribuyeron a mi vida. En alguno de mis libros he mencionado a mis profesores que contribuyeron a mi forma de entender el evangelio, a autores que han enriquecido mi entendimiento de la Biblia y de la teología cristiana. Ese reconocimiento público, por escrito, de alguna manera les devuelve vida al aparecer fugazmente en la retina del lector.
Se me ocurre que el concepto de vida eterna que hallamos en el Nuevo Testamento, si es que sea algo diferente al concepto de resurrección, puede guardar relación con esto. Pienso que nadie ha muerto de verdad, que esté siendo recordado por Dios. Si vivimos en él, si está presente ante Dios lo que ha sido nuestra vida y persona, entonces no hemos desaparecido del todo. Vivientes, aunque muertos.
De ahí la amenaza que aparece en diferentes puntos de la Biblia, de que Dios vaya a borrar la memoria de los malvados. Si Dios elimina de su propio recuerdo la existencia de alguien, entonces su muerte ya sí es definitiva. La realidad es que si ya ni Dios se acuerda que alguien haya existido, es que a todos los efectos nunca existió. Sería más que morir: sería como desnacer, ni tan siquiera haber nacido.
Si ni siquiera Dios recuerda sus crímenes y maldades, entonces sus victimas tampoco conseguirían recordarlos. Esas presuntas víctimas permanecerían eternamente en la dicha de ignorar que haya sido posible la existencia de esos crímenes presuntamente sufridos. Crímenes que a todos los efectos eternos, nunca sufrieron. Así el disfrute imperecedero de la gloria del Señor que experimentan los justos, se vería libre de jamás quedar empañado o deslucido por un recuerdo oscuro o negativo.
El Apocalipsis menciona un lago de fuego que sería la segunda muerte posterior a resucitar para un juicio último. Es imposible saber exactamente qué pudo estar pensando Juan al escribir eso. Escribió en otro tiempo, para otra civilización; manejaba conceptos que hoy difícilmente sabríamos recuperar. Pero tal vez la idea de una segunda muerte para los que han sido condenados por Dios, sea más o menos equiparable a esto mismo que vengo explorando aquí.
Tal vez lo que viene a decir Juan es que en la consumación de todas las cosas, muchos «muertos vivientes» que son recordados solamente por su maldad, serán por fin olvidados del todo. Que ya no existirán ni tan siquiera en el recuerdo de Dios. Que por tanto a todos los efectos jamás habrán existido. Que el gozo eterno de los justos jamás conocerá la sombra del recuerdo de sus actos ni de su existencia. Que el gozo eterno de Dios con sus hijos amados tampoco se verá ensombrecido por tal recuerdo. La armonía y la felicidad universal serán así eternas y perfectas. Una eternidad y perfección que ha transformado el pasado a la vez que se proyecta hacia el futuro.
Y otros, en cambio, permaneceremos vivos eternamente en la mente y el afecto de Dios, por tanto en la dicha y disfrute sin fin.
Especulaciones, en fin, a las que no quisiera dar más peso que el que de verdad pudieran merecer. A fin de cuentas, solo Dios entiende plenamente cuál es el futuro que nos aguarda al traspasar el umbral final de esta existencia biológica.
¿No habéis leído lo que dice sobre Dios, donde pone: «Yo soy el dios de Abrahán, el dios de Isaac y el dios de Jacob»? No es dios de muertos sino de vivos. (Jesús, en Mateo 22,31-32.)
Siempre tus reflexiones nos hacen pensar…
¿Puede haber algo peor que no ser recordado por Dios?
A lo que se refería Juan con esa segunda muerte en el lago de fuego es algo que a dividido a los cristianos durante mucho tiempo.
Algunos dicen que es un tormento eterno, sin fin.
Otros dicen que es un tormento, pero no eterno, donde finalmente ocurre la muerte segunda y dejas de existir, pero después de recibir el castigo (parece ser que caer en el olvido para Dios y ser eliminado no es un castigo)
Y otros dicen que directamente es un dejar de existir.
El caso es, que sea lo que sea, a nadie nos gustaría tener ese destino, sino el de la eternidad en la presencia del Señor.