Mensaje y contramensaje
26 de octubre de 2020 • Lectura: 5 min.
Foto: Connie Bentson
Sigo compartiendo reflexiones que me vienen con mi lectura de la Biblia cada mañana. Y sin pretenderlo acabo dando aquí continuidad, como se verá, a mis tres temas anteriores en este blog.
Al final de Deuteronomio y al principio de Josué, tenemos las palabras alentadoras para Josué, enunciadas primero por Moisés y después por el ángel del Señor, de que no tema ni desmaye, que se esfuerce y sea valiente, para conquistar la tierra prometida a Israel, arrasar la población, y exterminar a los malvados cananeos.
Un mensaje edificante: de odio y violencia, muerte y destrucción. Mensaje edificante que predica la eliminación expeditiva del inconveniente de que la tierra prometida ya venía estando habitada. Habitada por hombres y mujeres, niños, bebés y ancianos de otra raza que la privilegiada. Personas de carne y hueso; con sus sentimientos, su capacidad de amar y perdonar, de entregarse por un ideal, sacrificarse para sacar adelante su familia…
En el relato de la conquista de la tierra prometida, los cananeos son una caricatura de seres humanos. Sus ideales, sus sueños personales, su amor a sus padres y a sus hijos, nada de eso aparece en el relato. Porque humanizarlos sería contraproducente. No interesa humanizarlos, por cuanto si los cananeos se percibiesen como prójimo, como alguien equiparable a uno mismo y a la raza de uno mismo, entonces exterminarlos como cucarachas sería inconcebible, horroroso, una maldad espantosa.
Maldad espantosa de todas maneras, se quieran reconocer como prójimo o no. Y si por producto de una ideología de privilegio racial atribuido a elección divina, como elemento esencial de la religión, maldad doblemente espantosa, fruto de una religión perversa y maligna.
Cuando primero oí las historias de la Biblia fue en la niñez temprana, leídas por la amada y dulce voz de mi madre. Nos reuníamos toda la familia cada atardecer después de la cena, para nuestro culto familiar diario. Cantábamos himnos y coritos, mi madre nos leía las historias bíblicas y orábamos, cerrando mi padre el culto familiar con una oración final.
La violencia terrible de lo que se leía en la Biblia no inmutaba a mis padres, que eran buenas personas, dedicadas a Dios y al prójimo, tiernos y amantes con nosotros sus hijos. Así que aprendí a oír y entender esas historias sin inmutarme también, como natural expresión de la bondad del Señor. El Señor promete y también cumple. Elige su pueblo especial y por consiguiente, naturalmente, a partir de entonces, siempre dará a su pueblo un trato de favor. Aunque para ello haya que exterminar como alimañas a otras razas.
Josué envía dos espías a Jericó para que vean cómo de preparados están allí para defender la ciudad. Los espías descubren que la elección divina de Israel ya es conocida por el enemigo, que vive aterrado y acobardado por lo que han oído sobre la victoria del Mar Rojo y la derrota de los reinos al oriente del río Jordán. La prostituta en cuya casa se alojan les profetiza una victoria segura y fácil —profecía creíble, naturalmente, aunque la profetisa sea una furcia— y les implora que salven su vida y la de toda su parentela.
Y aquí es donde aparece, inesperadamente, el contramensaje. Será ella una prostituta, será una cananea destinada a exterminio, será adoradora de dioses falsos; pero en la compasión que muestra a los espías al no denunciarlos, y especialmente en su encendida plegaria por la vida de sus seres queridos, se la ve humana. Y si ella es humana, la fuerza de la ideología de genocidio se desmorona, se deja ver como el enorme desierto moral que realmente es.
Rahab —porque ya que humana, también tiene nombre propio con el que la historia posterior la recordará— salva así su vida y la de los suyos. Ella abandonará la prostitución y se casará en Israel, para ser la madre de un linaje honorable. Adoptará el Dios de los israelitas y abandonará sus dioses falsos.
Posteriormente Rut la moabita será bisabuela del rey David.
Pero ya antes, según Génesis, la madre antepasada de la tribu de Judá también había sido una cananea que se prostituyó. El ADN de los judíos es, entonces, desde su existencia como tribu en Israel, 50% cananeo. Se deduce que ni son perversas necesariamente las meretrices, ni indignos de vivir los cananeos.
Los sabios escribas de Israel, que nos legaron las Sagradas Escrituras, han puesto a disposición del lector avispado un potente contramensaje que desarma la violencia de la propaganda de conquista militar y exterminio de la población vencida. La religión que justifica la maldad, la perversidad del odio, deshumanización del prójimo, queda expuesta entonces como perversión, maldad asquerosa, rebeldía contumaz contra Dios.
1 Juan 1,5 Y este es el anuncio que escuchamos de él y os proclamamos: que Dios es luz, y no hay en él ninguna oscuridad.
1 Juan 4,8 Cualquiera que no ama no conoce a Dios, por cuanto Dios es amor.
Romanos 13,10 El amor jamás perjudica al prójimo, entonces el cumplimiento de la ley es el amor.
En alguno de mis libros he comentado que la mejor forma —la más espiritual— de interpretar la apología de genocidio en la Biblia, es la alegórica. Como una parábola inocente, acerca de la necesidad de exterminar el pecado para dejar lugar a nuevos hábitos de pureza y santidad en el Señor.
Me consta que siempre que alguien cite aquello de «Sé fuerte y valiente, no temas ni desmayes que el Señor está contigo», está pensando en cualquier cosa menos salir a matar gente porque sea pagana. Si acaso, salir a evangelizarlos; pero cualquier otro tipo de aplicación alegórica también.
Y sin embargo…
La larga y cruda historia de conquistas territoriales cometidas por cristianos alrededor del planeta, ha dejado siglo tras siglo un reguero de sufrimiento incontable, muerte, desolación, pobreza, esclavitud, expolio…
No es posible ignorar esta historia, que en muchos casos se produjo con el permiso, a veces la complicidad expresa, de las autoridades eclesiales. Conociendo la bíblica apología de conquista territorial promovida por el Señor, por mandamiento divino, era difícil, si no imposible, argumentar que tal conducta fuera pecado.
Este oscuro y espantoso legado de la religión cristiana (amén de idéntica ideología del sionismo a lo largo de este último siglo) no puede ser ignorado. Hay que reconocer que nuestros amados textos bíblicos pudieron ser empleados para estos efectos, y que es así como se entendieron.
Es por consiguiente necesario argumentar y reiterar hasta el cansancio que es un capítulo de la historia del pueblo de Dios del que nos arrepentimos y lamentamos. Que lo reconocemos como herejía horrenda, contraria absoluta al amor divino. Hay que decirlo bien alto y bien claro: la ideología de conquista es abominación espantosa a los ojos de Dios. Lo es hoy y lo fue siempre, y mil años antes de Cristo también; pongan lo que pongan los textos sagrados.
A fin de cuentas, son esos mismos textos sagrados los que nos brindan un contramensaje, y nos invitan a seguir e imitar a Jesús como la única auténtica y perfecta revelación de Dios.