30 de abril de 2021 • Lectura: 5 min.
Foto: Connie Bentson
Hace unos días me llegaron varias sugerencias de temas para tratar en este blog, de parte de David Galán. Quiero agradecer aquí a los (pocos, hasta ahora) que se han involucrado haciéndome llegar propuestas de temas a tratar. Son un estímulo para mí, aunque no siempre me sienta capaz de tratar los temas propuestos.
La pregunta ¿Cómo actúa Dios? es curiosa.
Según la carta de Santiago todo depende de Dios, todos nuestros planes dependen de «si Dios quiere». ¿Quiere decir eso que todo lo que sucede es por la voluntad de Dios? En ese caso la pregunta sería: ¿Acaso existe algún acontecimiento en el mundo, entonces, que no sea en sí mismo un actuar de Dios?
Esta fue una de las cuestiones que abordó muy temprano el monoteísmo hebreo. ¿Cómo explicar las condiciones terribles del endurecimiento de la esclavitud en Egipto? ¿Era más fuerte Faraón que Dios, que había mandado a Faraón dejar en libertad a los hebreos? No, opina el libro de Éxodo, sino que Dios mismo «endureció el corazón» de Faraón para agravar las condiciones de esa esclavitud, a la vez que Dios demandaba también dejarlos en libertad. Esto parece una contradicción. Pero también parece necesario, para poder afirmar que no hay nada que escape a la voluntad del Dios único que predica el libro de Éxodo. La solución que hallaron, entonces, fue afirmar, en efecto, que tanto el bien como el mal proceden de Dios.
Este posicionamiento tan radical es útil hasta donde llega, aunque otros autores posteriores en la Biblia sintieron que era necesario matizarlo. El libro de Job, por ejemplo, interpone entre Dios y el mal una figura intermedia, la del shatán, (hebreo: «el acusica» en español). Satanás sería uno de «los hijos de Dios» reunidos en Consejo Divino para tratar el destino de los humanos. Estaría a las órdenes de Dios y obedecería los límites que le impone Dios, pero su responsabilidad sería provocar los males que padece Job. Así quedaría libre Dios mismo, en persona, de haber provocado esos males. En fin, es una propuesta interesante, pero no sé si acaba de satisfacer del todo.
Juan y a Santiago, por ejemplo, no parecerían nada convencidos. 1 Juan pone que «Dios es luz y no hay en él nada oscuro»; y Santiago dice que Dios ni tienta a nadie ni puede ser tentado él. Con lo cual los apóstoles parecerían negar, en efecto, la posibilidad de que Dios ni provocara el endurecimiento del corazón de Faraón, ni fuera a delegar en el shatán los padecimientos humanos.
Este debate interno entre los textos bíblicos nos demuestra que discernir la actividad de Dios, «cómo actúa Dios» en el mundo, tal vez no sea del todo fácil.
Jesús y las obras del Padre
Jesús distinguió entre obras propias de los hijos de Abrahán —entiéndase los herederos de las promesas divinas y los mandamientos— y las obras de «vuestro padre el diábolos» (griego: «el acusica» en español), que es padre de todas las mentiras y ha sido homicida desde el principio. Esto nos daría un criterio claro para determinar qué obras no son propias de Dios: toda falsedad y todo impulso que provoca enemistad, odio, desinteresarse del bien del prójimo, y que puede acabar provocando la muerte del prójimo. Actitudes y conductas que aunque no culminen en homicidio, son de la misma calaña.
Eso no es, entonces, actividad de Dios; lo cual nos deja un muy amplio espectro de otros tipos de actividad que sí, bien pueden, constituir actos divinos. Lo curioso en esta forma de abordar la cuestión, es que aunque hemos empezado hablando de cómo actúa Dios, hemos acabado hablando de cómo actuamos nosotros, los humanos.
Que es, generalmente, adonde pretenden llevarnos los textos bíblicos. Tal vez sea un poco baldío o estéril especular sobre cómo actúa Dios, cuando lo que la Biblia pretende instruirnos es cómo hemos de actuar nosotros, en tanto que hijos de Dios.
En el evangelio según Juan, Jesús hace afirmaciones interesantísimas sobre cómo experimenta él la realidad de ser hijo de Dios. Dice que él no hace sus propias obras, sino que ve y observa lo que hace Dios, y entonces lo imita. Hace esas mismas obras que ha observado que está haciendo Dios. Llega a afirmar que él no puede, no es capaz de hacer nada que no haya observado que ya está haciendo Dios. Limita su actividad a imitar o reforzar o participar en la actividad de Dios en el mundo.
Más adelante en el mismo evangelio, tenemos esa extraña alegoría canibalística, donde Jesús insiste que es necesario que sus discípulos coman su carne y beban su sangre, que son verdadero alimento y verdadera bebida para ellos.
Entiendo que en ese pasaje Jesús hace extensivo a nosotros sus discípulos, algún elemento esencial de lo que supone para él ser hijo de Dios. Jesús «encarna», hace carne según Juan 1 el logos, la palabra o actividad divina. Esto sería lo que se refleja al hablar Jesús de que solo puede hacer lo que observa que está haciendo el Padre. A la par, nosotros hemos de «incorporar» a Jesús en nuestra propia carne, como quien come y bebe alimentos y bebida. «Ingerimos y digerimos» a Jesús, de tal manera que cada una de las células de nuestro cuerpo contienen en sí algo de la mismísima esencia de Jesús.
Con lo cual, a mi entender, viene a afirmar Jesús que las mismas obras que observamos que hizo Jesús y que sigue haciendo el Padre en el mundo en nuestro propio día, son las obras a las que hemos de apuntarnos nosotros. Nuestra actividad, en tanto que discípulos de Jesús e hijos del Padre, es participar en la actividad divina en el mundo.
Esto no significa —la experiencia nos lo dice— que todo lo que hacemos nosotros sea necesariamente lo mismo que lo que está haciendo Dios en el mundo. Pero sí nos indica la maravillosa y emocionante posibilidad de que así sea. Es aquello a lo que hemos de aspirar, porque sabemos que es posible. En comunión con Dios mediante el Espíritu Santo, imitando a Jesús, podemos aprender a discernir qué es lo que está haciendo Dios en el mundo, para tomar de ahí nuestras pautas y dedicarnos nosotros también a eso mismo.
¿Cómo actúa Dios en el mundo? Seguramente de formas infinitas, aunque todas con un mismo sesgo moral, benéfico, que infunde fe y esperanza y especialmente amor.
Pero lo auténticamente estimulante y emocionante, es saber que nosotros también hemos sido facultados, en tanto que hijos de Dios y discípulos de Jesús, para participar en esa actividad divina en el mundo.