6 de julio de 2021 • Lectura: 4 min.
Foto: Connie Bentson
Sospecho que los animales, y las personas que a duras penas van consiguiendo sobrevivir, no se plantean si la vida tiene sentido, o cuál sería ese sentido. No tienen el lujo de hacerse una pregunta de esta índole, porque están reducidos a dejarse llevar por el instinto animal a conservarse vivos cueste lo que cueste. Los guían el hambre y las ansias de reproducirse antes de desaparecer. Se dan por satisfechos si consiguen llenar el estómago y pasar otra noche más de sueño sin acabar ellos en el estómago de depredadores. Están entregados de lleno a cumplir con lo que les exige la vida biológica sobre este planeta, sin complicarse con especulaciones secundarias.
Si nuestro linaje de cada uno de nosotros ha llegado hasta aquí, es porque nuestros antepasados fueron ante todo capaces de sobrevivir hasta reproducirse y conseguir que sus hijos llegaran a la madurez para reproducirse también.
Los que carecían de fuerza de voluntad para seguir luchando en las adversidades, para seguir buscando alimentos y agua aunque pareciera imposible, para no rendirse al desespero aunque reducidos a esclavitud, etc., dejaron que su linaje se cortase en seco. No descendemos de ellos. Tal vez resolvieran, por qué no, el enigma del porqué de la existencia, el sentido de la vida. Pero ahí se quedaron por el camino y nosotros hemos descendido de otras personas con un sentido mucho más práctico de la existencia.
Con la salvedad de una cierta proporción de los seres humanos, entonces, todos los trillones de seres vivos de esta tierra —desde los más microscópicos hasta la más inmensa ballena— se dedican a vivir sin necesitar saber si es que eso acaso tenga algún sentido. Nos alimentamos de otros organismos vivos con el fin único de retrasar todo lo posible alimentar nosotros a los organismos que inevitablemente aprovecharán nuestros restos.
Comparto plenamente, sin embargo, la noción de un imperativo moral y ético superior. Nos ha sido útil a los seres humanos, precisamente para garantizar nuestra supervivencia. Me refiero a ley de que se suele segar en sociedad humana lo que se siembra. Quien es solidario, generoso, amable y benigno, suele normalmente recibir a cambio ayuda y socorro y bondad en su hora de necesidad. No siempre. Nunca faltan individuos y regímenes crueles y violentos que acumulan poder para oprimir al prójimo, por el puro disfrute de la maldad. Pero incluso bajo el yugo de los tales, al común de los mortales humanos nos suele ir mejor entre nosotros —a los de abajo, a los oprimidos— si nos ayudamos unos a otros.
A la humanidad, entonces, nos ha resultado ser una estrategia útil para la supervivencia personal y de nuestra descendencia, abrazar principios éticos y morales de convivencia armoniosa y hasta generosa y solidaria.
No es así, sin embargo, como nos planteamos el altruismo, sino como generosidad y bondad y solidaridad puras, que satisfacen nuestro sentido de lo correcto y bueno. Aunque sea cierto que a la larga la bondad es beneficiosa para quien es bueno también, diríamos que por lo menos una parte del sentido de la vida viene a hallarse en ayudar al prójimo.
«La regla de oro», entonces, tratar a los demás como deseamos ser tratados, tiene que hallar lugar en cualquier definición de lo que constituye el sentido de la vida humana, lo que da sentido y satisfacción a nuestra existencia.
Luego también los sumerios desarrollaron una civilización altamente organizada para el regadío y la agricultura en la Mesopotamia hace muchos miles de años. La exigencia de organización impulsó una ideología de control de la población, donde en la cima estaban los dioses, en cuyo nombre gobernaban sus hijos los reyes. Cimentaba esta ideología su explicación de la creación del ser humano y el propósito para el que fuimos creados. Los dioses eran más bien haraganes y no querían trabajar para alimentarse, así que crearon al ser humano como mano de obra esclava para dedicar a las labores de canalización de agua y regadío, y la explotación agropecuaria en general. El porqué de nuestra existencia era entonces alimentar a los dioses.
Desde entonces no hay religión que se precie, que no vea como «el sentido de la vida» humana el estar incondicionalmente al servicio de los dioses —o del Dios único, en el caso del monoteísmo—.
En la fe de la tradición judeocristiana, esto se plasma no en una idea tan material como la provisión de alimentos humanos para Dios, sino en el mandamiento supremo de amar a Dios con toda la mente, la voluntad y la intención: con el ser entero. Un mandamiento que más que mandamiento, es invitación a un plano de existencia donde es posible la comunión con Dios, descubrirnos llenos de su Espíritu Santo, capacitados por el Espíritu para toda buena obra y para experimentar la dimensión de lo sublime.
No me importa, entonces, que esto pueda derivar tal vez de nociones primitivas de los sumerios acerca del porqué de la existencia humana. Hallo satisfacción personal en atribuir significado para mi vida en el hecho de ser adorador y amador de mi Señor. Lo que experimento en la alabanza y la adoración, en encomendar mi presente y mi futuro a sus cuidados, en vivir como Jesús y los apóstoles instruyen, no tiene precio y está estrechamente vinculado a mi sentido de identidad. Es decir que de ello no solo obtengo sentido para mi vida, sino que también, inseparablemente, mi identidad como hijo de Dios.
Sé bien que al llevar este tema a la cuestión de amar a Dios y amar al prójimo, estos renglones no han sido ni originales por supuesto, ni tampoco especialmente profundos. Sé que además con esto aburro, porque no importa cuál sea la pregunta, mis respuestas tienden siempre a ir a parar al amor a Dios y amor al prójimo. En fin, será que de anciano que me hago, ya no doy para mucho más…
Linda reflexión. En mi caso, mientras estuve internado por Covid, las preguntas sobre el sentido de la vida volvieron a resonar en mi interior. A pesar de todo, la experiencia de repensar acerca del sentido de la vida es enriquecedor.
Gracias por compartir tus reflexiones.
Tus palabras son simples y llenas de sabiduria, gracias por compartir.
Quisiera que profundices un poco en el tema del literalismo biblico, que me parece que es un problema grave que tenemos en la iglesia